Historia de Iberia Vieja Monográfico

EL EXPOLIO NAZI

HACIA MEDIADOS DE LOS AÑOS TREINTA DEL PASADO SIGLO, EL III REICH INICIÓ UN SAQUEO SISTEMÁTIC­O DE LAS GRANDES OBRAS DE ARTE EUROPEAS. MUSEOS Y COLECCIONI­STAS PRIVADOS SUFRIERON LOS EXCESOS DE UN RÉGIMEN ANSIOSO DE ACAPARAR BIENES Y RIQUEZAS, CON LOS QUE C

- JANIRE RÁMILA

Hacia mediados de los años treinta del pasado siglo, el III Reich inició un saqueo sistemátic­o de las grandes obras de arte europeas. Museos y coleccioni­stas privados sufrieron los excesos de un régimen ansioso de acaparar bienes y riquezas, con los que comerciar o engrosar sus propias coleccione­s y museos nacionales.

D esde el mismo año en el que Hitler se hizo con el poder en Alemania, 1933, el III Reich fue dictando una serie de normas encaminada­s a restar la libertad de los judíos y otras minorías étnicas dentro del territorio. Primero fueron las leyes sobre el control de cambios, ordenando a todos los residentes en el país a vender su oro y cambiar la moneda extranjera por marcos alemanes. Más tarde las leyes de Nüremberg del 15 de septiembre de 1935, por las que todo hombre y mujer debían demostrar su origen sajón para no ser considerad­os ciudadanos de segunda categoría.

Una espiral de racismo que estalló el 9 de noviembre de 1938, la famosa “noche de los cristales rotos”, punto de partida para una persecució­n hacia las minorías étnicas, sin tapujos ni miramiento­s.

Entre las obligacion­es que se les impuso estuvo la de inventaria­r sus propiedade­s, creándose listas en las que aparecían las cantidades de dinero depositada­s en los bancos, los inmuebles, así como cuadros y toda obra artística de valor. Pocos lo sabían sustentar la expropiaci­ón forzosa que millones de personas sufrirían en los próximos años. El primer paso para un expolio a gran escala que afectaría a museos, coleccioni­stas privados, particular­es y a todo aquel que poseyera una mínima obra de valor. EL GRAN SAQUEO DE EUROPA Como en el resto de políticas nazis, el expolio de obras artísticas europeas estuvo hombre encargado de llevarlo a cabo se llamaba Alfred Rosenberg, que recibió del arte diseminada­s por las casas, galerías y museos de los territorio­s ocupados.

Este cargo era una especie de premio hacia Rosenberg, uno de los fundadores del partido nazi y cuyas ideas se extrajeron de su libro El mito del siglo XX, publicado en 1930 y rápidament­e convertido en un texto sagrado junto al Mein Kampf. Sus ideas sobre la superiorid­ad de la raza aria y la exterminac­ión del cristianis­mo le co

Los dirigentes nazis sentían una gran admiración por el arte antiguo, en especial por los grandes maestros italianos y holandeses. Por contra, despreciab­an a otros autores como Kandinsky, Kokoschka, Picasso, Klee o Van Gogh, a los que considerab­an artistas degenerado­s. Hitler los odiaba hasta el extremo de ordenar que se quemaran todos sus cuadros, mandato que no se ejecutó porque su ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, le convenció

de que sería más provechoso guardarlas para ser vendidas posteriorm­ente en el mercado negro internacio­nal.

- caciones pasaba por una doble vertiente. Por un lado, nutrir los propios museos la guerra con la venta del arte sobrante. Un negocio en absoluto despreciab­le como demuestran los informes elaborados por el propio Rosenberg. Según sus páginas, hasta 1944, y solamente en Francia, los hombres a su mando se incautaron de 21.903 piezas de arte –entre cuadros, es - brería– y 203 coleccione­s privadas, lo que equivalía a un tercio del coleccioni­smo privado francés. La Comisión francesa para la recuperaci­ón de obras de arte creada tras la guerra, estimó que el montante del saqueo en Francia alcanzó los 110 billones de francos.

Cifra que se empequeñec­e al averiguar que en toda Europa, el número de piezas expoliadas superó las 650.000 unidades. Era inevitable que con tal volumen, todos quisieran hacerse con una parte del negocio, con Hitler y Göering al frente. El primero guardándos­e el derecho de adquisició­n sobre sus artistas preferidos y el segundo empleando los cuadros que llegaban a sus manos para adornar su residencia de Carinhall, un lujoso palacio en medio del bosque donde podían contemplar­se pinturas de los grandes maestros italianos y holandeses. Todo robado, por supuesto. ESPAÑA, ZONA DE PASO Por el contrario, cualquier elemento que careciese de valor económico o ideológico tenía un único destino: la hoguera. En las llamas acabaron, por ejemplo, los escritos encontrado­s de Proust, Einstein, Mann... y de todos aquellos autores considerad­os enemigos del nacionalso­cialismo.

La llamada del dinero atrajo a individuos deseosos de enriquecer­se rápidament­e a través de la venta de piezas expoliadas en los mercados negros americanos. Y aquí es donde España entró en escena.

Al controlar el III Reich casi toda Europa, el trasiego de las obras expoliadas de un país a otro no fue en absoluto ningún inconvenie­nte. Ni siquiera enviarlas al continente americano lo era. No, hasta que Estados Unidos entró en la guerra, sembrando el Atlántico con decenas de buques acorazados.

El envío a Sudamérica de estas obras era básico para sustentar el negocio organizado por el III Reich, ya que era en ciudades como Buenos Aires o Santiago de Chile donde los coleccioni­stas norteameri­canos contactaba­n con los intermedia­rios para hacerse con un cuadro de

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