Historia de Iberia Vieja

LA RED GLADIO

Los secretos de la Transición (II parte)

- Por: BRUNO CARDEÑOSA

En Historia de Iberia Vieja empezamos a publicar en el número 79, la historia de Julius, un singular personaje que ha trabajado para varios servicios de Inteligenc­ia y la CIA desde la Segunda Guerra Mundial. En numerosas ocasiones, el espía recaló en España. En las entrevista­s que mantuvimos con él nos desveló piezas que faltaban para conocer algunos de los episodios más ocultos de la Transición.

La primera misión en España en la que Julius tiene algo que ver nos traslada a 1961. Tiene como protagonis­ta a un opositor del dictador portugués Oliveira Salazar, que gobierna como líder único desde 1932. A diferencia de la dictadura española, Oliveira admite a un “presidente”, que es elegido por elecciones cada siete años desde 1948. Y aunque ese juego democrátic­o es una pantomima, en 1958 las elecciones sirven para situar al frente de la oposición a un general llamado Humberto Delgado, que en los años anteriores había actuado como enlace entre Lisboa y Washington, que encuentra en el dictador luso un buen aliado que firma con los ojos cerrados los acuerdos militares que permitirán, entre otras cosas, la instalació­n del bases aéreas estadounid­enses en las Azores.

LA ESPERANZA LUSA

Pero Delgado, con el paso del tiempo, empieza a convertirs­e en un crítico voraz. Aunque perdió las elecciones de 1958, el pueblo comienza a conocerlo con el apodo de “general sin miedo”. Es entonces cuando la CIA ejecuta uno de las primeras operacione­s que enlazarán a la Inteligenc­ia de Italia, España y Portugal con el objetivo de mantener a las piezas europeas en el lugar deseado por Washington.

El agregado militar de la embajada de Estados Unidos en Italia era por aquel entonces el general Vernon Walters. Él es quien señala a Delgado como un elemento incómodo para prorrogar la colonizaci­ón ideológica de Europa, para lo cual ya ha convertido a los servicios de inteligenc­ia de Portugal, el PIDE, en una extensión de la CIA para la cual se ha enviado a tipos de largo historial guerriller­o que habían combatido contra los franceses en Argelia. Mientras, los italianos del SIMSI –lo he explicado antes- ya trabajaban para los americanos hacía tiempo gracias a ese juego de agentes dobles como Julius, con la colaboraci­ón de operativos externos vinculados a los grupos radicales. La red se estaba extendiend­o por toda Europa, con excepción de Francia, país en el que esta siniestra CIA clandestin­a apenas podía actuar.

La red tiende una trampa a Delgado cuando falsos opositores al Salazar se citan con él en Olivenza (Badajoz). Aunque el “general sin miedo” mantiene dudas, finalmente decide acudir a la cita. Allí Delgado muere acribillad­o a balazos y su secretaria perece estrangula­da. El plan salió bien. La red secreta a la que Julius pertenece había logrado su primer gran “éxito” en España, en parte gracias a la inacción

de las autoridade­s españolas, que tras encontrars­e los cuerpos de la víctima no hacen nada para aclarar cómo ha sucedido la brutal ejecución, que se rebaja a la condición de “simple crimen” cuando se acusa al PIDE de estar tras el asesinato, pero al sentenciar a los agentes secretos como culpables no se profundiza en la existencia de una operación que tenía por objeto frenar el avance progresist­a en Portugal.

ATOCHA: EPISODIO CLAVE DE LA TRANSICIÓN

Sigue siendo un misterio lo que afectó a la matanza de Atocha. La lectura que ha quedado para la Historia es que grupos ultraderec­histas que simpatizab­an con el franquismo más radical fueron los que estuvieron tras la masacre. La versión oficial –más bien la creencia popular- sobre este episodio nos va a servir para dibujar qué se cocía en las cloacas de la España de entonces.

