Historia de Iberia Vieja Monográfico
HERNÁN CORTÉS
Con un escueto ejército y sin un rumbo claro, Hernán Cortés emprendió en 1519 la conquista de un vasto territorio en México, dominado desde su capital, Tenochtitlán, la ciudadlago en la que muchos de aquellos españoles encontraron la muerte y que puso en
Nacido en Medellín en 1485, Hernán Cortés careció de preparación militar, pero en 1519 emprendió la conquista de un vasto territorio en México, el imperio azteca. Entre las aventuras que arrostró, abordamos la famosa Noche Triste y la no menos épica batalla de Otumba, que, aunque no abrió inmediatamente las puertas de Tenochtitlán a los españoles, sí les permitió sacudirse el acoso continuo de los aztecas y organizar el ataque definitivo sobre la ciudadela.
Ala edad en la que los aventureros pensaban en jubilarse, 33 años, Hernán Cortés quiso probar el sabor de esa misma aventura de la que tanto había oído hablar. Para ello, acordó con el gobernador de Cuba, Diego Velázquez, montar una expedición patrocinada casi enteramente con dinero de Cortés y cuyo destino sería la península del Yucatán, tierra ya pisada por los españoles, pero sólo en su costa, por lo que en esos instantes todos la consideraban una isla, y no parte del gran continente americano. La única condición que Cortés puso fue ser nombrado capitán general, lo que en la práctica significaba ostentar el mando absoluto sobre los hombres y el material embarcado.
¿Por qué se escogió ese destino? Como en otras historias parejas, por las habladurías recogidas por los indígenas de ciudades plagadas de oro y plata más allá de las montañas, de civilizaciones deslumbrantes y de casas relucientes a la luz del Sol. Y también como en otras historias parejas, quienes codiciaban esos tesoros aseguraban hacerlo en nombre del emperador Carlos V, aunque internamente fueran la avaricia y las ansias de riqueza personal las que empujaran sus corazones.
RUMBO A MÉXICO
Con este deseo partió Cortés el 10 de febrero de 1519 acompañado por once navíos, 600 hombres y 300 indios antillanos embarcados como porteadores. En sus bodegas, los primeros 17 caballos que desembarcaron en el continente, y al mando, capitanes de enorme valía como Pedro de Alvarado, Hernández de Puerto Carrero, Gonzalo de Sandoval o Cristóbal de Olid, espléndido soldado este último curtido en las campañas del Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, que fuera el militar más famoso en los tiempos de los Reyes Católicos.
Lo que mucha gente desconoce es que esta expedición estuvo a punto de no
CORTÉS PARTIÓ EL 10 DE FEBRERO DE 1519 ACOMPAÑADO POR ONCE NAVÍOS, 600 HOMBRES, 300 INDIOS Y 17 CABALLOS, LOS PRIMEROS EN LLEGAR A AMÉRICA
partir, ya que advertido el Gobernador de que Cortés quizá no quisiera compartir con él la gloria de sus conquistas, acudió raudo a puerto para impedir la salida. Afortunadamente, cuando llegó, las naves ya enfilaban el horizonte mientras Cortés le gritaba: “Señor, perdone vuesa merced, porque estas cosas y otras semejantes han de hacerse así, que si se piensan no se hacen”.
EN LA CORTE DEL GRAN MOCTEZUMA
La flota desembarcó en la isla de Cozumel sin excesivos contratiempos en la mar. No así en tierra, ya que al poco de pisarla, Cortés tuvo que imponer su valía ante uno de sus capitanes, Pedro de Alvarado, a quien recriminó por haber robado unas gallinas a los indios, advirtiéndole de que no habían llegado hasta allí para rapiñar, sino para asentarse y ampliar el territorio de España allende los mares.
Episodio insignificante si lo comparamos con la batalla que algunos días después tuvieron que entablar contra más de 20.000 guerreros aztecas en la región de Tabasco y que terminó con la victoria contundente de los castellanos. De aquella primera refriega Cortés extrajo tres conclusiones. La primera,
que aquella tierra era más belicosa y grandiosa de lo estipulada; la segunda, que las armas españolas eran infinitamente superiores a las espadas de obsidiana de los indígenas; y la tercera, que la conquista distaría mucho de ser un paseo militar.
Lo que desconocía el extremeño es que el emperador de los aztecas, Moctezuma II, ya sabía de la presencia de estos extranjeros gracias a sus correos y que la descripción realizada por estos de lo visto en Tabasco le había llenado el corazón de temor.
El mismo temor que él infundía en los pueblos sometidos al Imperio azteca y que Cortés aprovechó fantásticamente para realizar alianzas con ellos. El trato consistía en que esos pueblos dejaran a los españoles en paz en su camino a la capital del Imperio, Tenochtitlán, a cambio de que estos destronaran a Moctezuma II y les devolvieran la libertad perdida. Así se concertó y así terminaría cumpliéndose.
Gracias a esas alianzas, Cortés y sus hombres llegaron a las murallas de Tenochtitlán en noviembre de 1519, sin excesivas bajas en sus filas –contaría en ese instante con unos 450 hombres– y con la moral elevada, detalle de gran valor cuando de conquistar un territorio se refiere. La ciudad se asentaba en una altiplanicie, con sus casas de piedra y adobe resplandeciendo por el extenso lago que rodeaba todo el complejo y que únicamente podía ser atravesado por algunos de los puentes que unían la ciudadela con la tierra seca de los alrededores.
