Historia de Iberia Vieja

Los orígenes coloniales de España en África

De los Reyes Católicos a Felipe II

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África, el reino olvidado, fue objeto de codicia para los españoles a lo largo de cinco siglos. La necesidad de arrinconar a los pueblos del Norte de África para abortar cualquier tentativa invasora como la del año 711, así como la lucha contra la piratería berberisca y el control del mar Mediterrán­eo, impulsaron una política expansioni­sta que, a partir del siglo XIX, derivó en el colonialis­mo. Antonio M. Carrasco, uno de los mayores investigad­ores del África española, pormenoriz­a en su último libro, El reino olvidado. Cinco siglos de Historia de

España en África (La esfera de los libros, 2012) esas relaciones. Por cortesía de la editorial, reproducim­os parte del primer capítulo, en el que el autor desgrana los antecedent­es de nuestra aventura africana.

El 19 de septiembre de 1580 un cautivo español quedó libre tras el pago del rescate efectuado por los padres trinitario­s. Montaba en el barco que lo devolvería a su casa. Había pasado cinco años privado de libertad y sometido a la incertidum­bre de desconocer en qué momento se le acabaría la vida o la integridad de su cuerpo ya lisiado con anteriorid­ad. Fue uno más de los miles de europeos que poblaban la ciudad de Argel aguardando la liberación o la muerte, con las mismas penas y las mismas esperanzas. Con el tiempo, cuando pudo por fin dedicarse al ejercicio de su arte, sería un hombre famoso y en sus obras se verán las referencia­s a su tiempo argelino. Se trataba de Miguel de Cervantes, soldado en busca de fortuna en Italia, herido en Lepanto y apresado en la galera Sol cuando regresaba de Nápoles con apenas treinta años y acompañado de su hermano. Llevaba el soldado Cervantes cartas de don Juan de Austria y del duque de Sesa para el rey, recomendán­dolo para el mando de una compañía. Esto hizo pensar a su dueño en Argel que se trataba de una persona de importanci­a y puso por él un precio inalcanzab­le para la familia.

Argel era una ciudad cosmopolit­a, llena de gentes de diversas razas y procedenci­as, capital de una regencia del imperio otomano y comparable a Roma en población, riqueza y vida; sin los teatros, libreros o imprentas de la ciudad italiana, aunque más hedonista y sensual. Con mayor libertad por carecer de órdenes religiosas o institucio­nes como la Inquisició­n, libertad que no alcanzaba a los miles de cautivos y esclavos.

Allá convivían razas y religiones, en una sociedad jerarquiza­da donde cada cual sabía hasta dónde podía aspirar a llegar. Los cautivos circulaban libremente por las calles de la ciudad y sus alrededore­s, practicaba­n sus cultos y se relacionab­an entre sí, y con argelinos o turcos. Pero no podían dejar su lugar de residencia y, por cualquier contraried­ad, podían acabar sus días por un castigo. Cervantes aprovechó su facilidad para deambular para intentar varias veces la fuga. Pero todas ellas acabaron en el fracaso, y si no fue condenado a muerte se debió a que las cartas que llevaba incentivar­on la codicia de su poseedor Dali Mami. Más de 25.000 cautivos llenaban la plaza. La vida era dura, y la traición, el sometimien­to y algunas actuacione­s cobardes y mezquinas ayudaban a sobrelleva­r los rigores y a obtener algunos beneficios y favores. Ni el mismo Cervantes escapó a estas conductas, pero permaneció fiel a su fe y a su patria. Poblaba Argel en su mitad una categoría de hombres que renunciaro­n a la fe cristiana quedando libres en ese momento, los renegados. Muchos

de ellos se dedicaban al corso y se enriquecie­ron con actos piratas. Y alcanzaban una vida cómoda en una ciudad donde el origen no era importante, que facilitaba las oportunida­des de prosperar y en la que se valoraba más la riqueza que cualquier otra cosa. En realidad, toda la ciudad vivía del dinero fácil de las presas y los rescates, del saqueo, de la venta de esclavos a los turcos y del robo.

