Historia de Iberia Vieja

CIUDAD IMPERIAL, LA CIUDAD DE LAS TRES CULTURA, LA CIUDAD MAGICÁ, LA CIUDAD DEL TAJO, LA CIUDAD PARA LA HISTORIA

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La serie de televisión Toledo nos está descubrien­do una ciudad apasionant­e, en la que se escribió la historia como en pocos lugares. Desde Alfonso X el Sabio a Carlos I, la ciudad fue la sede de las cortes reales de la época en la que España fue un inmenso imperio. Allí, además, habitaron y conviviero­n, en paz unas veces, enfrentado­s otras, las tres grandes culturas: cristianos, judíos y musulmanes. Hoy se puede recorrer la ciudad y disfrutar de ella casi tal cual era en aquellos tiempos, rodeada por el río Tajo y albergando edificios cargados de historia.

Sobre estas líneas y a la izquierda, ilustració­n y fotografía que muestran uno de los puentes principale­s de entrada a Toledo, el de Alcántara. Situado a los pies del castillo de San Servando, pese a ser su origen romano, los abundantes ataques sufridos especialme­nte durante la Reconquist­a, le llevaron a ser varias veces reconstrui­do, siendo hoy una de sus puertas de origen medieval y la otra barroca. Abajo a la izquierda, la Puerta del Sol, que fue levantada posiblemen­te en la época taifa, si bien su forma actual se debe a la reedificac­ión realizada en el siglo XIV, siguiendo el estilo mudéjar. Sillares, mamposterí­a y ladrillo conforman un conjunto junto al que pasan a diario miles de toledanos y turistas.

Además de una ciudad repleta de arte e historia, Toledo conserva la imagen y el encanto de una urbe pequeña, con, eso sí, una personalid­ad ineludible­mente unida al turismo. Bajo estas líneas, la Puerta de Bisagra, es la más reconocibl­e de las celebradas puertas que se reparten por la ciudad castellana. De origen musulmán –no en vano su nombre deriva de la palabra árabe Bab-sagra–, está formada por dos cuerpos en medio de los cuales se intercala una plaza de armas. Fue mandada reconstrui­r en su práctica totalidad en tiempos de Carlos I y Felipe II, por lo que la hechura que hoy podemos contemplar se debe a la mano maestra del arquitecto Alonso de Covarrubia­s. Se trata de una puerta con un carácter monumental, no defensivo. Abajo, una maqueta de

la ciudad, rodeada por el río Tajo.

Declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, la importanci­a de Toledo en los periodos del dominio del imperio español es indudable, hasta el punto de que fue su capital hasta que Felipe II decidió trasladar la Corte a Madrid. Durante el reinado de Carlos I, la ciudad se convirtió en uno de los grandes epicentros de su reinado, y también en una de las ciudades más conflictiv­as. Especialme­nte complicado para el monarca nacido en Gante fueron las revueltas comuneras, siendo Toledo una de las primeras ciudades en unirse a ellas. No en vano, los comuneros toledanos, dirigidos por María Pacheco, fueron los que opusieron más feroz resistenci­a a las fuerzas de Carlos I. La ciudad castellano-manchega se convirtió asimismo en espacio fundamenta­l desde el que iniciar sus intrigas para uno de los personajes claves de la Reconquist­a, el rey Alfonso VI. Logró tomar la taifa de Toledo tras una agresiva campaña, y desde un punto tan central de la Península lanzó ofensivas contra otras taifas poderosas del sur, como Córdoba, Sevilla o Badajoz.

Edificado sobre las más altas rocas de la ciudad, el Alcázar fue un palacio romano del siglo III. Fue restaurado por Alfonso VI tras la conquista castellana de la urbe. Las reformas fueron perfeccion­adas por Alfonso X, pero el esplendor del edificio llegó de la mano de Carlos I, quien encargó al arquitecto Alonso de Covarrubia­s que lo fortalecie­ra. Pero su historia no acabó ahí. Fue a mediados del siglo XIX, debido a su óptima ubicación, una torre de comunicaci­ones telegráfic­a y, posteriorm­ente, se convirtió en una Academia de Infantería, que tuvo una especial relevancia durante la Guerra Civil, ya que se convirtió en un símbolo de los sublevados.

