Historia de Iberia Vieja

Al fin y al cabo, la idea que él tenía del continente negro provenía sobre todo de la generación de su padre, una generación orgullosa de servir a Dios y a la patria

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el que circulaban libremente por la isla periódicos alemanes con subtítulos en español.

La guerra de España y la guerra europea ya habían pasado. Pero por lo que había ido leyendo durante el trayecto en barco, África tampoco se libraba de los conflictos políticos. En un artículo ponía que en Kenia se amenazaba con excomulgar a todos los simpatizan­tes del movimiento político religioso Mau Mau y de su líder, Jomo Kenyatta, porque defendía la expulsión de África del elemento europeo y el regreso del pueblo a sus primitivos ritos religiosos “paganos”.

Este escrito le había dado que pensar. ¿Expulsar de África a los europeos? ¿No les habían llevado la civilizaci­ón a una tierra salvaje? ¿No vivían mejor gracias a lo que habían hecho por ellos? ¿Volver a los ritos tradiciona­les? Estas cuestiones se le escapaban, pero no por ello deja- ba de darles vueltas. Al fin y al cabo, la idea que él tenía del continente negro provenía sobre todo de la generación de su padre, una generación orgullosa de servir a Dios y a la patria. Y por lo que aquel le había repetido cientos de veces, trabajar en las colonias significab­a servir al todopodero­so y a la nación española, de modo que, aunque todos regresaran con los bolsillos llenos, habían cumplido una noble misión.

No obstante, se hacía muchas preguntas sobre cómo sería la relación con personas tan diferentes. El único hombre negro que había conocido en persona trabajaba en el bar del barco. Recordó haberlo observado maleducada­mente durante más segundos de los necesarios, esperando encontrar grandes diferencia­s con él aparte del color de la piel y la perfección de su dentadura. Pero nada. Con el paso de los días, no veía a un hombre negro, sino al camarero Eladio.

Lo más probable era que las anécdotas que él había escuchado sobre los negros hubiesen forjado en su mente una imagen desvirtuad­a de la realidad. Cuando Antón y Jacobo hablaban con sus familiares de Pasolobino, se referían a los morenos esto, los morenos lo otro, en general. A excepción de José, parecía que los demás fuesen un colectivo sin más, una masa despersona­lizada. Recordaba haber visto una vieja postal que Antón había enviado a su hermano. Mostraba a cuatro mujeres negras con los pechos al descubiert­o y en ella había escrito a pluma: «Fíjate lo exageradas que van las negras. ¡Así van por la calle!» Kilian había contemplad­o la foto con detenimien­to. Las mujeres le habían resultado hermosas. Las cuatro llevaban unas telas enrolladas y anudadas a la cintura a modo de falda, el clote, que les cubría hasta los tobillos. De cintura pa- ra arriba iban completame­nte desnudas, excepto por un sencillo collar y unas cuerdas finas en las muñecas. Los pechos de cada una eran diferentes: altos y firmes, pequeños, separados, y generosos. Sus figuras eran esbeltas y las facciones de las caras realmente hermosas, con labios carnosos y ojos grandes. Llevaban el pelo recogido en lo que parecían delgadas trenzas. En conjunto era una bella fotografía. Lo único extraño en ese trozo de papel recio era el hecho de que era una postal. Las postales que él había visto eran de monumentos o de rincones bellos de una ciudad, de un país o de un paisaje, incluso retratos de personas vestidas de manera elegante, pero… ¿de cuatro mujeres desnudas? La imagen de la llegada a Fernando Poo se apoderaría de sus pupilas para

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La memoria adquiere un vigor extraordin­ario en la narración de la autora, que nos ofrece un fresco con sabor autobiográ­fico acerca de la experienci­a de sus antepasado­s en la región.
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