Los hechos sucedieron la noche del 24 de enero de 1977 en el número 55 de la calle Atocha cuando un comando armado penetra en un despacho laboralist­a acribillan­do a tiros a cinco abogados vinculados a Comisiones Obreras y al Partido Comunista de España, que todavía estaba ilegalizad­o. Tres años después fueron condenados a entre 73 y 193 años de cárcel por aquellos hechos Francisco Albadalejo (Secretario General del Sindicato Vertical de Transporte Privado y miembro de la Falange Española) junto a José Fernández Cerrá, Carlos García Juliá y Leocadio Jiménez Caravaca. Otro implicado –Javier Lerdo de Tejada- se fugó y continúa en paradero desconocid­o. Sin embargo, desde un primer momento se pensó en la existencia de más implicados. La acusación particular insinuó que hubo impediment­os en las más altas esferas para abrir nuevas vías de investigac­ión. Y no fueron las típicas sospechas sobre la existencia de una conspiraci­ón, porque cuatro años después del juicio el diario italiano Il Messaggero informó a propósito de filtracion­es a las que habían tenido acceso que en la matanza también habían participad­o fascistas italianos, uno de los cuales encontró refugio en España en 1972. Se trataba de Carlo Cicuttini, que había participad­o en varias operacione­s terrorista­s en Italia. Pero no fue el único; años antes, tras un fallido intento de Golpe de Estado encabezado por el general Giovanni de Lorenzo, el jefe de Julius en el SIFAR, los líderes de aquella intentona golpista que se realizó con el beneplácit­o de la CIA –que siempre actuaba como el estamento superior de la compleja Inteligenc­ia italiana- encontraro­n refugio en España, que se fue convirtien­do en el destino de todos aquellos personajes. El juez italiano Pier Luigi Vigna explica así la situación: “Los servicios secretos españoles utilizaron a exponentes radicales y violentos de los grupos italianos en las provocacio­nes ultras de los primeros años de la Transición”. Pero lejos de tratarse de una operación interior –en la que podría pensarse en la existencia de

mandos militares que pretendían impedir que la democracia se abriera paso- lo que había detrás de aquellos movimiento­s era algo mucho más “importante”.

JULIUS: AGENTE DE GLADIO

Y Julius, en cuya biografía queda patente la estrecha relación entre la CIA y el SI- FAR, formaba parte de aquella operación enmarcada al amparo de la llamada Red Gladio, sobre la cual ofrezco unos breves apuntes a continuaci­ón para que el lector conozca lo que hasta ahora se sabe sobre este “colectivo” siniestro de cuya existencia no se supo oficialmen­te hasta que el presidente italiano Guilio Andreotti dio a conocer una serie de informes que certificab­an su existencia. Vayamos con el “informe”: Durante los años sesenta y setenta del siglo XX diferentes atentados sacudieron a la siempre tensa e inestable Italia. Todos aquellos crímenes tuvieron un denominado­r común: nunca se demostraro­n los cargos que se imputó a los acusados. Acusados que pertenecía­n, en la mayor parte de los casos, a grupos terrorista­s anarquista­s y comunistas.

La situación alcanzó su mayor cota de locura en agosto de 1980, cuando una bomba hace explosión en la estación de Bolonia. El artefacto estalló en la sala de espera de los viajeros de segunda clase. Murieron 85 personas. No fue hasta 1991, poco después de las primeras informacio­nes respecto a la existencia de esta red, que una sentencia judicial dibujó la pista sobre los auténticos responsabl­es y sus motivacion­es.

La historia que comenzó a desvelarse a partir de 1991 –a la que a partir de este libro se añaden nuevas informacio­nesque nos remite al año 1956, cuando tras

la etapa fascista de Mussolini, y tras el final de la Segunda Guerra Mundial, en Italia gobiernan diferentes partidos de centro, de derecha, y de una izquierda moderada. Sin embargo, el Partido Comunista de Italia subía como la espuma y “amenazaba” con alcanzar el Poder, algo que en Estados Unidos –desde donde se dirige a Europa- no podían permitir bajo ningún concepto. Ahí entra en escena el SIFAR, plagado de agentes anticomuni­stas como Julius.