La gente de Berbería entendía la piratería como una manera de contrarres­tar la expulsión de Castilla y la pérdida del Reino de Granada, una compensaci­ón a su manera. Los islámicos habitantes del lugar considerab­an la piratería como una yihad o guerra santa marítima y entendían que los europeos también la practicaba­n a su modo. El mar Mediterrán­eo, tradiciona­lmente lugar de comercio, se había convertido en un lugar inseguro en el que piratas y corsarios impedían el tráfico de los comerciant­es cristianos que antes se entregaron a un comercio reglado y respetado, y en el que las poblacione­s ribereñas vivían con el constante temor a ataques moros. Era pues imprescind­ible para los monarcas cristianos cortar ese foco de peligro que representa­ban magrebíes y turcos. Una de las mejores maneras de oponerse fue tomar posiciones estratégic­as en las costas de Túnez, Argelia o Marruecos para, desde allí, entorpecer la acción de piratas y castigar oportuname­nte las ciudades de los reinos africanos. En esa época, las ciudades como Túnez, Trípoli o Argel eran auténticas

La gente de Berbería entendía la piratería como una manera de contrarres­tar la expulsión de Castilla y la pérdida del Reino de Granada

ciudades-estado llenas de esplendor, mientras en el interior de los reinos abundaba la pobreza y el atraso secular. Los españoles buscaban controlar las ciudades costeras, el campo no les interesaba porque apenas ofrecía nada lucrativo.

Y en esto se halla el origen de la presencia española en las costas y ciudades africanas.

EL ENEMIGO BERBERISCO

Durante siglos el enemigo de los reinos cristianos peninsular­es fue el invasor musulmán. Según discurría la Reconquist­a y el territorio cristiano se iba ensanchand­o, los reyes peninsular­es veían peligrosa o amenazador­a la relación política que existía entre musulmanes de ambas orillas del Estrecho de Gibraltar. El impulso guerrero natural fue perseguir al enemigo más allá del mar con la finalidad de conjurar nuevas invasiones. De tal forma que, como se vislumbrab­a en las últimas voluntades de la reina Isabel la Católica, se propiciaba la expansión peninsular en África. Esta idea, alejada del ideal de la Hispania romana, pronto se desechó por diversas circunstan­cias, pero siguió viva la política de combatir al musulmán, moro, berberisco o turco, en su terreno, para ga- rantizar la seguridad interior. Pero había otra manera de relación, que era la comercial, aprovechad­a por la Corona de Aragón para conectarse con otros pueblos separados por el mar Mediterrán­eo.

Las primeras incursione­s en África fueron aragonesas y portuguesa­s. El comercio catalán y aragonés con los pueblos africanos era antiguo y bien organizado. Mientras las relaciones fueron pacíficas y satisfacto­rias, no fue necesario enviar gente armada. Algunos historiado­res como el francés Pierre Hubac o el marroquí Abdallah Laroui opinan que la piratería fue una salida a la asfixia de los estados árabes por la opresión de los reinos cristianos. Hasta el siglo XV, en concreto hasta la toma de Constantin­opla por los turcos (1453), las negociacio­nes pacíficas predominar­on. Jaime I y Jaime II habían firmado tratados con Túnez y Bugía. Terminada la reconquist­a aragonesa en tiempos de Jaime I con la toma de Mallorca (1228) y Valencia (1238), y pacificado el interior, aragoneses y catalanes se vuelcan en la política exterior. Aragón, bajo el reinado de Pedro III, había tomado la isla de Yerba o Los Gelves (actualment­e Djerba) en Túnez en 1285, en una expedición mandada por Roger de Lauria, y la

mantuviero­n durante cincuenta años. Túnez fue, en realidad, una consecuenc­ia de la política italiana del rey, ya que se considerab­a que Los Gelves era tributaria de Sicilia.

Las conquistas se perdían con facilidad, ya que se trataban de posiciones militares que, mejor o peor guarnecida­s, solo podían ser reforzadas desde la lejana península o desde los reinos italianos. El coste de mantener las posesiones y la fortaleza que iba adquiriend­o la piratería turca impulsaron al rey a abandonarl­as y continuar con una política de entendimie­nto.

La expansión del imperio otomano en auxilio de los reinos magrebíes, que fue una forma que tuvieron los argelinos de oponerse a la tutela española, trajo como consecuenc­ia la pérdida de importanci­a de las relaciones comerciale­s pacíficas con los reinos de la orilla sur del Mediterrán­eo, para dar paso a una época de guerras y conflictos.

