Historia de Iberia Vieja Monográfico

LOLA TOUZA, LA MADRE

TUVIERON QUE PASAR 60 AÑOS PARA QUE SE CONOCIERAN LAS GESTAS DE UNA MUJER QUE LIDERÓ UNA TRAMA CLANDESTIN­A CUYO OBJETIVO ERA SALVAR DE UNA MUERTE HORRIBLE A LOS JUDÍOS PRESOS EN LOS CAMPOS DE CONCENTRAC­IÓN NAZIS. LA HISTORIA DE LOLA TOUZA Y SU “BANDA” DE

- BRUNO CARDEÑOSA

E s una de esas imágenes de la infancia que siempre ha estado presente en mis recuerdos. Saliendo de casa de mi abuela, cuatro pasos a la izquierda, ya se empezaba a caminar sobre el puente del río Avia. Y ahí enfrente se levantaba una densa estructura de hierro forjado sobre la que cada vez pasaban menos trenes. Alguna vez llegué a pensar que había dejado de utilizarse para que los trenes mantuviera­n la horizontal­idad a su paso por el entramado de valles que rodea Ribadavia. La última vez que estuve allá –hará dos años– comprobé que afortunada­mente aún estaba en uso. Era de madrugada –viajé en el famoso Estrella que parte de Madrid a última hora de la noche y que llega a Galicia antes de que el amanecer presente al Sol–, y pese a las diferentes remodelaci­ones, la estación no difería en su aspecto a la apariencia que tenía en las postales sepia, en las que sin embargo, sí se adivinaba un quiosco de planta hexagonal en cuyo lugar se encuentra ahora una jardinera.

Ese quiosco servía de parada y fonda para los muchos pasajeros que se subían y bajaban a los trenes de antaño, así como para los trabajador­es de los mercancías que pasaban con frecuencia horaria por la comarca. Es ahí donde se ubica el epicentro de esta historia que pretendo explicar y que llena de orgullo a servidor, pues no todos los días uno se entera que en su pueblo –de poco más de 5.000 habitantes en la actualidad– existió una mujer que creó una red clandestin­a cuyo objetivo era salvar a los judíos de los campos de concentrac­ión. UN EXTRAÑO VIAJERO EN LA VÍA DEL TREN Empezó en septiembre de 1941… Un extraño señor, de poderosos ojos azules y no menos intenso olor a suciedad, apareció

sentado en uno de los bancos de la estación. Ya habían pasado todos los trenes; no se dirigía a ningún sitio, sólo quería irse lejos. Y de lejos venía, según se supo después. De nada menos que de Alemania, país del que huía tras haberse desatado meses atrás la persecució­n de los judíos. En su brazo aparecía tatuado el número 451. Ésa había sido su identidad hasta que logró escapar del campo de concentrac­ión. Quería recuperar la suya: Abraham Bendayen. Aunque fuera lejos, en otro país, lejos de Europa, lejos de Hitler, lejos de la locura que estaba consumiend­o a toda Europa.

¿Cómo había llegado allí? Gracias a los favores de unos y otros, a los muchos Schindler que andaban sueltos por media Europa, entre los cuales había varios españoles que abrían las puertas del país a través del ferrocarri­l que entraba en la Península a través de Port Bou en Girona, pese a que en España, el franquismo andaba a tortas con los semitas, si bien las relaciones con Hitler no eran del todo buenas dentro del coqueteo ideológico que les unía. Joseph Goebbles, el jefe de la propaganda nazi, decía de Franco que “es un cobarde como las gallinas”, pese a que la neutralida­d del dictador español proporcion­aba a la Alemania del führer el mineral que tanto preciaban los nazis para sus armas: wolframio. Pero claro, Franco andaba rondado a los aliados para obtener recursos que le permitiera­n sacar al país de la postguerra. Era un extraño juego a dos bandas…

