LA DAMA DE HIERRO
Por su personalidad, por su carácter, por su impacto histórico... y también por la polémica que a día de hoy sigue despertando, Margaret Thatcher marcó a fuego su nombre en la historia del Reino Unido y del mundo. Esta película repasa algunos de los momen
una narración más lineal y sin tantas idas y venidas fuera más conveniente y procurara un ritmo y una progresión constante; no es así, y el relato se interrumpe a cada rato para volver a la Margaret anciana. Puede ser que la directora haya querido regalar a Meryl Streep estos largos momentos, porque aquí la actriz, caracterizada con modélica perfección, se encuentra a sus anchas y borda su papel; pero la película se resiente, se enfría y no consigue apasionar. En realidad, es mucho más i nt er esante contemplar esa evolución que citaba y conocer el protagonismo de la primera ministra en los acontecimientos que le tocó vivir.
Además, estas imágenes se corresponden mejor con la que todos tenemos en la retina y en las hemerotecas. Y el trabajo de Meryl Streep en estas secuencias –secundada por Alexandra Roach en los años juveniles– es todavía más formidable: una portentosa recreación de la figura –vestuario, peinado, actitudes y miradas– de Margaret Thatcher. Y, por supuesto, de su voz: su entonación, su dicción, su impecable acento inglés; la película, desde este punto de vista, sólo tiene sentido en su versión original si queremos presenciar la interpretación, el esfuerzo tremendo y el apabullante resultado que la lleva, una vez más, camino del Oscar.
Los agujeros de La dama
de hierro
Está, naturalmente, bien secundada por un eficaz reparto que se mueve en ambientes extraordinariamente construidos; en el aspecto formal, estas son las bazas que tratan de equilibrar la descompensada narración; pero hay algo más grave, y es la falta de profundidad en el carácter político del personaje, su ideología y sus decisiones, como si se pasara de puntillas por las zonas más oscuras de su intervención. La película muestra una mujer formidable, sí, pero no se puede eludir su responsabilidad en un período crítico de la historia de la Gran Bretaña: la lucha por el poder, las tremendas huelgas de la minería, la guerra de las Malvinas, la política interna y su repercusión internacional… En resumen: poco más que la maravillosa actuación de Meryl Streep, que merecía algo mejor que esta biografía minuciosa y apasionada, pero tan “artística” como discutible.
Phyllida Lloyd dirigió a Meryl Streep en ¡ Mamma mía! en 2008; ahí, probablemente, nació la evidente buena química que muestran: la directora ha realizado esta complaciente biografía de Margaret Thatcher para el lucimiento personal de la actriz. La dama de
hierro repasa toda la vida de Thatcher; la muestra primero en la actualidad, como una anciana con un serio deterioro mental aunque siempre con una voluntad inquebrantable: todavía es capaz de organizar su vida –lo intenta al menos–, se emplea a fondo en las tareas domésticas, con algún que otro susto incluido, y dialoga –regaña, más bien– con su difunto marido Denis, que ella ve a todas horas a su lado.
Biografía de un ascenso al poder
Y desde aquí, la película retrocede y avanza repetidas veces para contar su juventud, sus primeros pasos en la esfera pública, enfrentada ya a la incomprensión y a la desconfianza, cuando no al indisimulado desprecio de sus colegas varones, y la evolución personal y política de la que iba a ser una figura clave en la historia moderna de su país y, sin duda, del mundo entero. Poco a poco, a base de energía, astucia, paciencia y oportunismo populista, la joven Thatcher se abre camino y gana apoyos en su partido, en el parlamento y en la opinión pública; tras unos iniciales reveses pronto superados, consigue el liderazgo de los conservadores y los lleva al triunfo electoral.
Es probable que, una vez presentado el personaje en la secuencia inicial,