Historia de Iberia Vieja Monográfico
UNA DAMA entre el mesianismo y la providencia divina
EL AFÁN DE AGRADAR DE SUS COETÁNEOS rozó lo heterodoxo cuando ciertos cortesanos equipararon a la reina Isabel con la reina de los Cielos María. Religiosos como Fray Martín de Córdoba ya establecían la comparación incluso antes de acceder al trono: “La señora princesa, porque es de linaje real, como la Virgen, que fue hija de reyes, y porque es doncella, como era la Virgen cuando concibió al hijo de Dios, y porque espera ser reina, como la Virgen, que es reina de los cielos”. Y, luego, una vez entronizada, el parangón con la madre de Jesús resultaba aún más evidente para muchos como Antón de Montoro, quien cantaba: “Alta reina soberana/ si fuérades ante vos/ que la hija de Santa Ana,/ de vos el hijo de Dios/ recibiera carne humana”. Y Pedro de Cartagena no le iba menos a la zaga advirtiendo: “Es que sois mujer entera/ en la tierra la primera/ y en el cielo la segunda”.
Pero no debemos extrañarnos demasiado de la glorificación de Isabel en vida. Discurrían unos tiempos mesiánicos en los cuales numerosos teólogos y predicadores anunciaban la inminente llegada del Anticristo y del fin del mundo. El propio advenimiento de los Reyes Católicos había sido interpretado como una señal de la providencia. Ambos mandatarios habrían sido elegidos por Dios para restituir el buen funcionamiento del organismo político del reino, corregir sus males y eliminar el desorden de la época anterior. La reina, por lo tanto, acaudillaba una misión divina que el cronista Diego de Valera expuso con elocuencia a comienzos del reinado: “Así como Nuestro Señor quiso en este mundo naciese la gloriosa Señora Nuestra y de ella procediese el universal redentor del linaje humano, así determinó que vos, señora, nacieseis para reformar y restaurar estos reinos y sacarlos de la tiránica gobernación en que tan largamente han estado”.