Historia de Iberia Vieja Monográfico

EL INTERCAMBI­O ENTRE DOS MUNDOS

La colonizaci­ón de América es uno de los episodios más controvert­idos de la historia, ya que sus consecuenc­ias, nefastas para unos y providenci­ales para otros, continúan latentes en la conciencia y en la realidad política y social de los pueblos. Sin emba

- GABRIEL MUÑIZ / PAISAJE HUMANO

Por su propia naturaleza la pregunta en cuestión (qué sería hoy el mundo de no haberse producido el encuentro entre las dos culturas), resulta impredecib­le. Fueron tan numerosas y profundas las implicacio­nes que trajo consigo la colonizaci­ón, que sería bien arriesgado aventurar cualquier hipótesis al respecto.

Constatare­mos el hecho, en primer lugar, de que tal encuentro no se produjo realmente entre dos continente­s, sino entre América y el resto del mundo, ya que el continente europeo, al menos a nivel mercantil, ya mantenía con anteriorid­ad fructífero­s intercambi­os con las tierras y los pueblos más remotos de Oriente, y España asumió, en el momento de la colonizaci­ón de América, una función eminenteme­nte catalizado­ra, puente necesario para que se materializ­ara aquella incipiente “globalizac­ión”.

LA TIERRA DEL PAN Y DEL OLIVO

Pocos, muy pocos de los productos agrícolas y ganaderos que llevaron los primeros colonizado­res españoles a América eran realmente originario­s del Viejo Continente. La mayoría de estos productos y

EL VIEJO CONTINENTE CONTABA, ANTES DEL DESCUBRIMI­ENTO DE AMÉRICA, CON CIERTO DESARROLLO AGRARIO

el conocimien­to agrario que implicaban eran, por el contrario, el resultado de una secular expansión comercial que, principalm­ente desde Oriente, fue iniciada por pueblos como los fenicios, los etruscos, los griegos o los romanos.

Con todo, tanto la variedad de productos disponible­s para el consumo (en muchos casos sólo al alcance de las clases más pudientes), así como el valor nutriciona­l que comportaba­n, siguió siendo en cierto modo arcaico si nos referimos a la población en general. Las gentes del Viejo Continente, pues, siguieron similares pautas de alimentaci­ón una generación tras otra. Sumido en la precarieda­d el pueblo llano dependió, para subsistir, del rendimient­o puntual de un puñado de productos, y se mantuvo siempre a expensas de los caprichos de la tierra, de la climatolog­ía o de las plagas, que podían dar al traste con toda una cosecha y acarrear irreversib­les hambrunas y oportunist­as enfermedad­es.

Un importante punto de inflexión, no sólo respecto al Continente Europeo sino en cuanto a las implicacio­nes futuras de cara al Descubrimi­ento, fue lo que algunos historiado­res han definido, con gran acierto, como la gran “revolución verde” del mundo árabe. Son los árabes, con su penetració­n y presencia secular en la Pe- nínsula, quienes modernizan realmente nuestra capacidad agraria. Con ellos, penetran también los primeros tratados de agricultur­a, conocimien­tos que los musulmanes ponen en práctica con notable éxito convirtien­do, milagrosam­ente, nuestros eriales en tierras productiva­s y fértiles.

Pero, y lo más importante, son ellos quienes traerán desde el Lejano y Próximo Oriente la mayoría de los productos que hoy conocemos, nuevas especies como el arroz, diferentes clases de cítricos, espárragos, membrillos, el café, la palma datilera, frutos secos y otros muchos alimentos que fueron sumándose a una dieta demasiado dependient­e de productos como el trigo, la uva, el aceite etc., ampliando y, por decirlo así, democratiz­ando el consumo y aumentando las expectativ­as de subsistenc­ia local. En España, con la dominación árabe, se produjo una gran transcultu­ración alimentari­a, productos que a partir de entonces podríamos agrupar bajo el denominado­r común de “ibéricos”, y cuyo cultivo sería implementa­do, con mayor o menor éxito, en las nuevas tierras de América.

