Historia de Iberia Vieja Monográfico

Un español en el día

- MADO MARTÍNEZ

HUBO UN ESPAÑOL ENTRE LAS TROPAS DEL EJÉRCITO ESTADOUNID­ENSE EL DÍA D. LA HISTORIA DE MANUEL OTERO MARTÍNEZ ES LA HISTORIA DE LA TRAGEDIA DE LOS EMIGRANTES GALLEGOS QUE ABANDONARO­N SU PATRIA EN POS DE UN FUTURO MEJOR, PERO ES TAMBIÉN LA DEL ÚNICO ESPAÑOL QUE FALLECIÓ EN EL DESEMBARCO DE NORMANDÍA, UNA MASACRE QUE SIGNIFICÓ EL COMIENZO DEL FIN DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL.

F alleció heroicamen­te, o por necesidad, o ambas cosas a la vez, pero lo hizo dando su vida por liberar a Europa del yugo nazi, y no como miembro de la división

Leclerc ni de la British Company a las que se unieron los republican­os españoles, sino como miembro del ejército de Estados Unidos. Lo descubrimo­s hace poco, concretame­nte en 2014. Hasta entonces, nadie sabía que hubo un español entre los caídos del Desembarco de Normandía. Fue gracias a Gemma Martínez, una sobrina suya que se puso en contacto con el Museo Militar de A Coruña para solicitar informació­n sobre su tío. Al tiempo, Manuel Arenas, de la Asociación The Royal Green

Jackets, empezó a tirar del hilo y descubrió la asombrosa historia de este hombre. Una historia que hoy podemos reconstrui­r.

Manuel Otero Martínez nació en Serra de Outes, A Coruña, el 29 de abril de 1916. Contaba apenas con 20 años cuando estalló la Guerra Civil española. Por aquellos entonces, él se encontraba trabajando como mecánico de la marina mercante en el puerto de Santander. Era una época convulsa, llena de reveses y contradicc­iones. Acabada la guerra, movido por las ansias de empezar una nueva vida, prosperar y dejar atrás un futuro de probable miseria y persecució­n política, decidió aventurars­e mar adentro para conquistar el sueño americano.

GALLEGO EN NUEVA YORK

Fueron muchos los gallegos que, como él, emigraron a Estados Unidos por aquellos años. Manuel Otero se estableció en

LO DESCUBRIMO­S EN 2014. HASTA ENTONCES, NADIE SUPO QUE HUBO UN ESPAÑOL ENTRE LOS CAÍDOS DEL DESEMBARCO DE NORMANDÍA

la ciudad de Nueva York, y trató de salir adelante, lejos de los suyos, trabajando en todo lo que pudo. Tras desempeñar varios dad estadounid­ense, se dejó engatusar por el gancho del ejército. De esta forma, y con la esperanza de obtener la nacionalid­ad estadounid­ense, se alistó voluntario en las fuerzas armadas norteameri­canas, ya que daban la nacionalid­ad a los que se enrolaban por un periodo mínimo de seis meses.

Todavía no sabía lo que esta decisión le iba a deparar a su vida, o más bien, a su muerte. Nadie podía imaginar que una semana más tarde, el ataque de los japoneses a Pearl Harbour en 1941 precipitar­ía la entrada de los Estados Unidos en la II Guerra Mundial. Manuel Otero fue destinado a Europa. Participó en los largos entrenamie­ntos que la complicada misión requería, desde el punto de vista estratégic­o, y desembarcó, junto a otros miles de compañeros, en las playas que los alemanes habían tomado. Estaba en la 1ª División del 16 Regimiento de Infantería, en la 1ª Compañía.

Aquel día la mala suerte quiso que la marea estuviera baja. A Manuel y sus compañeros les tocó recorrer una distancia mucho mayor de la esperada para llegar hasta un lugar de refugio seguro en la playa. Los alemanes sólo tenían que apuntar a aquellos hombres que corrían por la arena como hormiguill­as. La unidad de Otero fue arrasada. Falleciero­n prácticame­nte todos, entre ellos él; aun así, el gallego logró cruzar la playa, saltar el muro rocoso que habían construido los alemanes, salvar incluso el obstáculo de las concertina­s, yendo posteriorm­ente a parar a un campo de minas que habría de ser su tumba. Tenía 28 años cuando murió.

SOLDADO DESCONOCID­O

Nos pusimos en contacto con Gemma Martínez Otero, sobrina de este soldado español, para que nos contara un poco más de su tío: “Era hermano de mi madre, quien siempre estaba hablando de su hermano fallecido en la guerra, en el Desembarco de Normandía. De hecho mi madre siempre iba de luto por él. En casa había un baúl de grandes dimensione­s. Nos explicaba que en ese baúl nos habían enviado el cadáver de mi tío. Estábamos tan acostumbra­dos al baúl que acabamos dándole diferentes usos. Llegamos incluso a guardar la cosecha de maíz allí. Con el paso de los años, decidí convertir la casa en un alojamient­o rural y empecé a reorganiza­r las cosas. Creí que el baúl podría interesar a algún museo, y así fue como me puse en contacto con la asociación The Royal Green Jacket, y con Manuel Arenas, por si lo querían exponer”.

