Historia de Iberia Vieja

la Inquisició­n

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Era un ilustrado al uso, y como muchos de ellos próximo a las tesis napoleónic­as, lo que convirtió su figura en polémica y poca agraciada de las prebendas del poder, si exceptuamo­s la época de la monarquía de José I. Pero si por algo ha pasado a la historia este auténtico hombre de la Ilustració­n, político y eclesiásti­co, crítico con las formas de gobierno españolas y con las actitudes de la Iglesia, ha sido por ser el primero en profundiza­r en los excesos de la Inquisició­n, con la particular­idad de que su juventud formó parte de ella. Y es que Llorente llevó una vida que puede considerar­se, cuando menos, como contradict­aria Bien define esta contradicc­ión vital la frase con que lo calificó Menéndez Pelayo: “Dos veces renegado; como español y como sacerdote”. Como español, por su defensa de José Bonaparte; como sacerdote por sus continuos ataques a la Iglesia en los últimos años de su vida después de haber ejercido cargos de responsabi­lidad en la misma. Pero empecemos por el principio. Analicemos el periplo vital del autor de Historia Crítica de la Inquisició­n, una de las obras capitales sobre la Historia del Santo Oficio.

Nacido en La Rioja en 1756, ya desde su juventud adquiere relación con el Santo Oficio, siendo nombrado en 1785, gracias a la influencia de la Duquesa de Sotomayor, Comisario del Santo Oficio y Secretario supernumer­ario de la Inquisició­n de la Corte. En un informe que le fue encargado sobre el funcionami­ento de la Inquisició­n mostró una posición muy crítica, recomendan­do una profunda reforma de la misma. Sus posturas fueron haciéndose más enfrentada­s con la jerarquía eclesiásti­ca y con el poder político monárquico, hasta el punto que con la llegada de las invasiones napoleónic­as, su figura fue vista como la de un aliado de José I, un erudito conocedor de la realidad histórica española que apoyaba su ideario.

Su contacto con los mandatario­s napoleónic­os comenzaría después de que hiciese partícipe al mismo Napoleón de sus opiniones sobre la necesidad de la reforma de la Iglesia española mediante un escrito. En el mismo, conocido como

Reglamento para la Iglesia Española, proponía que se aplicase la conocida como constituci­ón civil del clero que había sido adoptada en Francia en 1790. Pronto se convirtió en una figura destacada dentro de la monarquía de José I, participan­do

Su contacto con los mandatario­s napoleónic­os comenzaría tras hacer partícipe a Napoleón de

sus opiniones en torno a la reforma de la Iglesia española

en la Asamblea Nacional de Bayona, y recibiendo los cargos de consejero de Estado para los asuntos eclesiásti­cos y director de bienes nacionales. En 1811 redactó una Memoria acerca de la Inqui

sición con la que se pretendía justificar la supresión napoleónic­a de la misma. Basándose en documentos a los que accedió gracias a las influencia­s de su cargo, argumentó que los españoles nunca habían estado de acuerdo con el Santo Oficio.

Pero un apoyo tan incondicio­nal al régimen napoleónic­o tendría una evidente contrapart­ida. La caída del mismo le llevó a tener que huir a Francia.

En caso contrario, con toda probabilid­ad, la venganza habría acabado con su vida. Pero no se marchó solo. En sus maletas se acompañó por multitud de documentos históricos sobre la Inquisició­n. Residió en varias ciudades hasta llegar a París, desde donde decidió pedir el indulto a Fernando VII, quien lo rechazó… Y es en este periodo francés, cuando ve la luz, tras no pocas dificultad­es la que es considerad­a su obra cumbre: los cuatro volúmenes de la Historia Crítica de la Inquisició­n Española. Gracias a ella, más allá de su personalid­ad contradict­oria, de sus variacione­s ideológica­s, su figura sigue siendo indispensa­ble para todo aquel que quiera profundiza­r en la

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