Los eruditos del balón
Nada hay más popular en España que el deporte rey, nada tan masificado como el fútbol, nada tan importante. Por eso ha sido objeto de críticas desaforadas, pero también de defensas acérrimas por parte de algunos de los más grandes intelectuales y artistas
Crisis, bonanzas, aniversarios o invasiones extraterrestres poco tienen que hacer si se enfrentan con el monarca de los medios de comunicación, el tema que multiplica audiencias y lectores, que gobierna buena parte del ocio del nuestro y de muchos otros países: el fútbol. Solo hace falta echar un vistazo a las audiencias del último gran evento futbolístico, la final de la Eurocopa entre España e Italia, el pasado 1 de julio, para hacernos una idea de su dimensión: más de veinte millones de espectadores en Alemania, casi diecinueve en Italia, una media de quince millones y medio en España… A esto se le llama un espectáculo masivo. Y ahí mismo, en su cualidad de generador de identidades y dispensador de entretenimiento, enfrentado con el cómo se sobredimensiona su trascendencia en casi todas las sociedades occidentales, y buena parte en países no desarrollados, se genera un debate intelectual que ha llevado a algunos de los más grandes artistas e intelectuales del planeta a odiarlo y a defenderlo, a sobrecogerse ante la estética y emoción del juego o vilipendiarlo por su superficialidad y lentitud… El Premio Nobel francés Albert Camus resaltó varias veces la importancia que tuvo haber jugado al fútbol en su aprendizaje: “Después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de la moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”. No opinaba lo mismo uno de los más grandes e influyentes escritores del siglo XX, el argentino Jorge Luis Borges: “Qué raro que nunca se haya echado en cara a Inglaterra haber llenado el mundo de juegos estúpidos, deportes puramente físicos como el fútbol. El fútbol es uno de los mayores crímenes de Inglaterra”. Opiniones para todos los gustos, en un deporte cuya sustantividad habrá de estar indiscutiblemente en cualquier historia completa de la vida en el siglo XX.
El caso es que al igual que animadversión, crítica desaforada e incluso, podríamos decir, que alergia intelectual, el fútbol ha atraído a algunos de los más grandes artistas españoles, estéticamente, sí, pero también como práctica. Allá por el año 1943, el F.C Valladolid y la Real Sociedad se enfrentaban en un partido de fútbol profesional. En un momento del intenso encuentro, el delantero vallisoletano, Fernando Sañudo chocó su rodilla involuntariamente con la del guardameta vasco, que quedó en el suelo, roto por el dolor. Ya fuera del campo, llegó el diagnóstico: había sufri-
do la terrible triada, la lesión más temida por los deportistas y que por aquel entonces, sin los avances de hoy en día y sin la importancia del conocido como “deporte rey”, prácticamente implicaba imposibilidad de la práctica del deporte a alto nivel. El joven portero, de tan solo 19 años, se llamaba Eduardo Chillida. Había acabado su carrera… A partir de entonces pudo centrarse en convertirse en uno de los más importantes escultores de la segunda mitad del siglo XX. Quizá sin esa lesión la bahía de la Concha no contemplaría ahora el Peine
de los Vientos o en Gijón, sobre el barrio de Cimadevilla, no se podría gozar de su célebre Elogio al horizonte.
Lo cierto es que el fútbol es un ejemplo de la evolución del pasado siglo y, sobre todo, de la trascendencia de los medios de comunicación de masas, en especial la televisión y el reflejo de lo jugado el fin de semana en el periodismo del resto de la semana. Antes de la Guerra Civil española, ya existían mitos populares como Ricardo Zamora, cuyas actuaciones en los Juegos Olímpicos de Amberes despertaron toda clase de elogios e incluso su imbatibilidad acuñó frases que han llegado hasta nosotros como el “1-0 y Zamora de portero”, pero también mitos intelectuales. Se resaltaba la estética de la velocidad, de lo físico… Mientras que para el creador del futurismo, Filippo Marinetti, era más hermoso “un coche de carreras que La
Victoria de Samotracia”, en España, un jovencísimo Rafael Alberti, en 1928, daba cuenta en un poema esencial para la vanguardia de nuestro país de la heroicidad del portero del F.C, Barcelona Franz Platko tras detener un balón de gol, llevándose a cambio una patada en la cabe-
Opio popular para algunos, fascinante y potencialmente culto para otros, de lo que no cabe duda
es de la dimensión del fútbol
za que le obligó a acabar el partido con la testa vendada: “Ni el mar, / que frente a ti saltaba sin poder defenderte. / Ni la lluvia. Ni el viento, que era el que más rugía. / Ni el mar, ni el viento, Platko, / rubio Platko de sangre (…)”. También Miguel Hernández homenajeó a un portero, a Lolo, del Orihuela, el equipo de su pueblo natal: “Te sorprendió el fotógrafo el momento / más bello de tu historia / deportiva, tumbándote en el viento / para evitar victoria, / y un ventalle de palmas te aireó gloria”.
Opio popular para algunos, fascinante y potencialmente culto para otros, de lo que no cabe duda es de su dimensión, del alcance, de su capacidad para movilizar a lo que, para los primeros, será vulgar masa, para los segundos, una imponente muestra de la sociedad. El escritor José Luis Sampedro supo definir la trascendencia de su alcance: “El culto hispánico religioso ha cedido paso a una nueva fe en la que los sacerdotes emergen desde una cavidad subterránea y ofician con el pie”.