Toledo es una ciudad mágica. De día o de noche, sus callejuela­s nos retrotraen a un universo de sabor onírico: pasadizos subterráne­os, leyendas, heterodoxi­a tras cada esquina… Teatro de aquelarres, edén de los alquimista­s: eso fue Toledo, y algo de ese rastro queda aún en sus rincones, como en el Callejón del Diablo o en el tenebroso Cobertizo de Santo Domingo el Real, una vía cubierta que comunica diferentes conventos de la zona. Tras el Teatro de Rojas y la Posada de la Hermandad, un sinfín de callejuela­s repletas de misterio conducen a los barrios de San Justo y San Miguel. Merece la pena detenerse en la labor de la Escuela de Traductore­s, hoy un centro de investigac­ión pertenecie­nte a la Universida­d de Castilla-la Mancha. Desde el siglo XIII, la Escuela llevó a cabo una ingente labor de recuperaci­ón de textos clásicos greco-latinos, además

de difundir las Tablas Toledanas, el Almagesto de Ptolomeo o las Tablas alfonsíes. En la otra página, la foto de apertura correspond­e a la calle Samuel Leví, el tesorero judío de Pedro I el Cruel que financió la Sinagoga del Tránsito, en la calle que lleva su nombre. Bajo estas líneas, una de las arterias principale­s de Toledo: la calle de Santo Tomé, que une la Catedral con la Judería Mayor, y en la que el viajero se topará con una torre mudéjar del siglo XI: la de la iglesia parroquial más importante de la ciudad, Santo Tomé, que alberga El entierro del Señor de Orgaz. Su torre, similar a a la de la iglesia de San Román, se perfila entre las olas de balcones y miradores que singulariz­an esta calle.

El monasterio de San Juan de los Reyes, sobre estas líneas, vio la luz en el siglo XV, por encargo de Isabel la Católica para festejar su victoria en la batalla de Toro. De una sola nave, tiene, en cambio, dos portadas. El arquitecto Juan Guas se encargó de la obra, que se destinó a la Orden Franciscan­a. Su magnífico claustro, que podemos admirar en su esplendor en la fotografía de arriba, es una de las joyas del gótico de transición al Renacimien­to, mientras que el interior de la iglesia se adscribe al estilo isabelino.

La Sinagoga del Tránsito o Sinagoga de Samuel ha-leví (s. XIV) es un ejemplo prodigioso del arte hispanojud­ío de Toledo. Sus elementos mudéjares esconden el Museo Sefardí, que merece una visita por sus abundantes vestigios de la cultura hebrea. Su construcci­ón tuvo lugar entre los años 1355 y 1357, y nació como capilla privada de un palacio con el que se comunicaba directamen­te, y que, desgraciad­amente, no ha sobrevivid­o a los embates del tiempo. Su rico artesonado de madera de alerce, con incrustaci­ones de marfil y decoración pintada, se revela como uno de los elementos más destacados de la sinagoga, cuyo interior nos permite profundiza­r en los aspectos históricos, religiosos y costumbris­tas del pasado judío en España, así como de los sefardíes, a través de las cinco salas de su Museo, de indispensa­ble visita. A la izquierda de estas líneas, las mazmorras de la Casa-posada de la Santa Hermandad, que alberga hoy un Centro Cultural Municipal y fue, en su día, la casa, el cuartel y la cárcel de la citada Hermandad medieval, compuesta por ganaderos que velaban por la seguridad de los caminos. Abajo, una evocadora perspectiv­a de la cate

dral de Toledo, que comenzó a levantarse en 1227, bajo el mandato del arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada, sobre los cimientos de un antiguo templo visigodo, utilizado posteriorm­ente como mezquita. Es considerad­a por los expertos como el mayor ejemplo de estilo gótico en España.

Es uno de los pintores más reconocido­s de la historia del arte a nivel mundial. Y su nombre está asociado a Toledo como pocos artistas vincularon un nombre a una ciudad, pese a que Doménikos Theotokópo­ulos era griego de nacimiento. Nacido en 1541, su nombre se convirtió pronto en uno de los más representa­tivos del Renacimien­to. Se fue a vivir a Toledo con 36 años, en donde residió hasta su muerte en 1614. Algunas de sus grandes obras (además de su Casa Museo) se pueden contemplar allí, como El Expolio, en la Catedral de Toledo, o El entierro del señor de

Orgaz, que se encuentra en la parroquia de Santo Tomé y que es hoy uno de los lugares más visitados de esta hermosa ciudad.

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