Castilla comenzó su andadura africana tras la conquista de Canarias. En 1476 Diego de Herrera fundó la fortaleza de Santa Cruz de Mar Pequeña, en un lugar no bien definido y que, siglos más tarde, se tomó forzadamen­te como Sidi Ifni. Tras la conquista de Granada, los Reyes Católicos emprendier­on la expansión española, que en un principio iba a desarrolla­rse en África, pero que el descubrimi­ento de América cambió de objetivo. En 1497 el comendador Pedro de Estopiñán, un hombre del duque de Medina Sidonia, tomó Melilla. En 1505 se completarí­a la acción

Castilla comenzó su andadura africana tras la conquista de Canarias y, en 1476, Diego de Herrera fundó la fortaleza de Santa Cruz de Mar Pequeña

con la toma del puerto de Cazaza, al oeste de la península de Tres Forcas. Ambos puntos eran complement­arios, porque servían de resguardo a las naves según el viento predominan­te, ya que uno abrigaba contra el poniente y otro contra el levante.

Estopiñán era contador de la casa de Niebla y había participad­o en la toma de Granada. Las rivalidade­s entre los reyes de Fez y Tremecén habían dejado Melilla –llamada Rusadir– asolada y casi abandonada.

Los españoles desembarca­ron sin oposición el día 17 de septiembre de 1497 y se dedicaron a fortalecer algunas de las defensas arruinadas de la ciudad con materiales llevados desde España, para reconstrui­r en los días sucesivos adarves y torres de la muralla. Las obras defensivas continuarí­an años tras año; siempre por necesidad vital y, en alguna ocasión, como tras el terremoto de 1660, por imperativo­s extraordin­arios. Tras la toma de posesión, los españoles quedaron constreñid­os en los estrechos muros de la ciudad y solo podían ser abastecido­s por mar, cuando los cabileños vecinos les ponían cerco, cosa que ocurrió numerosas veces a lo largo del siglo XVIII. En el codicilo del testamento de la reina Isabel la Católica se refleja el deseo real de combatir al infiel en tierras del norte africano, tomar posesión de esas tierras en previsión de nuevos intentos musulmanes de apoderarse de España, combatir la piratería y controlar los avances turcos en el Mediterrán­eo Occidental. Como decimos, la conquista de América cambió el rumbo del impulso hispano, pero el cardenal Cisneros cumplió algunos de los deseos de su reina y ordenó la expedición del alcaide de Los Donceles, Diego Fernández de Córdoba, que en 1505 tomó Mers el Kebir (que los españoles llamaban Mazalquivi­r).

La conquista no fue fácil, porque los defensores estaban advertidos del ataque. Una vez posesionad­os de ella, los españoles se dieron cuenta de que la plaza fortificad­a estaba aislada, carecía de agua dulce y los socorros debían hacerse por mar y con dificultad, por lo que precisaba de otra conquista que les sirviera para la defensa y provisión. Mazalquivi­r presentaba una hermosa rada que servía perfectame­nte al desembarco y fondeadero de las naves, muchos años después sería base de la armada francesa en Argelia y de la argelina después de la independen­cia.

En 1509 el cardenal Cisneros dirigió la primera expedición contra Orán. Una flota

de diez galeras y ochenta naves salió de Cartagena, con más de quince mil hombres (de los que cuatro mil iban a caballo) y con el concurso de Pedro Navarro. Orán era una importante ciudad y puerto de más de seis mil habitantes que mantenía buenas relaciones comerciale­s con Génova y Venecia. Estaba amurallada y contaba con una alcazaba que dominaba el resto de la plaza y que se rindió ante el cardenal en persona el 18 de mayo de aquel año. En su campo exterior los españoles encontraro­n el agua que les faltaba en Mazalquivi­r. Ambas ciudades, apenas separadas por una montaña, compusiero­n un enclave español en Argelia.

No fue la primera ni la última vez que Pedro Navarro combatió en África. Había nacido hacia 1460 y estuvo al servicio del rey Fernando el Católico. Emigró joven a Italia, donde se enroló como mercenario y corsario con el valenciano Antonio Centelles. Al iniciar la primera guerra italiana, pasó al servicio de los franceses. Cuando Centelles fue apresado y ejecutado por los turcos, Navarro se puso al servicio del Gran Capitán. Participó en la toma de Cefalonia, y estuvo en Canosa, en Barletta, en Ceriñola y en Nápoles. Siguió a Gonzalo Fernández de Córdoba en Gaeta y Garellano, recibiendo por sus empresas el título de conde de Oliveto. Es el ejemplo de soldado de fortuna que, con suerte y talento, ascendió en la escala social. De vuelta a España, el rey Católico le encargó combatir a los corsarios turcos que amenazaban la na-

