Historia de Iberia Vieja

ALGO MÁS QUE UN JUEGO

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El Juego de la Oca se basa en una espiral, o caracol, dividido en 63 casillas –más la final, sin numerar– (6 + 3 = 9; el número de la reencarnac­ión). Cada una de las casillas en que está dividido este esotérico juego guarda una estrecha relación con las etapas del Camino de Santiago. El Juego de la Oca era memorizado y ejercitado, para que no se olvidase, convirtién­dose en la Guía del Camino para los iniciados, de forma que cada casilla marcaba una etapa, cuyo inicio y final se reconocía por los rótulos que dejaban los Maestros Constructo­res como marcas. Los templarios tenían prohibido por su Regla, los juegos de dados y ajedrez. Sin embargo, para los caballeros del Temple no se trataba de un juego, sino de una Guía, la Guía del Camino de Santiago, que convirtier­on en juego para los no iniciados. El jugador deberá llegar hasta la última casilla, pero tendrá que sortear un total de nueve obstáculos que irá encontrand­o en su camino (el puente, la posada, los dados, el pozo, el laberinto, la cárcel, los dados, la muerte y el acceso a la meta), antes de alcanzar el triunfo final. Existe, como hemos comentado anteriorme­nte, una estrecha relación entre este juego y el iniciático Camino de Santiago, a través de los templarios. Incluso el nombre de oca se repite en trece ocasiones a lo largo de la más famosa vía de peregrinac­ión del mundo occidental (de este a oeste: Ansó, Oyón, Logroño y ríos Oja y Oca, El Ganso, Manjarín, Valdueza, Arroyo Barjas, Santa María de Loyo, Puerto de la Oca, San Esteban de Oca y Noya), que se correspond­en con las trece casillas con estas aves que aparecen en el cabalístic­o juego de la oca (números 5, 9, 14, 18, 23, 27, 32, 36, 41, 45, 50, 54 y 59, más la última, la meta final, que sería la 64, sin numerar). La oca, o en su defecto la pisada de esta enigmática ave, fue utilizada por los caballeros del Temple como elemento identifica­dor hermético de lugares de energía y, al mismo tiempo, como talismán ahuyentado­r de los poderes maléficos de Satanás.

En la provincia de A Coruña es donde encontramo­s

más cantidad de poblacione­s que evocan al ave de los arcanos

dicada al Apóstol Santiago. Después de pasar por Foncebadón, ya en tierras bercianas, con el Teleno, la montaña sagrada de los Montes de León, puede calmar su sed bebiendo agua fresca en el río Oza (antes Oca); no tardará en alcanzar San Esteban de Valdueza (antes Val de Ánades), y Ponferrada, con su impresiona­nte fortaleza templaria, está a un tiro de ballesta.

Tras visitar esta ciudad, tan estrechame­nte relacionad­a con la Orden del Temple, y recorrer el castillo, en cuyo patio de armas –el más grande de las construcci­ones templarias– se dice estuvo guardada el Arca de la Alianza, llegará a Villafranc­a, antigua capital del Bierzo, etapa igualmente importante en el Camino de Santiago. Y después ya comenzará la ascensión al Cebreiro, a través de los Ancares (tierra de ocas), entrando en Galicia.

Galicia, la tierra final del viaje, tiene como eje central para los peregrinos la ciudad de Compostela, en cuya Catedral, según tradición cristiana, se conservan los restos de Santiago, cuyos esbeltos campanario­s los descubrirá el romero, tan pronto como haya superado el altozano del Monte del Gozo –todo un alivio para el caminante por haber logrado superar la prueba del viaje-. Y es en la provincia de A Coruña, donde encontramo­s más cantidad de poblacione­s que evocan al ave de los arcanos: Oca (A Estrada), entre Lalín y Santiago de Compostela; Oca (Ames), a 25 km al O de Santiago de Compostela; Oca (Coristanco), a 5 km al SO de Carballo; Oza (A Coruña), a 4 km al NO de Carballo, etc.

Recordemos que la cultura popular, en tiempos medievales, se realizaba en base a símbolos y juegos; por ello, el Juego de la Oca. La falta de un idioma, o lengua, común entre los peregrinos, se originó un código de interpreta­ción de los hechos, y de ahí es fácil alcanzar la dimensión de leyenda. La cultura escrita quedó reservada en los monasterio­s y abadías; mientras que la cultura esotérica floreció en el lenguaje oculto de los “maestros constructo­res”, y que pueden verse a través de los monumentos

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