Evidentemente, la información manejada por Voltaire sobrevuela cimas
de fantasía al asegurar que “en España no hay jesuitas, ni jansenistas”
Pocos días más tarde, Voltaire contestaba con ardor: “¡Que si yo recibiré a Grandes de España que no son supersticiosos, que tampoco son familiares de la Inquisición!”.
Reconforta observar a un hombre como el parisino calificando de “superstición” al rancio catolicismo ibérico. A su vez, nos legará un trasunto de su hospitalidad: “Les haré los honores de mi retiro lo mejor que pueda. Estoy enfermo, viejo y débil, pero ellos serán los dueños de mi casa, y serán ellos los que me recibirán cuando yo me presente ante ellos”. Obviamente, el entusiasmo volteriano ante la visita de dos españoles “no supersticiosos” supura entre estos renglones.
Ningún documento ha quedado de aquellos tres días de encuentro. Pero se deduce que tanto el marqués de Mora como el duque de Villahermosa desplegaron una hagiografía del conde de Aranda.
Así, el 1 de mayo, un eufórico Voltaire remitiría estas líneas a d´alembert: “Mi querido amigo, mi querido filósofo, que el ser de los seres extienda sus eternas bendiciones sobre su muy favorito Aranda… ¡Un nuevo siglo se forma entre los habitantes de Iberia! La aduana de los pensamientos ya no cierra el camino a la verdad. Se han cortado las uñas al monstruo de la Inquisición”.
Sin duda, Voltaire experimentó un optimismo febril como lo prueban no solo aquellas líneas, sino también las dirigidas a Jean François Duffour, señor de Villevielle: “La Inquisición de España no ha sido abolida, pero se le han arrancado los dientes a este monstruo y se le han cortado las uñas hasta la raíz. Todos los libros tan severamente prohibidos en París entran libremente en España. Los españoles en menos de dos años han superado cinco siglos de la más infame santurronería”.
Resulta evidente que Villahermosa y Mora magnificaron el papel del conde de Aranda, aunque un mes más tarde se promulgaría una real Cédula de Carlos III limitando los procedimientos inquisitoriales y la quema de libros. Norma en cuya gestación había jugado Aranda un máximo protagonismo.
CORRESPONDENCIA SOBRE LA INQUISICIÓN
Como podemos constatar, la sinrazón inquisitorial rechinaba en el alma erudita de Voltaire. El 5 de mayo, tras la visita de Mora y Villa Hermosa, escribe a Jacob Vernes su admiración por Aranda ya que “arrancó los dientes y uñas a la Inquisición y finalmente ha hecho recorrer a los españoles en un año más camino que los franceses en veinte”.
Al día siguiente reiterará su admiración en una amplia carta dirigida al conde Argental en donde plasma a un Aranda capaz de construir un nuevo siglo para España, además de repetir la metáfora sobre las uñas y dientes inquisitoriales.
Evidentemente, la información manejada por Voltaire sobrevuela cimas de fantasía al asegurar que “en España no hay jesuitas, ni jansenistas. La nación es ingenua y atrevida; es un resorte que la infame superstición había doblegado durante siglos y que recupera una elasticidad prodigiosa”.
En otra misiva a Argental, en 1770, Voltaire sigue rezumando optimismo pues “se corta las uñas al muy reverendo Gran Inquisidor”. Y la Inquisición, musa de las obsesiones volterianas, se reflejaría en otro escrito, remitido a Dominique Andibert: “Sabréis, sin duda, que el poder de la Inquisición acaba de ser ahogada en España. Es una serpiente…”.
Este último chispazo de euforia, bien podría deberse al Real Decreto de 7 de fe-
brero de 1770, que apartaba al Santo Oficio de la competencia en delitos de bigamia. Lamentablemente, el monstruo mantenía intacta su prerrogativa para enjuiciar los delitos de bigamia y herejía.
Y Voltaire continuaría trazando renglones semejantes, sobre una idealizada España rebosante de luz intelectual, que alumbra a la Francia oscura. En suma, la vieja Iberia convertida en un ejemplo de ilustración y laicidad gracias al conde de Aranda.