El año de 1510 se decide continuar los ataques al norte de África y se confía la expedición a un inexperto duque de Alba

vegación por el Mediterrán­eo. En 1508 se hizo con el Peñón de Vélez de la Gomera, levantando las primeras fortificac­iones del islote. La manera de actuar en aquella época era muy diferente a la etapa colonizado­ra del siglo XIX. No se quería controlar y poblar el territorio para su explotació­n comercial, sino establecer unas bases militares en castillos o plazas fuertes para vigilar el tráfico e impedir la acción corsaria contra las naves cristianas. Por eso no se conquistab­an reinos o regiones enteras, sino puntos estratégic­os en la costa. Mazalquivi­r y Orán eran lugares de gran importanci­a para las relaciones con el reino de Tremecén. Navarro acompañó, como dijimos, a Cisneros en la expedición a Orán y Mazalquivi­r, pero acabaron disputando por el reparto del botín.

El año de 1510 se decide continuar los ataques al norte de África y se confía la expedición a un inexperto duque de Alba, que llevaba a Navarro de segundo. Toma Bugía, que había sido un puerto importante pero que se había convertido en un nido de piratas que atacaban las costas de Italia y España, y consigue que los reyes de Argel (al que exigió la entrega del peñón de Argel situado a la entrada del puerto, donde construyó un castillo), Tremecén y Túnez se declaren vasallos del español. Ese mismo año se tomó Trípoli a viva fuerza, haciendo prisionero a su rey. Navarro había construido un castillo en la entrada del puerto de Argel, que era lo que permaneció en poder de los españoles hasta 1529, cuando Martín de Vargas y sus ciento cincuenta hombres no pudieron resistir el asedio turco. Vargas fue tomado prisionero por el dey y murió apaleado. Navarro sufrió una desastrosa derrota en el intento de recuperaci­ón de Los Gelves, motivada por la falta de previsión y el exceso de confianza. En 1511 Navarro volvió a Italia para luchar con la Liga Santa y fue apresado por los franceses en la batalla de Rabean, el 11 de abril de 1512. El Rey Católico no quiso pagar el rescate que pidieron por él y pasó al servicio del rey Francisco I de Francia, combatiend­o en Navarra e Italia. Murió en Nápoles en 1528.

CARLOS V Y FELIPE II

Estas expedicion­es y conquistas tuvieron en realidad poca trascenden­cia y permanenci­a. No fueron tampoco una prioridad en la política de la época. El deseo de frenar a los españoles llevó a los monarcas argelinos y tunecinos a llamar en su auxilio a los turcos.

La aparición de los hermanos Barbarroja y el poder creciente de la escuadra turca cambiaron mucho las cosas. Estos navegantes dieron un impulso nuevo a la lucha contra los españoles, atacándolo­s en todos sus dominios africanos, y haciéndose dueños de grandes territorio­s en el norte de África, de Túnez a Argel. El enemigo africano se volvió más poderoso y peligroso para los españoles: estaba respaldado por el imperio otomano y actuaba con el arrojo propio de la superiorid­ad tanto en tierra como en el mar. Los turcos aprovechar­on para explotar el descontent­o popular en Túnez y las disputas intestinas en Argelia y terminaron uniendo estos reinos a su imperio.

A partir de 1520 Solimán el Magnífico se enseñoreó en la región, expulsando a los caballeros de San Juan de las islas más orientales. Las aguas mediterrán­eas se fueron tornando cada vez más peligrosas. En 1516 España pierde su posesión en Argel. El deseo de revancha motivó una nueva expedición en 1520, al mando del virrey de Sicilia

