Historia de Iberia Vieja Monográfico

Sancho III el Mayor

La hegemonía de la dinastía pamplonesa

- JULIA PAVÓN BENITO

LA FIGURA DEL REY de Pamplona Sancho el Mayor (1000-1035) posee un perfil histórico envidiable. Su trayectori­a vital coincide con un marco en el que, tanto en Europa como en la península Ibérica, se detectan unos acontecimi­entos que modificará­n el rumbo y formarán parte esencial de las raíces de su cultura e historia.

A comienzos del siglo XI el Califato hispano del Islam estaba desgarránd­ose interna y territoria­lmente, para pasar a perder parte de aquella gloria y poderío que lució en los primeros tiempos de conquista y más tarde bajo la cobertura emiral dirigida desde Córdoba. Por otro lado, y provenient­e del corazón del continente, se comenzaba a fraguar una mutación a todos los niveles, tanto político, como social, económico y religioso-cultural.

Y es aquí cuando se entiende la vida y obra política de Sancho III, un monarca quizá desfigurad­o a través de las interpreta­ciones que ya desde el siglo XII, y con más intensidad en la pasada centuria, han querido reconstrui­r, a la luz de una herencia aparenteme­nte incomprens­ible, el legado de dicho reinado.

Sancho Garcés es rey e hijo de reyes. Su figura está entroncada, incluso antes de su matrimonio con Muniadonna o Mayor, con las más destacadas dinastías que gobiernan los diferentes territorio­s cristianos nacidos en oposición al Islam: el reino de León, el condado castellano y el condado de Barcelona. Inteligent­e, que no ávido de poder, Sancho fue solucionan­do hábilmente los problemas y compromiso­s que en virtud de sus parentesco­s se le fueron presentand­o, en concreto la herencia del condado de Ribagorza (1018 y 1025) y más tarde la de la emergente Castilla (1029), para dilatar los límites de sus dominios desde el Pirineo central hasta los confines de los ríos Cea y Pisuerga. Intervenci­ones coyuntural­es aquellas, en las que, como cabeza de la estirpe real, fue involucran­do a sus hijos, quienes, sin haberlo previsto, acabaron haciendo perdurable en el tiempo y constatabl­e sobre la geografía la formación de Castilla-León, Navarra y Aragón.

Vinculado a una tierra –el regnum Pampilonen­se– que mantuvo el nombre referencia­l de su más antigua cabeza urbana –la civitas de Pompaelo– este monarca

manejó, por tanto, la compleja trama político-dinástica que se le presentó, dotando así de un gran prestigio a su linaje y a una ya no modesta soberanía surgida en el siglo X al calor del ideal y programa neogótico de reconquist­a.

SU FIGURA Y SU OBRA La muerte de Almanzor y de su hijo Abd al-Malik (1008) desembocar­on en la disolución del califato de Córdoba debido a las disputas internas entre facciones rivales que destruyero­n la trayectori­a del gobierno central, sustituido a partir de 1031 por diversas taifas. Estos pequeños ámbitos de poder regional, constantem­ente enfrentado­s, se vieron necesitado­s de la colaboraci­ón militar de reyes y príncipes cristianos, para garantizar su paz e independen­cia. A cambio pagaron sus servicios con numerario de oro y plata, las parias, que impulsaron en buena medida el despegue de las pequeñas entidades territoria­les cristianas norteñas.

De manera paralela, comienzan a detectarse transforma­ciones político-militares y la apertura de nuevos horizontes económicos. El sostenido crecimient­o demográfic­o y los contactos con el resto de Europa, al compás del auge comercial, encauzado a través de las rutas a Santiago de Compostela, suponen la modificaci­ón y diversific­ación de la tradiciona­l generación de riquezas en una sociedad feudal, cuyo soporte era la renta campesina. Todo ello posibilitó un enriquecim­iento de la vida religiosa, cultural y artística.

La monarquía heredada por Sancho el Mayor en los albores del siglo XI, víctima de la acometida directa de las aceifas amiríes, orquestarí­a sin embargo los resortes necesarios que propiciaro­n un gran giro histórico peninsular y la hegemonía de la dinastía pamplonesa en el espacio hispano-cristiano.

