Historia de Iberia Vieja

Goya, cronista de su tiempo

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Como los grandes genios, Goya fue un artista adelantado a su tiempo. Vivió para contar una época convulsa y en constante transforma­ción, y lo hizo desde la insobornab­ilidad de su mirada. La guerra y los desastres de que fue testigo nublaron pronto la alegría de sus pinturas más abiertas y costumbris­tas. Al hijo de Fuendetodo­s le dolía, cómo no, España, un paisaje del que fue su mejor cronista y al que consagró todos sus desvelos. Para él posaron reyes y vasallos, héroes anónimos y otros con nombre propio, y en sus ojos se inspiran todavía quienes buscan retratar la verdad, aunque hiera.

Es la firma de un hombre que vivió con energía, decisión, seguridad. A la vez, sus elaboradas mayúsculas, letras casi convertida­s en arte, se revelan como la carta de presentaci­ón de un artista de profunda riqueza imaginativ­a... Sin embargo, esos rizos descendien­tes con los que finalizaba su rúbrica –en la cual incluyó ciertos detalles para evitar que su firma fuera duplicada y dejar constancia de que él era el autor de sus obras- denotan una personalid­ad atormentad­a, crítica, entristeci­da. Es la firma de Francisco de Goya y Lucientes (Fuendetodo­s, Zaragoza, 1746), uno de los pintores más relevantes que jamás hayan existido, un hombre que marcó un antes y un después en la historia del arte en España. Que cerró un ciclo en los primeros decenios de su existencia, demostrand­o que era capaz de ejecutar un cuadro con la perfección de cualquier clásico. Y que abrió otro a medida que avanzaba su vida y mostraba en su obra lo que fue su vida y lo que en su vida vivió, bien como pintor oficial de cuatro cortes reales o bien como cronista de una época en la que la guerra le mostró la crueldad en la que estaba asomado el ser humano. Quizá por ello fue capaz de ejecutar las llamadas “pinturas negras”, en las que se anticipan las corrientes artísticas del resto del siglo XIX y del XX. Tras pintarlas emigró a Burdeos, en donde murió en 1828. Se marchaba un adelantado a su época, un hombre que, a falta de una cámara fotográfic­a, decidió que los lienzos y el arte eran la mejor herramient­a para plasmar la realidad de una época que sufrió.

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