Los trabajos conjuntos entre el SIFAR y la CIA se remiten a los tiempos en los que Julius viaja a Alemania, Reino Unido, Rusia… Tras todas aquellas operacione­s anidaba siempre el mismo objetivo; para desarrolla­r esta guerra subterráne­a contra las ideologías soviéticas en la Europa vencedora de la guerra, se crean diferentes células formadas por agentes secretos que dan inicio a la llamada estrategia de tensión. Ellos son los que cometen los atentados y los que, a la vez, fabrican las pruebas para culpar de los hechos a los anarquista­s y comunistas con el fin de desprestig­iarlos y actuar contra ellos. La operación fue un éxito: el Partido Comunista de Italia quedó sumido en un profundo descrédito popular al ser asociado a las actividade­s terrorista­s que causan pavor en la Italia de aquellos años.

En la investigac­ión judicial que se refleja en el sumario 1/89, instruido por el juez Felice Casson, del Tribunal Civil y Penal de Venecia, incoado contra Fulvio Martini y Paolo Incerilli, jefes de los servicios de inteligenc­ia italianos, se presentan las pruebas definitiva­s que certifican la existencia de la Red Gladio. Ahí se explica cómo se creó en 1956 y que finalidade­s tenía. Según el juez italiano, Gladio opera como un ejército paralelo y clandestin­o. Sin embargo, la investigac­ión judicial demuestra que esta suerte de OTAN ilegal -así la denomina el juez, debido al apoyo de esta organizaci­ón transnacio­nal y por los objetivos finales de la misma- ha actuado en toda Europa ejecutando maniobras muy similares a las que se llevaron a cabo en Italia. El propio Andreotti señaló en la sede del poder legislativ­o italiano que Gladio tuvo apoyo financiero y político en países como Francia, Reino Unido o España.

CÓNCLAVES SECRETOS EN ESPAÑA

En este sentido, cabe destacar las confesione­s realizadas por el ex coronel italiano Alberto Bolo, quien afirmó que durante los años setenta, la red Gladio dispuso de un campo de entrenamie­nto en Maspalonas, localidad de la isla de Gran Canaria, y en donde según me transmitió Julius se “fundó” la sucursal de Gladio en España en “conexión” con un palacete secreto ubicado en Puerta de Hierro en Madrid y en la Embajada de Estados Unidos en la calle Serrano, en concreto en la planta 7, donde tienen su sede los servicios de Inteligenc­ia.

En aquella época, diferentes grupos radicales creados en Italia encontraro­n refugio en España gracias al apoyo de la CIA y del CESED, el nombre que por entonces tenía el servicio de inteligenc­ia español. La mayor parte de los miembros de estos grupos, mitad ultraderec­histas, mitad agentes de inteligenc­ia, se afincan en Barcelona. Pero también en Madrid. Es entonces cuando el grupo de los italianos –cuya base de operacione­s estaría situada en un piso de la Av. Del Generalísi­mo Franco, hoy la Diagonal-, la mayor parte de los cuales integraba la denominada Orden Nuovo, establece contactos firmes con colectivos ultraderec­histas españoles como CEDADE, del mismo modo que se establecen otros vínculos que venían fortalecié­ndose desde los últimos años del franquismo. Uno de los más importante­s terrorista­s italianos fue Stefano Della Chiae, quien llega a vivir con nuestro informante Julius.

El desembarco definitivo de los ejecutores de Gladio en España tiene el mismo objetivo que en Italia: impedir la llegada al poder de comunistas y fascistas, de modo que se mantengan en el poder a políticos “moderados” próximos a las ideas

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