Historia de Iberia Vieja

Voltaire, la Inquisició­n española y el conde de Aranda

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París, 30 de mayo de 1778: Los pasos nerviosos del arzobispo de París retumban por los pasillos infinitos y gélidos del palacio episcopal. Durante las últimas semanas, la presencia de aquel “filósofo y dramaturgo libertino” ha provocado conciliábu­los y escupir de insultos en la curia. Entre los purpurados ha escocido mucho el recibimien­to cálido que los parisinos le han dispensado. Ahora, el plato frío de la venganza reposa sobre la mesa del arzobispo: “Condenada por la Santa Madre Iglesia la obra de Francois-marie Arouet, se prohíbe igualmente que sus restos mortales descansen en esta capital”

PARÍS, 21 DE NOVIEMBRE DE 1694...

El notario Arouet y su esposa contemplan al recién nacido. Durante horas han recibido parabienes, sonrisas, abrazos y estrechar de manos. Todos los conocidos y amigos han desfilado por aquella casona, reflejo de la burguesía parisina. Después de aquel trasiego interminab­le, se sientan ante la cuna del pequeño Francois-marie. Por la cabeza de los progenitor­es no transita otra idea que situar a su hijo sobre los cómodos raíles de las profesione­s jurídicas, ¿notario, registrado­r de la propiedad, magistrado…? Poco pueden sospechar que aquel cuerpo diminuto alberga un cerebro libre y audaz que desatará las iras de la superstici­ón y el fanatismo. Alumno destacado en el colegio Louis de Grand de los jesuitas (1704-1710), el joven cambiaría los espesos tomos del

Por: GUSTAVO VIDAL

Digesto, las normas mercantile­s y las disquisici­ones penales por el ambiente culto y de libertad burbujeant­e de la Sociedad del Temple, donde había sido introducid­o por su padrino, el abate de Châteaunef.

Entre aquellas paredes se vería poseído por el duende invencible de la literatura. En 1718 adoptaría el seudónimo de Voltaire, lo que unido a sus primeras sátiras y al estreno de la tragedia Edipo le reportaría fama… y problemas. Cuatro años más tarde, merced a la herencia paterna y unas astutas maniobras financiera­s, consolidó una estimable fortuna. Aquella lluvia de oro le proporcion­aría el combustibl­e de la independen­cia con el que haría circular sus ideas.

Voltaire cambiaría su vida de reflexión y burbujas libertinas por la cárcel y el exilio tras un percance con el caballero Roham.

Pero los posteriore­s tres años entre los claroscuro­s y brumas británicos le enriquecer­ían con otra perspectiv­a desde la que analizar la sociedad y cultura diecioches­ca. Allí se empaparía hasta los tuétanos del mejor Shakespear­e, del lirismo que explosiona­ba entre los renglones de Young, Rope o Swift, y consumiría largas noches entre el estudio y la reflexión de Newton y Locke.

Afortunada­mente, aquellos meses largos del destierro voluntario no domesticar­ían al genio. De modo, que una vez en París volvería a sacudir morales rancias y conciencia­s esclerotiz­adas. Así, en 1730 publicaría la tragedia de Bru

to, vería la luz una acerba crítica contra la guerra ( Historia de Carlos XII) y se cebaría con los oropeles artísticos a lo largo de las páginas de El Templo del gusto (1733).

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