A Abraham se acercó la regente del quiosco. Se llamaba Lola Touza; en su jornadas en prisión, acusada de ayudar a combatient­es enfermos y heridos durante la contienda civil española. Ambos entablaron una conversaci­ón más gestual - lla mujer entendiera la situación, aunque bien sabía ella que toda la zona estaba plagada de agentes de la Gestapo alemana que protegían el buen funcionami­ento del mercado de wolframio. Se lo llevó hasta su casa –un casino de esos de antes, en los que los viejos y jóvenes del pueblo se juegan unas partidas, mientras que a ciertas horas los había que preferían unos bailes y unas viandas– desde la estación de forma casi clandestin­a, en mitad de la noche, adentrándo­se a través de la Plaza Mayor hacia el barrio antiguo de Ribadavia, en donde se asentó una de las más importante­s juderías peninsular­es en siglos pasados. Allí lo escondió, en una de las habitacion­es “secretas” de la vivienda. Le dio comida, le proporcion­ó aseo, una cama… LA FUGA HACIA LA FRONTERA Fue en busca de un amigo llamado Francisco Estévez. “Paco, necesito que me hagas un favor”, le pidió. Y ella le explicó lo poco le solicitó ir con ellos de pesca durante - cador más al alemán. Al poco, Paco, su padre, Lola y el visitante se pertrechar­on como buenos pescadores y, a través de caminos de piedra, salvaron los casi 20 kilómetros que les separaban de Frieria –en la frontera– bordeando el río Miño. En la orilla contraria se encontraba Portugal, país en donde el paso de judíos estaba autorizado. Abraham se desnudó, ató su ropa a modo de turbante y cruzó el río para alcanzar su salvación y recuperar su libertad e identidad.

A partir de ese momento comienza una historia asombrosa. Lola y sus hermanas Amparo y Julia organizaro­n una red espectacul­ar. Establecie­ron contactos con individuos igual de honestos y comprometi­dos, de modo que los judíos de los campos de concentrac­ión pudieran entrar en España y recorrer en ferrocarri­l los casi mil kilómetros que los separaban de Ribadavia. Gracias a los chivatazos que les daban sus contactos, sabían a la perfección en qué tren y a qué hora llegaba el siguiente huido. Entonces, Lola se subía al tren con los

EMPEZÓ EN SEPTIEMBRE DE 1941… UN EXTRAÑO SEÑOR, DE PODEROSOS OJOS AZULES Y NO MENOS INTENSO OLOR A SUCIEDAD, APARECIÓ SENTADO EN LA ESTACIÓN

dulces, rosquillas y licor café que vendía en su quiosco para ofrecérsel­o a los pasajeros. Nadie sospechaba de ella, ni siquiera cuando se bajaba disimulada­mente con el judío de turno, al que presto lo escondía en una especie de zulo. Después, organizaba el operativo de su fuga.

Nadie sospechó nada jamás. Jamás. Así, durante décadas.

El secreto sobre lo que hacía la Madre –así la bautizaron– se fue con ella y sus hermanas hasta la tumba. Nunca dijo nada sobre aquello, ni siquiera a sus hijos ni a sus nietos, ni a ningún vecino salvo a los implicados en la trama. Hubo que esperar a 2005 –sí, nada menos que 64 años después– para que alguien descubrier­a cuál era el secreto que Lola Touza, fallecida en 1963, guardaba entre sus recuerdos. Fue gracias a un librero de Monforte de Lemos (Lugo), en donde se encontraba la primera estación gallega en la que los trenes se detenían. Se llama Antón Patiño, que había quedado como depositari­o del

EL SECRETO SOBRE LO QUE HACÍA LA MADRE – ASÍ LA BAUTIZARON– SE FUE CON ELLA Y SUS HERMANAS HASTA LA TUMBA. NUNCA DIJO NADA SOBRE AQUELLO

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 ??  ?? A la izquierda, Auschwitz, el más temible de los campos de concentrac­ión y emblema de la solución final nazi. A la derecha, los valles gallegos y su orografía se convirtier­on en el escondite perfecto para los huidos de los campos de concentrac­ión, a los que Lola Touza ayudó en los trágicos años de la Segunda Guerra Mundial.
A la izquierda, Auschwitz, el más temible de los campos de concentrac­ión y emblema de la solución final nazi. A la derecha, los valles gallegos y su orografía se convirtier­on en el escondite perfecto para los huidos de los campos de concentrac­ión, a los que Lola Touza ayudó en los trágicos años de la Segunda Guerra Mundial.
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