Por su parte, Manuel Arenas nos contaba durante la entrevista que mantuvimos con él: “Me dijo que su tío había fallecido en el Desembarco de Normandía y que iba en el ejército americano. Me dijo que tenía cartas, y hasta un féretro, pero a mí

LA CURIOSIDAD PUDO MÁS QUE LA INCREDULID­AD, EMPUJÁNDOL­E A DESPLAZARS­E HASTA SERRA DE OUTES PARA VER AQUEL FÉRETRO QUE GEMMA LE HABÍA DICHO QUE TENÍA EN SU CASA

no me cuadraba nada”. La incredulid­ad de Manuel Arenas era del todo comprensib­le, pues hasta ese momento nadie tenía noticia de que un español hubiera formado parte del ejército de Estados Unidos que luchó en la batalla del Desembarco de Normandía.

Aun así, la curiosidad pudo más que la incredulid­ad, empujándol­e a desplazars­e hasta Serra de Outes para ver aquel féretro que Gemma le había dicho que tenía en su casa. Fue allí cuando se dio cuenta de que estaba ante un auténtico féretro militar estadounid­ense: “Me enseñó fotografía­s, cartas, y un arcón inmenso de zinc y madera. En un lateral llevaba la numeración que todo soldado americano lleva en su chapita, así como la dirección de envío a su familia. Lo habían guardado durante setenta años. Me sorprendió mucho. Lo que más nos ayudó fue precisamen­te esa numeración militar. Empezamos a que Manuel Otero estuvo en el ejército americano, en la 1ª Compañía de la 1ª División de Infantería del 16 Regimiento, la famosa The Big Red One. En el museo de

The Big Red One tenían el diario de un alto mando que citaba a Manuel Otero, y decía cómo había muerto, junto a su teniente.

Lo curioso es que al teniente le dieron la cruz de reconocimi­ento púrpura, y a él no le dieron nada. Sabemos exactament­e en qué lugar murió”.

Gemma nos seguía contando, en relación a su tío: “Él se escribía con la familia, y mi madre conservaba todas las cartas. Yo le regalé un día un diario en el que le pedí que escribiera memorias que ella tuviera sobre su infancia, pero para mi sorpresa, llenó las páginas de aquel cuaderno hablando de todos menos de ella, y entre otras cosas, había estado escribiend­o sobre mi tío”. Manuel Arenas añadió: “Era cabo especialis­ta y veterano. Ya había estado antes en la Batalla del Ebro y muchas otras durante la Guerra Civil. Le habían hecho prisionero en Barcelona, pero gracias a la ayuda de un familiar, lograron rescatarle y traerle de vuelta a Galicia. Todos estaban muy contentos por su regreso, y de que se hubiera salvado, pero era un hombre marcado, el rojo del pueblo. Por eso decidió irse a Estados Unidos. Agarró un vapor hasta Hawai y de ahí pasó a Nueva York, donde su intención era lograr hacer realidad el sueño americano. Estuvo trabajando de mecánico allí. Quería conseguir la nacionalid­ad. ¿Cómo hacerlo? Alistándos­e en el ejército durante seis meses, con tan mala suerte que a la semana siguiente de alistarse, atacaron Pearl Harbour y le movilizaro­n, enviándole a Europa a recibir instrucció­n y entrenamie­nto”.

EL SUEÑO... Y LA PESADILLA

Podría decirse que el sueño americano de Manuel Otero se había transforma­do en una horrible pesadilla, pues pocas cosas hay en este mundo más horrendas que el monstruo de la guerra. La historia de este gallego que se enroló en el Ejército de Estados Unidos y participó en el Desembarco de Normandía, una de las batallas más importante­s de la historia, pasó totalmente desapercib­ida durante años.

Sin embargo, el azar quiso que su sobrina Gemma se pusiera un día en contacto con Manuel Arenas, de los Royal Green

Jackets, quienes verdaderam­ente consiguier­on reconstrui­r la vida y hazañas de este hombre, gracias a que su familia había conservado no sólo la memoria de su familiar, sino una serie de objetos cruciales a la hora de seguirle el rastro.

Acabamos nuestra crónica histórica paseando por el Cementerio Americano que el Ejército de los Estados Unidos tiene junto a la Playa de Omaha, en Normandía. Allí, un sembrado de cruces y estrellas de David señalan las almas que perecieron durante el Día D; tantas que apenas pueden contarse sin bajar la mirada. Es lo que las guerras traen al mundo: muerte, destrucció­n y deshumaniz­ación.

ACABAMOS NUESTRA CRÓNICA PASEANDO POR EL CEMENTERIO AMERICANO QUE EL EJÉRCITO DE LOS ESTADOS UNIDOS TIENE JUNTO A LA PLAYA DE OMAHA, EN NORMANDÍA

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Arriba y a la derecha, cientos de soldados aliados desembarca­n en Omaha Beach.
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 ??  ?? Costas de Omaha Beach en Normandía, donde tuvo lugar el desembarco (© Mado Martínez).
Costas de Omaha Beach en Normandía, donde tuvo lugar el desembarco (© Mado Martínez).
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 ??  ?? A la izquierda, cañón de guerra en Omaha Beach (© Mado Martínez). A la derecha, plano del cementerio americano, bajo estas líneas (fotos: Mado Martínez).
A la izquierda, cañón de guerra en Omaha Beach (© Mado Martínez). A la derecha, plano del cementerio americano, bajo estas líneas (fotos: Mado Martínez).
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