EL MAL DE ALTURA
En apenas unos minutos, la última unidad que permanecía cohesionada se convirtió en una
multitud de soldados que huían en desbandada
a salvo en las laderas de las colinas que rodeaban el campo de batalla. Canterac asumió entonces el mando y a pesar del caos reinante mantuvo la sangre fría suficiente para ordenar a Valdés que atacase por el flanco a los rebeldes.
En una maniobra desesperada, el general español había conseguido que sus hombres se situasen en una posición privilegiada, logrando imponer la disciplina para que no huyeran en desbandada y avanzando en orden cerrado contra el ala desprotegida del ejército de Sucre. Cuando parecía que la victoria no podía escapársele de las manos, el comandante rebelde se vio amenazado por el movimiento envolvente desplegado por Valdés. Las tropas emancipadoras, lanzadas en persecución del enemigo y exhaustas por el combate, habían roto sus filas y estaban tan desorganizadas como las realistas.
En ese momento crítico de la batalla hizo de nuevo su aparición Miller al frente de la caballería. El general británico se había dado cuenta de la delicada situación en la que se encontraba el flanco rebelde y decidió tomar la iniciativa antes de que fuera demasiado tarde. Sus jinetes, que a esas alturas de la batalla todavía no habían entrado en combate, estaban frescos y se lanzaron a la carga contra las ordenadas filas de la infantería de Valdés a las que cogieron totalmente por sorpresa. En apenas unos minutos, la última unidad realista que permanecía cohesionada se convirtió en una multitud de soldados que huían en desbandada presos del pánico. Canterac contempló el desastre y decidió entonces capitular.
LOS TÉRMINOS DE LA RENDICIÓN
Convaleciente de sus graves heridas, al final de aquella jornada histórica el virrey sólo pudo ser testigo de la rendición firmada entre Sucre y Canterac. En sus términos se estipulaba la entrega por el ejército español de todo el territorio del Perú, incluidas las fortalezas, cuarteles y El origen toponímico de Ayacucho proviene del nombre de los altos que rodeaban el altiplano, que en lengua quinoa significa “la esquina de la muerte”. El escenario de la batalla se encuentra a más de 3.350 metros sobre el nivel del mar, una altura que puede provocar en personas que no estén acostumbradas síntomas de hipoxia, más conocida como mal de altura. Éstos se producen cuando el cuerpo humano se ve privado de un suministro adecuado de oxígeno y se manifiestan con dolores de cabeza, fatiga, náuseas y pérdida de equilibrio. En los casos más graves pueden llegar a provocar un coma en la persona afectada. Teniendo en cuenta la gran altitud a la que se encuentra Ayacucho, el mal de altura padecido por los soldados podía convertirse en un grave problema, influyendo en su rendimiento mental y físico hasta el punto de decidir el resultado final de la batalla. Durante el invierno, Bolívar previno sus consecuencias ordenando a Sucre que mantuviera a sus tropas acantonadas en tierras altas, preparando su aclimatación a las cumbres peruanas en las que se iba a desarrollar la campaña. En el transcurso de unas semanas el cuerpo humano produce la suficiente cantidad de glóbulos rojos para contrarrestar los desagradables efectos provocados por la hipoxia. De la misma forma, de la Serna había concentrado sus fuerzas en Cuzco, que se encuentra a una altura similar a la de Ayacucho. Sin embargo, los soldados realistas que venían de la costa del Pacífico se vieron afectados por problemas fisiológicos durante la batalla. Tampoco los rebeldes se libraron del todo del mal de altura. Después de sufrir las duras condiciones del invierno andino, muchos de los caballos del ejército de Sucre, sucumbieron diezmados por el hambre, el frío y la hipoxia. La situación llegó a tal punto que muchas compañías de caballería tenían que ir montadas en las mulas que arrastraban el tren de suministros, animales mucho más resistentes que se adaptaron con mayor rapidez a la altitud.