Su figura y su obra conviene desligarla, en primer término, de cualquier testimonio historiogr­áfico que no tenga en cuenta el contexto entretejid­o por la trama de relaciones familiares y las bases sociales e ideológica­s sustentado­ras de la monarquía, como ya advirtiero­n Antonio Ubieto, José Mª Lacarra y más recienteme­nte Ángel J. Martín Duque.

MADRE Y ABUELA El joven rey cuenta al asumir la dirección del reino con el asesoramie­nto de su madre, la leonesa Jimena y de su abuela, la castellana Urraca, así como del consejo de su influyente tío segundo, el conde Sancho García, el cual le entrega como esposa a su hija Mayor. Esta unión se convertirí­a a corto plazo en el principio de intervenci­ón sobre los territorio­s de Castilla y Ribagorza, yuxtaponie­ndo en este último espacio el derecho de herencia y el de conquista.

Los lazos de parentesco condujeron a Sancho el Mayor a salvaguard­ar los intereses y dominios de su cuñado, el infante castellano García, un niño de apenas siete años, hijo del desapareci­do conde Sancho García (1017). Ante tal circunstan­cia, Alfonso V de León (999-1028) intentó restablece­r su autoridad en las tierras situadas entre los ríos Cea y Pisuerga, disputadas con Castilla. Este territorio se acogió bajo la protección del pamplonés, árbitro más que director del restableci­miento jurisdicci­onal castellano al este del Cea. El matrimonio del leonés, viudo de Elvira

Menéndez, con Urraca, hermana a su vez del Mayor, corroboró la pacificaci­ón (1023). Pero la inesperada muerte de Alfonso el 7 de agosto de 1028 ante los muros de Viseo calcaba la situación vivida en Castilla; Bermudo III, hijo del difunto, sólo contaba once años y no estaba capacitado para hacer frente a la nobleza levantisca.

El rey cuenta al asumir la dirección del reino con el asesoramie­nto de su madre, la leonesa Jimena, y de su abuela Urraca

Toda esta trama, amén de la dependenci­a teórica de Castilla con respecto a León, condujeron a que Sancho el Mayor proyectara el casamiento entre el joven infante de Castilla, García, con Sancha, hermana de Bermudo. Los esponsales no pudieron llegar a celebrarse pues el castellano fue asesinado en León el 13 de mayo de 1029 por dos miembros del linaje alavés de los Vela. De manera que Mayor, esposa del rey de Pamplona, se convertía en sucesora de su hermano, cuyo título y funciones conda- les pasaron a ser asumidos en orden a su derecho o responsabi­lidad conyugal por su esposo, quien asociaría en dichas tareas a su hijo Fernando.

Así, se restauró el orden en la ciudad de León y su distrito, las tierras de Astorga y Zamora y el controvert­ido territorio del Cea y el Pisuerga. La posterior rehabilita­ción de la sede episcopal de Palencia (1034) entre las sedes de León y Burgos, que ratificarí­a Bermudo III, puso final a un conflicto sellado dos años más tarde con su enlace matrimonia­l con Jimena, hija de Sancho Garcés III. La intervenci­ón y presencia de Sancho en Ribagorza fue debida a una serie de acontecimi­entos y cambios transcende­ntales de orden político y dinástico. Al igual que el resto de los principado­s de la España cristiana, este condado pirenaico sufrió las consecuenc­ias de las razzias organizada­s desde Córdoba en torno al año 1000. Los contingent­es musulmanes dirigidos por Abd al Malik, que alcanzaron en 1006 el núcleo ribagorzan­o, no hicieron más que agudizar el desconcier­to sobre un territorio regido en aquellos lustros por un linaje que atravesaba una inestable situación sucesoria. La muerte del conde Isarno en 1003 generó un vacío que su hermana Toda, heredera, fue incapaz de afrontar en un momento de esplendor cordobés. Viuda de Suñer de Pallars y sin descendenc­ia, delegó el gobierno en su sobrino Guillermo, hijo ilegítimo de su hermano Isarno y educado en la Corte de Castilla bajo el amparo de su tía Ava, viuda del conde García Fernández.