En un primer instante los españoles fueron bien recibidos por los lugareños, con el propio Moctezuma II al frente, siendo alojados en el palacio de Axayácatl; pero a medida que pasaron las horas, la inquietud fue creciendo entre los aztecas, al verles descubrir tras un muro oculto del palacio un inmenso tesoro formado por cientos de piezas de oro y plata de todos los pesos y tamaños. La alegría experimentada por los españoles les demostró que sus invitados llegaban buscando riquezas y no encuentros amistosos entre ambos pueblos. Pudo la codicia a la sensatez, ya que si en aquel instante los castellanos hubieran abandonado la ciudad, quizá nadie hubiera muerto en las horas siguientes. Pero el alma humana es así, y entre todos acordaron
no marcharse dejando tras de sí semejante tesoro, para lo cual se hacía imprescindible tomar a Moctezuma como rehén, como así se hizo.
Mientras este juramento se realizaba en el palacio de Axayácatl, un contingente armado se acercaba a la costa de Yucatán para prender al capitán general por orden del gobernador Velázquez y proseguir la conquista, pero ya sin él. Enterado Cortés de ese nuevo peligro dejó un destacamento de 150 hombres en la ciudad, partiendo él mismo con el resto para hacer frente a las tropas enviadas bajo el mando de Pánfilo Narváez.
La batalla se dirimió a favor de Cortés, quien desde ese instante contó con 1.500 soldados más –los vencidos que acordaron servirle desde entonces–, 90 caballos extra y 30 nuevas piezas de artillería. Una gran alegría que poco le duró, ya que emisarios suyos le in- formaron de que en Tenochtitlán los indios se habían rebelado y acosaban desde hacía días a los españoles parapetados en el palacio de Axayácatl. MUERTE DE UN EMPERADOR Cuando Cortés regresó a la capital el 24 de junio, la situación de los sitiados era del todo desesperada. Pedro de Alvarado al mando, los españoles habían hecho frente con sus arcabuces a masas de indios enfurecidos que a punto estaban de hacerles capitular. La comida hacía tiempo que se había terminado y ningún caballo quedaba con vida para poder guisarlo.
Extrañados, los refuerzos lograron entrar en el palacio ante la silenciosa mirada de los miles de sitiadores, que bajaron sus lanzas al paso de la comitiva armada. Cortés creyó que era el miedo a la represalia lo que les hacía callar y permitir su entrada, pero la verdad consistía en que se les dejaba pasar por orden del general azteca Cuauhtémoc, sabedor de que los españoles eran invencibles en campo abierto, pero muy vulnerables dentro de un espacio cerrado. Así, sin saberlo, Cortés y sus soldados estaban penetrando en una trampa mortal.
De esta ignorancia le sacó rápidamente su capitán Alvarado, quien de-
macrado le vino a decir que era mejor que se fueran cuanto antes “si es que todavía es tiempo, que ya de poco vale que tengamos a Moctezuma preso, pues no le tienen por rey, y aún dicen que han nombrado a otro”. Ese “otro” no era sino el propio Cuauhtémoc, quien ahora dirigía el ataque contra los asediados.
Rápidamente comprendió Cortés la nueva situación y ordenó a Diego de Orgás una batida de castigo para permitir la salida de todo el ejército por alguno de los puentes que atravesaban el lago. Cumplió la orden, pero no con el resultado esperado, ya que a su regreso dos horas después eran muchos los muertos habidos y aún más los prisioneros. A estos últimos los aztecas los llevaron a lo alto del templo –llamados teocali-, donde a la vista de sus compañeros les sacaron el corazón en vida con cuchillos de obsidiana, para que los dioses favorecieran la victoria. Los gritos de terror y dolor de los sacrificados se mezclaban con los de ánimo de sus compañeros desde el palacio, mientras una lluvia de piedras lanzadas con hondas penetraba por las ventanas hiriendo a muchos, incluido el propio capitán general.
Éste, no dándose por vencido, ordenó fabricar tres parapetos de madera para cobijar tras ellos a cuantos arcabuceros y ballesteros se pudiera, cara a la inminente salida al exterior. Con el sonido de los mazos y las maderas se mezclaba el de los arcabuces y cañones, que no cesaban de disparar sus proyectiles contra la masa que desde hacía días rodeaba al palacio y que nunca parecía bajar en número. “Si tal es el número de enemigos y tal su decisión de acabar con todos nosotros, más vale que le pidamos a Moctezuma que les mande parar, que nosotros abandonaremos de grado la ciudad”, dijo el padre Olmedo con sabiduría.
Accedió Cortés a la sugerencia y también el propio Moctezuma, quien subido al tejado del palacio se dispuso a conminar a los suyos para que depusieran las armas. Cuando iba a hacerlo, una voz se irguió entre la multitud: “¡No podemos escuchar a quien se ha convertido en mujer de los españoles!” y las pedradas arreciaron. Con tal puntería que Mocte- zuma fue alcanzado en tres lugares distintos, muriendo a los tres días. Dicen que no por las heridas sufridas, sino por su orgullo y honor mancillado. LA NOCHE TRISTE Muerto el emperador, la suerte de los españoles quedaba sellada. Y aún más cuando entre los indios se extendió el rumor de que habían sido los “barbudos” los causantes de su muerte. Se hacía necesario escapar como fuera y así lo acordaron en consejo los capitanes. La huida se realizaría por la calzada de Tacuba, la más corta y cercana al lago. Pero ni aún así los aztecas se lo iban a poner fácil. Sabedores de las intenciones españolas, estos realizaron cortes en la ruta de huida, anegándola con agua del lago e inundando, así, su única posibilidad de salvación. “No puedes salir con vida de aquí, pues si lo consiguieres, querrías volver”, acertó a decirle Cuauhtémoc a Cortés, seguro de su victoria.
LOS ESPAÑOLES ENTABLARON UNA BATALLA CONTRA MÁS DE 20.000 GUERREROS. HERNÁN CORTÉS DESCUBRÍA ASÍ QUE LA CONQUISTA SERÍA MÁS DIFÍCIL DE LO QUE