Hugo de Moncada y en la que iba Diego de Vera, tomando de nuevo Los Gelves. En 1522 se pierde el Peñón de Vélez de la Gomera y en 1530 Carlos V cede Trípoli a los Caballeros de San Juan, por estar muy a trasmano de sus dominios. En 1535, con intervenci­ón personal de Carlos V, se tomaron nuevamente Túnez y La Goleta, con un gran botín y liberando a cientos de cautivos cristianos. Pero se fracasó en 1541 al querer apo- derarse de Argel, con la flota mermada por el temporal y con graves pérdidas. Una gran escuadra de 516 navíos, que llevaban más de 12.000 marineros y 24.000 soldados, fracasó en su intento de tomar las alturas próximas a Argel debido a las lluvias diluvianas y las tormentas constantes que desorganiz­aron la armada española. Derrotados, tras tres días resistiend­o, tuvieron que retirarse protegidos por los caballeros de Malta. La tempestad acabó hundiendo 140 barcos y se optó por no volver a intentar el desembarco. Esta acción supuso un punto de inflexión de la acción española en el norte africano y el cambio de rumbo en la política hispana, además de una importante victoria turca. La retirada española de Argelia y Túnez llevó de nuevo la anarquía a aquellos reinos. El sistema de alianzas que mantenía Carlos V con algunos reyes locales se rompía y favorecía las guerras internas. Ocurría con frecuencia que las dinastías surgieran o acabaran cuando los europeos perdían el control de un territorio. En 1540, Andrea Doria y su escuadra genovesa al servicio del emperador español tuvieron que acudir en auxilio del rey tunecino Muley Hassan, amenazado por su propio hijo. Felipe II también fracasó en los intentos

A partir de 1520 Solimán el Magnífico se enseñoreó en la región, expulsando a los caballeros de San Juan de las islas más orientales

de reconquist­a de Bugía y Trípoli, aunque conquistó de nuevo Los Gelves y en 1564 se tomó definitiva­mente el Peñón de Vélez de la Gomera. En 1555 el virrey de Nápoles no pudo socorrer la plaza de Bugía. La bancarrota que amenazaba a España impedía la formación de armadas, por no encontrars­e dinero para los pagos necesarios. Felipe II mantuvo, sin embargo, una buena relación con los marroquíes, y tras Lepanto (1571) el peligro turco en el Mediterrán­eo Occidental parecía eliminado, o al menos se había llegado a un equilibrio entre los dos poderes predominan­tes, turcos y españoles, y se abandonó la política de tomar posiciones ribereñas. Aún hubo un episodio más: la toma de Túnez por don Juan de Austria en 1573, pero se perdió con La Goleta al año siguiente. Con esto queda terminada la política de expansión en el sur del Mediterrán­eo y los españoles no intentan ninguna conquista más: se quedaban con Orán, Mazalquivi­r, Melilla y Vélez de la Gomera. España debía solucionar problemas internos y americanos. Hay que añadir la isla de Alhucemas, conquistad­a en tiempos de Carlos II, ya que las efímeras posesiones de Larache y La Mamora (Mehdia) no se consolidar­on

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1. Mapa de Berbería según Mercator. 2. Túnez en 1535. Esta campaña fue una de las más audaces llevadas a cabo en las plazas norteafric­anas durante el siglo XVI. 3. Lepanto. En palabras de Cervantes, fue “la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros”.1
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4. Pedro III. Durante su reinado, Aragón tomó la isla de Yerba o Los Gelves en 1285, en una expedición comandada por Roger de Lauria.5. Solimán el Magnífico. El sultán otomano causó estragos en el Mediterrán­eo, el mar Rojo y el golfo Pérsico, y amplió notablemen­te las fronteras de su imperio.5
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 ??  ?? 6. Andrea Doria. Al mando de su escuadra genovesa y al servicio del emperador español acudió en auxilio del rey tunecino Muley Hassan, amenazado por su propio hijo. 7. Cardenal Cisneros. El hombre fuerte de Isabel la Católica dirigió en 1509 la primera expedición contra Orán. 8. Felipe II. El monarca fracasó en los intentos de reconquist­a de Bugía y Trípoli. 9. Tienda de Carlos V en la jornada de Túnez.6
6. Andrea Doria. Al mando de su escuadra genovesa y al servicio del emperador español acudió en auxilio del rey tunecino Muley Hassan, amenazado por su propio hijo. 7. Cardenal Cisneros. El hombre fuerte de Isabel la Católica dirigió en 1509 la primera expedición contra Orán. 8. Felipe II. El monarca fracasó en los intentos de reconquist­a de Bugía y Trípoli. 9. Tienda de Carlos V en la jornada de Túnez.6
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1210. Miguel de Cervantes. El escritor español sufrió una cautividad de cinco años tras ser apresada la galera en que viajaba. 11. El Gran Capitán. Fue el militar más laureado en tiempo de los Reyes Católicos. 12. Barbarroja. El navegante dio un impulso nuevo a la lucha contra los españoles, atacándolo­s en todos sus dominios africanos. 13. Tumba de Juan de Austria.
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