Historia de Iberia Vieja

El Imperio donde no se ponía el Sol...

- BRUNO CARDEÑOSA Director

Llevamos años a cuestas con el tesoro del Odyssey. Todo ha acabado. Ya se encuentra en nuestro país tras las decisiones judiciales que han dado la razón a España en su lucha legal contra la empresa cazatesoro­s que rescató el barco Nuestra Señora de las Mercedes, que se hundió en el mar en los albores del siglo XIX con una cantidad inagotable de monedas de oro y plata que a día de hoy tienen un valor estimado de 600 millones de euros. A nadie en su sano juicio se le ocurre dudar de que ese tesoro pertenece a España. Si bien es cierto que se trata de una empresa norteameri­cana la que lo rescató, también es cierto que se sirvió y valió de los datos que investigad­ores locales estaban reuniendo desde hacía años. También es cierto que ese barco se encontraba en aguas que nos pertenecen y que las monedas en cuestión habían sido acuñadas en Perú, en lo que hoy es ese país, cuando aquellas tierras formaban parte de España. No hay resquicio legal para otorgar derecho alguno a la empresa de Florida (Estados Unidos) que sacó el tesoro de nuestros “dominios” con mentiras y falsedades. Hasta el propio gobierno de Estados Unidos se puso del lado de España en la reclamació­n... No hay discusión posible. Es nuestro. Ahora bien: una cosa es lo que dice la ley y otra lo que dice el “derecho moral”, que no existe como tal, ni debiera, pero que todos podemos reconocer e identifica­r sin mucho esfuerzo. No lo digo porque la reclamació­n de la empresa tenga fundamento alguno, sino por los terceros en discordia, que al menos intentaron –sin éxito– que algo de su voz, a modo de memoria histórica, se escuchara. Me refiero a Perú. Que sí, que entonces era España, que los españoles fueron los que fabricaron esas monedas, que español era el barco... Y aunque ese “derecho moral” no les da ningún argumento válido para reclamar nada, sorprende el hecho de cómo se han rasgado muchas vestiduras cuando desde Perú se ha querido dar importanci­a al papel que ellos tuvieron en toda esta polémica en la que se mezcla ley con Historia. El tesoro debe estar aquí –en nuestros museos, en nuestra institucio­nes, donde sea– pero quizá su recuperaci­ón no debiera hacer olvidar que también hubo un pasado en el que el territorio de lo que hoy es Perú fue dominado por el Imperio más poderoso de la época y quizá de todas las épocas. Que eso forma parte de la Historia y no debe cambiarse lo ocurrido y tampoco debe obligarse a nadie –somos maduros, ¿no?– a andar pidiendo perdón por lo que un día pasó. Pero no andar con esas historias no debe provocarno­s tampoco la pérdida de memoria y ser consciente­s de que fuimos allí sin intentar unirnos a quienes se encontraba­n en esas tierras que dominamos durante siglos, entre otras cosas porque en sus dominios había riquezas naturales que nos hicieron grandes y poderosos como nadie lo ha sido jamás. Y entre esas riquezas naturales está el oro con el cual se confeccion­aron esas monedas y para tener la potestad sobre el mismo se hicieron cosas que no siempre fueron las más humanas y justas. Reconocerl­o no significa nada, pero ser consciente de todo ello nos ayudará a conocer y situar la Historia en su justa medida y colaborar a que no sirva para exaltar sentimient­os excesivos ni para presumir de un pasado que, por mucho que se diga, no fue mejor, porque nada es mejor cuando depende del bien de otros. No hay que medir las cosas ocurridas en el pasado según nuestros criterios actuales y morales; nos volveríamo­s locos tratando de justificar y entender muchas cosas que la razón humana no asimilaría (que no es lo mismo que ignorarlas). No deja de ser curioso que comentemos esto en un mes en el que hemos decidido que nuestro tema de portada sea relativo al mayor imperio que conocieron los tiempos, allá donde no se ponía en Sol... pese a que lo nubláramos más de una vez.

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