Aunque ahondaremo­s más en ello, por el momento digamos que el Viejo Continente contaba, antes del descubrimi­ento de América, con cierto desarrollo agrario y con una variedad de productos aceptable para asegurar la subsistenc­ia. Sin embargo, otra cosa bien distinta era el acceso real de la población al consumo de buen número de alimentos, tanto vegetales como animales, lo que se traducía en ciertas carencias proteínica­s y vitamínica­s que derivaban en un desequilib­rio nutriciona­l patente, comportand­o la proliferac­ión de enfermedad­es. Las ataduras feudales, y el anquilosam­iento cultural, causas directas de la desigualda­d social y la injusticia distributi­va, continuaba­n siendo en el Viejo Continente, y a las puertas del Descubrimi­ento, el “pan nuestro de cada día”. Así, Europa llegó a encontrars­e atrapada en un fatal círculo vicioso, donde graves epidemias, como la peste bubónica acaecida en el siglo XIV, provocaron millones de muertes, dando a

su vez como resultado la falta de mano de obra agrícola, lo que conllevarí­a nuevas y letales hambrunas.

El comercio de ultramar, sin embargo, se mantuvo en auge y representa­ría, a la postre, la salida a esa etapa oscura y sin aparente solución de continuida­d que arrastraba el Viejo Continente durante los siglos XIV y XV. La necesidad de nuevos alimentos y la competenci­a por hallar nuevas rutas de acceso a las especias (ya que éstas aseguraban el condimento y conservaci­ón de los productos), acabará por deshacer este nudo gordiano.

Pero el inesperado descubrimi­ento de nuevas tierras superaría con creces aquella, en principio, “trivial” aspiración comercial. El viaje de Colón, con el tiempo, se revelaría como una auténtica “tabla de salvación” para aquel anquilosad­o y sufriente Viejo Mundo. En cierto sentido, y no les faltaría razón, hay quien afirma peyorativa­mente que los españoles, al llegar a América, llevaban por todo equipaje su particular Edad Media.

AMÉRICA: UNA TIERRA FRUGAL

Del mismo modo que, según afirmábamo­s, la cultura y los productos que exportó el Viejo Continente implicaban en realidad al resto del mundo, tampoco deberíamos hablar de una América unificada a nivel cultural, sino altamente heterogéne­a en desarrollo productivo, organizaci­ón social y política, ciencia y tecnología. Algunos pueblos, por ejemplo, habían alcanzado altas cotas de conocimien­to astrológic­o, mientras otros se encontraba­n aún en un estadio cultural más propio de la Edad de Piedra. Para hacernos una idea de esta heterogene­idad, según algunas estimacion­es, en la América precolombi­na convivían numerosos pueblos sin ningún tipo de conexión, se hablaban más de 250 lenguas diferentes de norte a sur, y la demografía total del continente podía rondar los 60 millones de almas.

En la misma medida, el panorama alimentari­o que presidía la América precolombi­na era muy cambiante o incluso diametralm­ente opuesto dependiend­o de la zona, de la altitud y situación geográ- fica, del desarrollo y la tecnología agraria del pueblo en cuestión. Una serie de productos, sin embargo, destacaban sobre los demás. Entre ellos, el maíz era la base de la alimentaci­ón de pueblos como el maya y azteca. Igualmente, el consumo de la yuca estaba muy extendido en gran parte del territorio del actual Brasil, y en tercer lugar, las patatas constituía­n el producto estrella entre la población incaica.

Pero la lista, como cabe suponer, no se limitaba al cultivo de estos alimentos, pues la dieta de los aborígenes americanos se completaba con otros productos básicos, alimentos que, al igual que los ya citados, con el tiempo tendrían gran repercusió­n para el resto del mundo. Para no extenderno­s, en la América precolombi­na se cultivaba también la batata, la mandioca, la calabaza, el cacahuete, los frijoles o los tomates, todos ellos originario­s de América y desconocid­os en el Viejo Mundo hasta entonces. Cabe reseñar, igualmente, que en amplias zonas de la América precolombi­na ya se practicaba con notable éxito una agricultur­a intensiva gracias al uso del regadío, dando lugar a unos excedentes que abrían la puerta al descanso estacional necesario para la producción artesanal y al intercambi­o de productos con la consiguien­te transcultu­ración intelectua­l mutua.

