Con el paso de los años la historia del Titanic fue agrandándose hasta alcanzar la categoría de mito y sus supervivientes narraron una y otra vez sus experiencias
en su lugar, pero cuando comprobó que Gerda había muerto congelada, no tuvo más remedio que dejar que su cuerpo se hundiese en el mar.
En otros botes se vivieron escenas similares. Si alguien fallecía congelado se le arrojaba por la borda para dejar que otro ocupase su lugar.
ENGULLIDO POR EL MAR
Al marcar los relojes las 02.20 minutos de la madrugada, del Titanic apenas se ve una pequeña parte de su casco. Los que aún no han caído al mar se abrazan y entonan el himno “Cerca de ti, señor”. Ya no hay más botes, tampoco luz. “De pronto, se oyó un ruido enorme. Como si una montaña se viniera abajo. Cuando me decidí a volver la cabeza, el barco había desaparecido como si se le hubiera tragado una garganta misteriosa”, fue el último recuerdo que Josefa tuvo del barco. El Titanic había desaparecido.
Con las luces del alba, el Carpathia se dejó ver en el horizonte y poco después fue recogiendo los diferentes botes que flotaban diseminados con pasajeros ateridos de frío, conmocionados por la tragedia y sollozantes por tantas vidas perdidas. Aparte de los que viajaban en los botes, ni un solo pasajero del Titanic fue rescatado con vida,.
Durante horas se peinó el lugar del siniestro, hasta que, convencido de no hallar más supervivientes, el capitán del
Carpathia ordenó dirigirse a Nueva York. Allí los rescatados fueron acogidos con un inmenso respeto.
En las semanas siguientes, varios barcos de la compañía White Star Line continuaron recogiendo cadáveres de la zona. Luego se mostraban a sus posibles familiares para que los identificasen, algo que no siempre era posible. Uno de los que nunca aparecieron fue el de Víctor Peñasco, hasta la fecha el único español fallecido en el hundimiento. “La doncella fue a identificar los cadáveres. Tuvo que mirar uno por uno, pero Víctor no estaba”, relataría su esposa Josefa Pérez. Con el paso de los años la historia del
Titanic fue agrandándose hasta alcanzar la categoría de mito y sus supervivientes fueron requeridos una vez tras otra para que narrasen sus experiencias a bordo del “barco de los sueños”. Algunos las relataron gustosamente desde el principio, otros, como Josefa Pérez o Juliá Padró, pasadas varias décadas del hundimiento.
Lo allí vivido les había marcado tan profundamente, que solo se vieron capaces de relatarlo casi al fin de sus días y siempre como homenaje a quienes perdieron