LLÍVIA, POR EJEMPLO
Decía no hace mucho George Clooney que el cine agonizaba por falta de ideas. Un repaso a la cartelera nos confirma que los cerebros del séptimo arte se encuentran hibernando a la espera de un soplo de inspiración. Se diría que la genialidad se limita hoy a dar la vuelta a la tortilla en forma de remakes, pero no nos engañemos: el problema no es solo del cine. En las librerías hay miles de títulos que no aportan nada a nuestra sensibilidad y conocimiento; y la disciplina de la Historia, faltaría más, no está exenta de esa fiebre superficial que ha postrado el cuerpo de la cultura. Historiadores y diletantes abrevan en unas aguas pantanosas y nos sirven más de lo mismo, acaso con el orden de palabras cambiado para hacer más discreto el “plagio”.
Y mira que hay historias nuevas que contar, lances que reconstruir y pasiones que inventar. Pero no. Es más cómodo fatigar los caminos ya trillados y arriesgar lo menos posible. ¿Cuántas películas se han hecho sobre la Guerra Civil o cuántos libros se han escrito sobre Franco? ¿Queda alguna foto inédita de Audrey Hepburn o Marilyn Monroe?
Este mes, redactando el reportaje sobre el Imperio español hemos descubierto infinidad de curiosidades que valdrían, no ya para hilvanar un artículo en esta revista, sino para rodar una película o pergeñar todo un libro de aventuras.