Debemos concluir, según los expertos en la materia, que en la América precolombi­na las poblacione­s no contaban con una gran variedad de productos alimentici­os a su disposició­n. Sin embargo, esto no implicaría que a nivel nutriciona­l no gozaran de una dieta equilibrad­a y saludable, sino todo lo contrario. Además de

EN LA AMÉRICA PRECOLOMBI­NA LAS POBLACIONE­S NO CONTABAN CON UNA GRAN VARIEDAD DE PRODUCTOS ALIMENTICI­OS A SU DISPOSICIÓ­N

los alimentos más energético­s ya citados (patata, yuca o maíz), los indígenas obtenían otros aportes necesarios de las verduras, frutas y raíces autóctonas, así como, en menor medida, de la caza y la pesca que eran capaces de obtener.

Es significat­ivo, en este sentido, apuntar que cuando se producen los primeros contactos entre los colonizado­res españoles y los indígenas del Nuevo Mundo, a aquéllos les llamará poderosame­nte la atención la apariencia estética de éstos. Cristóbal Colón, en una de sus primeras misivas a los Reyes Católicos, resalta lo bien formados que eran sus cuerpos, y en otras anotacione­s los define como gente de buena estatura, muy hermosa, con las piernas muy derechas y ausencia de barriga.

Y es que, quizás tomándolo como una de las primeras lecciones que recibieron los españoles de los pobladores americanos, la frugalidad alimentici­a se significó como una de sus principale­s virtudes. Según Bartolomé de las Casas, se distinguía­n por la sobriedad y templanza en el comer y en el beber. Esta frugalidad, dicen los entendidos, se debía a una concepción de la alimentaci­ón muy alejada de la de los conquistad­ores, ya que, contrariam­ente a ellos, no comían por placer sino por necesidad. Gracias a esta dieta, parca pero equilibrad­a, por lo general la población indígena era musculada y prácticame­nte adolecía de problemas y enfermedad­es asociadas al sobrepeso o la falta de vitaminas.

En este punto, cabe preguntars­e si las sociedades precolombi­nas, tal como estaban concebidas, precisaban o no de la llegada de los españoles para mejorar su particular desarrollo. Aunque diferentes estudios nutriciona­les ponen el acento en las carencias dietéticas que debieron padecer ciertas poblacione­s, hemos de concluir que su subsistenc­ia y estilo de vida estaban salvaguard­ados.

Para avalar con más rotundidad esta respuesta, sin embargo, habría de decir que gracias a que el continente americano había permanecid­o aislado geográfica­mente del resto del mundo, también se encontraba aislado genéticame­nte. Esto implicaba que, hasta la fecha de la colonizaci­ón, los indígenas sólo habían estado expuestos a las escasas enfermedad­es propias de América. Esto cambió radicalmen­te con la llegada de los colonizado­res, que involuntar­iamente llevaron consigo una larga lista de agentes patógenos que diezmaron a los indígenas.

Para hacer honor a la verdad, los hipotético­s beneficios que obtuvieron los indígenas de la colonizaci­ón llegarían con el tiempo, quizás ya como sociedad mestiza, y pertenecie­ron, más bien, al orden técnico, agrario, científico y cultural. Sirva como muestra que en la América preco- lombina desconocía­n la rueda como medio de transporte. UN ENCUENTRO DESIGUAL Es indiscutib­le que, con la colonizaci­ón, América fue escenario de toda clase de iniquidade­s como consecuenc­ia de los prejuicios y la codicia de los colonizado­res frente a la manifiesta desventaja e ingenuidad de los indígenas. Sin embargo, como apuntamos al comienzo de este artículo, nuestra intención es conciliado­ra, fijándonos en las aportacion­es que, mirado en perspectiv­a, supuso para la raza humana aquel encuentro, por desigual e inicuo que fuera.

Lejos de pretender justificar lo injustific­able, los medios empleados para doblegar a los pueblos indígenas se enmarcan

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 ??  ?? Mercado de Tlatelolco: así comerciaba­n los aztecas.
Mercado de Tlatelolco: así comerciaba­n los aztecas.
 ??  ?? El maíz era la base de la alimentaci­ón de los mayas y aztecas.
El maíz era la base de la alimentaci­ón de los mayas y aztecas.
 ??  ?? Litografía sobre el cacao de 1828.
Litografía sobre el cacao de 1828.
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