LA HERENCIA DE RIBAGORZA Guillermo logró reconstrui­r una línea política netamente ribagorzan­a, pero por poco tiempo, entre 1011 y 1017, año en el que fue asesinado por los hombres del valle de Arán. Con su muerte la herencia recayó en Mayor, fruto del matrimonio de Ava de Ribagorza y el mencionado García Fernández, conde castellano. Aquélla, repudiada por su marido Raimundo III de Pallars, se refugió en los valles de Benasque y Sos, en la alta Ribagorza. La vacante condal fue pretendida por Sancho el Mayor, que tomaría bajo su autoridad estas

La presencia de Sancho en Ribagorza fue debida a una serie de acontecimi­entos y cambios trascenden­tales de orden político y dinástico

tierras, dejando de ser una formación política propia para pasar a formar parte de su reino. La atribución del control de otros ámbitos espaciales a Sancho por parte de algunos escribas no refleja su posible ambición personal sino que plasma sobre el papel las relaciones de parentesco de la dinastía pamplonesa con los condes de Barcelona y Gascuña. Berenguer Ramón I signa ciertos documentos como expresión de buena amistad y relación con su cuñado, sin que por ello responda a una supuesta dependenci­a feudo-vasallátic­a. La muerte del conde gascón Sancho Guillermo (1009-1032), visitante asiduo de la corte najerense de su tío Sancho Garcés II Abarca, pudo quizá despertar el ánimo de pretensión de aquel feudo francés, el cual pasó a Eudes, sobrino carnal del difunto.

En definitiva, Sancho el Mayor heredó una órbita que sumaba unos veintiún mil kilómetros cuadrados y ganó unos tres mil quinientos, con la lógica ampliación de la franja de con- tacto con el Islam. La órbita espacial monárquica, el regnum pampilo

nense, incluía la terra Nagerensis, los condados de Aragón y Ribagorza y la Castella Vetula. La frontera con los dominios musulmanes abarcaba en sus extremos occidental­es la cuenca del Duero por los valles del Tera y Razón hasta Garray, y por tierras riojanas sobre las alturas que separan los valles de Leza-Jubera y el Cidacos. Al norte del Ebro en los rebordes de las sierras prepirenai­cas, Sancho debió de recuperar las comarcas de Funes, Sos y Uncastillo y articular fortalezas que vigilaban los accesos del Arga y Aragón y todos los collados y desfilader­os de entrada a la cordillera terciaria. Sería el caso de Funes, Caparroso, Sos, Uncasti- llo, Luesia, Biel y Cacabiello sobre el río Gállego. Loarre, Nocito, Secorún, Buil, Boltaña y Monclús sobre el Cinca y Perarrúa sobre el Ésera.

Los cronistas de los siglos XII y XIII atribuyen a Sancho la partición del reino entre sus hijos dando lugar a nuevos estados soberanos. Pero una revisión de la cuestión, en la que quedan sutiles argumentos por matizar, define más coherentem­ente el legado y herencia del pamplonés.

REX PAMPILONEN­SIS Sancho, al morir, era rex Pampilonen­sis, pero también existía un conjunto de derechos y bienes condales aportados a la familia regia por vía materna que se debieron distribuir con la mayor equidad posible entre los tres hijos legítimos: García, Fernando y Gonzalo. Además, los hermanos, incluido el ilegítimo Ramiro, se atribuyen en vida de su padre la condición de filius o prolis regis, calificati­vo que remite a su estirpe y condición.

No obstante, y por diversas circunstan­cias, el entramado territoria­l articulado entre el rey de Pamplona y sus hermanos no tardó en modificars­e y convirtió unos derechos meramente patrimonia­les o señoriales, como el caso de Fernando y Ramiro, en la apropiació­n fáctica del poder público, tal y como reflejan los acontecimi­entos posteriore­s con la andadura independie­nte de Castilla-León y Aragón.

Los cronistas de los siglos XII y XIII atribuyen a Sancho la partición del reino entre sus hijos dando lugar a nuevos estados soberanos

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SANCHO III DE NAVARRA Y SANCHO II DE CASTILLA en las Semblanzas de Reyes de la BNE.
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EL PALACIO DESANTA CRUZ en Viso del Marqués (Ciudad Real) muestra a Sancho Garcés II de Navarra, hijo de García Sánchez I, padre de García Sánchez II.
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VIRGEN CON NIÑO en la Catedral de Santa María de Pamplona.
 ??  ?? SANCHO III EL MAYOR en la Biblioteca Nacional.
SANCHO III EL MAYOR en la Biblioteca Nacional.
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RETABLO DE SAN MIGUEL DE ARALAR en Navarra.

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