El Imperio en el no se ponía el Sol
Durante los siglos XVI y XVII, el flujo de metales preciosos entre el Nuevo Mundo y la metrópoli alcanzó la cifra de 181 toneladas de oro y 16.900 toneladas de plata. Sin embargo la política en extremo belicista de la monarquía hizo que estos beneficios se dilapidaran con rapidez, hasta el punto de que el Estado tuvo que declarar una bancarrota en 1557, justo un año después de que Carlos I abdicara en su hijo. El dato ilustra bien las contradicciones de un Imperio sin parangón en la Historia, que se empezó a forjar en 1492, cuando el almirante genovés Cristóbal Colón emprendió el viaje que daría lugar al descubrimiento “accidental” de América. Hacia el año 1700, tras cientos de batallas, España aún gobernaba 180.000 kilómetros cuadrados en el Viejo Continente, con el control intacto sobre las colonias americanas. Sin embargo, la situación se fue deteriorando hasta que la Revolución Francesa y las invasiones napoleónicas hicieron trizas la mentalidad europea de la época. Los asuntos del Imperio quedaron relegados y en los dominios ultramarinos aparecieron los primeros héroes independentistas, como Bolívar, San Martí o Sucre. El otrora glorioso Imperio español quedó reducido, tras los movimientos independentistas, a Cuba, Puerto Rico, Filipinas y otras pequeñas posesiones insulares, que acabarían cayendo en 1898. Sin embargo, durante cientos de años, ninguna otra potencia logró hacer sombra al mayor Imperio de la Historia.
La era de los descubrimientos abrió los ojos de España al mundo. El “encuentro” con las Indias, fruto en gran medida del azar, puso las bases de un Imperio –o, más bien, de una Monarquía Universal– que convirtió a este “rincón aislado del continente europeo” en una potencia hegemónica sin parangón en la historia. Pero no todo fueron luces en esta expansión sin límites, que desangró a una nación llena de contradicciones. Y es que el Imperio se forjó, esencialmente, en la guerra. Ya lo decía Felipe II: “Ninguna defensa se puede hallar para la casa propia como hacer la guerra en la ajena”. Hacia el año 1700, tras cientos de batallas, España aún gobernaba 180.000 kilómetros cuadrados en el Viejo Continente, con el control prácticamente intacto sobre las colonias americanas, que sumaban cerca de veinte millones de kilómetros cuadrados. Su músculo solo empezaría a flaquear en el primer cuarto del siglo XIX, si bien la decadencia se había iniciado bastante antes. Cuando en 1898 se perdieron las últimas colonias, el sueño iniciado en 1492 se quebró abruptamente.