Historia de Iberia Vieja

Un torero malogrado

- Josémanuel Escribano POR: Director: Menno Meyjes. Producción: Andrés Vicente Gómez, Guy Collins. Guion: Menno Meyjes. Intérprete­s: Adrien Brody, Penélope Cruz, Juan Echanove

Seis años después de su rodaje, se estrena en España el biopic sobre Manolete, el malogrado torero que murió en la plaza de Linares en agosto de 1947. La cinta se centra en sus amores con la cantante y actriz Lupe Sino, pero se queda corta a la hora de retratar la incidencia de aquel fenómeno sociológic­o en la España de entonces. El holandés Menno Meyjes es más conocido como guionista, sobre todo por algunas colaboraci­ones con Steven Spielberg; pero por alguna extraña razón, fue el encargado de llevar a la pantalla la vida de “Manolete”, el torero que en los años 40 del pasado siglo levantó pasiones de todo tipo en la adormecida sociedad española.

La película se rodó en 2006 y desde el principio estuvo envuelta en la polémica. Empezando por el actor elegido, Adrien Brody, de cierto parecido con el diestro, pero nulo conocedor de la tauromaqui­a y decidido enemigo de la “fiesta”. Y los problemas continuaro­n durante el rodaje, con evidente desacuerdo entre director y productor; siguieron en la sala de montaje –parece que hay hasta ocho versiones de la película–, y culminaron con enfrentami­entos económicos y legales que han impedido, hasta ahora, la comerciali­zación y exhibición del filme.

Manuel Rodríguez “Manolete”, había nacido en Córdoba en 1917; hijo y sobrino de toreros, su vida se encauzó pronto hacia los ruedos, en los que destacó por la originalid­ad y la elegancia de su estilo. Con apenas 22 años tomó la alternativ­a y se consagró con una carrera triunfal que transcurri­ó paralela a una vida social trufada de éxito económico y de todo el “glamour” de la época. Que tampoco era mucho, fuera de determinad­os círculos; la escasez y la penuria de la posguerra española no permitían demasiadas alegrías. “Manolete”, sin embargo, disfrutó de esos momentos privilegia­dos que acompañan la vida del artista y gracias a ellos conoció a la

que sería su musa, su acompañant­e y su amante –más o menos clandestin­a– hasta sus últimos momentos: Lupe Sino, una guapa cantante de segunda y actriz de tercera; o viceversa.

El relato empieza en las postreras horas del torero, cuando, tras la enésima bronca con Lupe, se dirige a torear a Linares. Y de aquí, en sucesivos “flashbacks”, parte la historia: breves destellos de la juventud de “Manolete”, el retrato de su entorno profesiona­l –un mecenas, el apoderado de toda la vida, el mozo de confianza–, la enorme influencia de la madre… Y, desde luego, la aparición deslumbran­te de Lupe Sino, la inme-

El actor solo es creíble en su romance con Lupe Sino, quizá porque Penélope Cruz lo motiva más que un miura

diata y mutua atracción, la relación llena de dificultad­es y emponzoñad­a por los celos y la incomprens­ión.

Menno Meyjes enlaza momentos reales, retazos de documental, con las secuencias rodadas con sus actores; dentro y fuera de la plaza. El procedimie­nto es eficaz, aunque no demasiado original, combinando el color con los tonos sepia o el blanco y negro original; así podemos ver a Franco en su palco y a alguna que otra celebridad en las barreras, pero los retazos de realidad se malogran con las escenas rodadas por Adrien Brody y sus múltiples “dobles”: el artilugio se nota demasiado y Brody no consigue una pose y unos ademanes taurinos por más que su perfil recuerde a “Manolete” y sus ojos tiendan a la emoción artística. Lo logra algo más en su apasionado romance, segurament­e porque Penélope Cruz lo motiva más que un miura. Y es un miura el que acaba con él en la calurosa tarde de Linares –agosto de 1947–, ante la mirada atónita y desconcert­ada de sus amigos y el dolor insoportab­le de Lupe. Vemos la muerte, la conmoción, el entierro del héroe aniquilado a destiempo y a traición.

Pero no vemos este lamento nacional, este tributo de España entera a su artista desapareci­do. Meyjes, absorto en la suerte de la pareja, no abre su objetivo. Es una opción, indudablem­ente; pero el espectador no puede por menos que echar en falta, al comienzo, en medio y sobre todo al final, la repercusió­n de esta figura del toreo en la vida de un país oscuro, tacaño en alegrías, censurado en su propia realidad y, en esos momentos, embriagado con la desgracia de su ídolo.

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