La conquista de FILIPINAS
Dos conquistadores, Legazpi y Urdaneta, frente a frente
Nacido en Zumárraga hacia 1510, Miguel López de Legazpi fue puesto al mando de una expedición a Filipinas en 1564-65 que no pudo resultar más favorable a los intereses españoles. Tras tomar posesión de la isla de Guam y de numerosas islas de Filipinas, Legazpi
supo ganarse a numerosos jefes locales, si bien otros clamaron contra la colonización. Sus vivencias en el archipiélago, en el que en 1571 fundó su capital, Manila, bien merecerían una novela de aventuras... Nuestro colaborador José Luis Hernández Garvi ha
relatado su vida, y la de otros personajes de la época de los Austrias, en un ensayo publicado por la editorial EDAF: Glorias
y miserias imperiales.
Cuando parecía haber llegado a lo más alto de su carrera, Miguel López de Legazpi recibió el encargo del virrey Velasco de ponerse al frente de la nueva expedición que pretendía cruzar el Pacífico hasta las Filipinas. De una vida sosegada, sin alharacas, Legazpi se transformó de la noche a la mañana en el hombre de acción que conquistó el archipiélago de las Filipinas para la Corona española. Pero frente a él siempre tuvo a la figura del fraile Andrés de Urdaneta… Nuestro colaborador José Luis Hernández Garvi traza las semblanzas de ambos en su nuevo libro, Glorias y miserias imperiales. Crónicas insólitas de la época de los Austrias (EDAF, 2012), uno de cuyos capítulos que reproducimos por gentileza de la editorial.
Veterano de la expedición de Loaysa, con apenas diecisiete años Andrés de Urdaneta y Ceráin sirvió bajo las órdenes de Juan Sebastián Elcano. En 1527 conoció al sanguinario Pedro Alvarado, el siniestro conquistador que había ordenado la matanza de aztecas en el templo de Tenochtitlán, entablando con él una amistad cimentada en el fuerte carácter de los dos personajes. Acostumbrado a una vida de intrépido explorador y cansado del ambiente que se respiraba en la Corte, Urdaneta partió hacia el Nuevo Mundo acompañando a su nuevo amigo por tierras de la isla La Española y después ostentando el mando de las tropas que acudieron a sofocar una revuelta indígena en la región de Guadalajara en México. Apenas existen datos biográficos que nos permitan conocer algo más de esa etapa de su vida, periodo que abarcó más de catorce años. Con el rostro surcado de cicatrices y terriblemente desfigurado por varias quemaduras de pólvora, recuerdos de sus múltiples combates, su simple presencia provocaba temor entre todos los que le rodeaban.
Su vida, sin embargo, experimentó un profundo cambio cuando tenía cuarenta y cuatro años. Cansado quizá de un exceso de combates y sobresaltos, profesó los hábitos en el monasterio de los agustinos de la ciudad de Méjico. Como era de esperar, el sosiego y la paz de la vida en el claustro no sirvieron para sofocar su espíritu aventurero que volvió a ponerse de manifiesto cuando propuso un nuevo proyecto para atravesar el Pacífico. Tras los sucesivos fracasos la
cuestión había quedado un tanto olvidada por las autoridades pero el plan de Urdaneta encontró una buena acogida en el virrey Velasco. Así lo expresaba en una carta que el gobernante envió a Felipe II y en la que se refería al agustino dicien
do que “…la navegación que se ha de hacer ninguna persona en estos reinos ni en ésos lo entiende tan bien como él, además que para toda manera de negocios es prudente y templado y tiene muy
buen parecer”. No cabe duda de que su amplia experiencia como navegante y conquistador era su mejor carta de presentación, lo que unido al entusiasmo en la empresa manifestado por Velasco terminó convenciendo al Rey Prudente de su viabilidad, dando su visto bueno para que se realizasen los preparativos necesarios para llevarla a cabo.