Historia de Iberia Vieja

Sin renunciar a sus derechos, el Temple aguardó, paciente, a que se presentara una solución favorable al contencios­o

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mer momento para reivindica­r lo que les pertenecía. Sin renunciar a sus derechos, aguardaron, pacientes, a que se presentara una solución favorable al contencios­o.

Y, afortunada­mente, no tuvieron que esperar mucho. Las órdenes militares eran cada día más poderosas y el apoyo decidido de la Santa Sede hacía que ningún príncipe se atreviera a cuestionar su influencia.

La solución para el litigio se fraguó por una serie de medidas llevadas a cabo por Ramiro II. De su matrimonio con Inés de Poitiers, hija de Guillermo IX, duque de Aquitania, nació Petronila, quien, con tan solo un año de vida, fue prometida a Ramón Berenguer IV, el conde de Barcelona. Tras un acuerdo con Ramiro II, el conde se hizo con las riendas de la Corona de Aragón con el título de príncipe, mientras que el monje siguió conservand­o los honores de rey aunque retirado ya de la vida pública.

Fue este Ramón Berenguer IV, el Santo, quien, en 1140, parlamentó con Raimundo gran maestre de la Orden del Hospital y portavoz autorizado también del Santo Sepulcro. El príncipe reconoció los derechos de ambas institucio­nes sobre dos tercios del reino de Aragón, que, no obstante, y con la conformida­d de ambas órdenes, siguieron bajo la autoridad del princeps.

Los templarios, por supuesto, no se quedaron atrás. Negociaron por su cuenta con el conde de Barcelona y este les dio un poder cada vez mayor, que empezaría a forjar la leyenda de esta Orden de monjes soldados en la península Ibérica, la Orden a la que Alfonso I el Batallador entregó, en 1134, la Corona

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