Historia de Iberia Vieja Monográfico

Alfonso XII

El mejor rey del siglo

- ALBERTO DE FRUTOS

EL SIGLO XIX no empezó con buen pie en España. Las invasiones napoleónic­as finiquitar­on el reinado de Carlos IV. El hijo de este, Fernando VII, pretendió volver al absolutism­o más rancio, mientras que su sucesora, Isabel II, afrontó una época de inestabili­dad marcada por las guerras carlistas, los vaivenes constituci­onales, los pronunciam­ientos militares y los gobiernos débiles y efímeros. En septiembre de 1868, estalló una revolución que la desalojó del poder y la forzó a un exilio al que le acompañaro­n sus hijos, entre ellos el príncipe Alfonso, de once años de edad.

Tuvo así Alfonso la oportunida­d de formarse en Europa, lejos de los provincial­ismos propios del siglo XIX español. Vivió en París, Ginebra, Viena y Sandhurst –Inglaterra–, donde estudió en su academia militar y entró en contacto con la monarquía parlamenta­ria, forma de gobierno que le produjo una impresión muy favorable, al punto de que el 1 de diciembre de 1874 firmó un manifiesto proclamánd­ose partidario de ella. A finales del mismo mes, el general Martínez Campos, influido por esta declaració­n de intencione­s, hizo un pronunciam­iento para proclamar la restauraci­ón de la monarquía en la persona de Alfonso XII, después del breve reinado de Amadeo de Saboya y de la fallida experienci­a republican­a.

Así, en enero de 1875, Alfonso entró en la península por Barcelona y no tardó en ganarse el respeto de todos y el apelativo de El Pacificado­r, tras apaciguar los enfrentami­entos en Cuba –paz de Zanjón, 1876– y poner fin a la tercera guerra carlista. En el plano legislativ­o, cumplió sus promesas e hizo redactar una nueva constituci­ón, la de 1876, cuya vigencia se mantuvo hasta el golpe de estado de Primo de Rivera en 1923.

De esa forma se daba carta de naturaleza en España al turno de partidos, encarnado por el Moderado de Cánovas del Castillo y el Liberal de Práxedes Mateo Sagasta, que, la-

mentableme­nte, derivaría en el asentamien­to del caciquismo en nuestro país. El centralism­o fue otro de los pilares de su política, con la reducción de los fueros vasco y navarro, lo que serviría de acicate a los partidos nacionalis­tas.

En el plano personal, quizá el año más feliz de su vida fuera 1878, cuando se casó (por amor) con su prima María de las Mercedes de Orleans. La alegría se truncó pronto, sin embargo, pues su esposa falleció seis meses después de

Cumplió sus promesas e hizo redactar una nueva constituci­ón, la de 1876, que se mantuvo hasta el golpe de Primo de Rivera en 1923

la boda a consecuenc­ia del tifus. Sin descendenc­ia, Alfonso se casó de nuevo, esta vez por razones de Estado, con María Cristina de Habsburgo, que le dio tres hijos: María de las Mercedes, María Teresa y Alfonso, este último póstumo, ya que vio la luz seis meses después de la muerte del padre (sería su madre, María Cristina, quien se haría cargo de la regencia hasta 1902). Como tantos monarcas españoles, Alfonso XII también tuvo relaciones extramatri­moniales, siendo la más conocida la que mantuvo con la contralto Elena Sanz, de la que tuvo dos hijos naturales, Alfonso y Fernando.

Durante su reinado, afianzó la costumbre de los reyes españoles de hacer visitas oficiales para mejorar las relaciones bilaterale­s, fruto de la mejora de las comunicaci­ones. En este sentido, en 1883 hizo una visita oficial a diversos países europeos, en la que visitó Bélgica, Alemania, Francia y Austria.

De algún modo, podríamos concluir que Alfonso XII, aun con sus defectos, que los tuvo, fue el mejor monarca del siglo XIX español, si bien no pudo ejercer demasiado tiempo: el 25 de noviembre de 1885, a los 28 años de edad, moría de tuberculos­is en el palacio de El Pardo de Madrid.

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 ??  ?? A SU DERECHA, Alfonso XII en Sevilla.
A SU DERECHA, Alfonso XII en Sevilla.
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IZQUIERDA, el futuro rey Alfonso XIII con su madre María Cristina.
ARRIBA A LA IZQUIERDA, el futuro rey Alfonso XIII con su madre María Cristina.
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A LA DERECHA, retrato de María Mercedes de Orleans.
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EL GENERAL PAVÍA encabezó el golpe de Estado de 1874, que poco tiempo después supondría el fin del experiment­o de la Primera República.

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