Isabel la Católica, una personalidad aún desconocida
Una serie de televisión que tiene como protagonista total y absoluta a Isabel la Católica ha demostrado el interés que existe por nuestra propia historia. Más de cuatro millones de personas se concentraron para conocer las intrigas palaciegas que tuvieron como protagonista del tiempo más importante de nuestro pasado a esta mujer. No sabemos –de hecho, las críticas de los especialistas respecto a la calidad de la serie no han sido buenas; pero siendo sinceros eso suele ser augurio de buena suerte– si el interés del espectador continuará, pero sí podemos decir que ha servido para que se vuelva a hablar sobre esta mujer, cuya imagen física, en la serie, dista mucho de la que tenemos insertada en el imaginario colectivo. De todas formas, tomar tal cosa como un órdago a la información histórica sería un error, porque, pese a que se conocen muchas cosas sobre Isabel
la Católica, desconocemos gran parte de su personalidad real. Es un inconveniente de la investigación histórica: reconstruimos el pasado según lo que otros, de ese tiempo y de tiempos posteriores, escribieron sobre las personas y hechos a las que nos enfrentamos. A veces, hay que ir más allá. Gracias a disciplinas antaño inexistentes y a otros ejercicios de deducción y análisis, podemos ampliar las cosas que sabemos sobre una
persona. Básicamente, respecto a Isabel la Católica, sabemos que fue una persona que convirtió sus creencias religiosas en ideales políticos. Era abnegada, luchadora, culta y muy dotada para la conversación y relaciones públicas. Pero realmente, poco sabemos sobre lo que bullía en su interior. Y digo bullía porque no podemos olvidar que fue el objeto que se utilizó para conseguir conquistas políticas –y religiosas– merced a la búsqueda de marido con quien reinar y cumplir su misión. Que todos a su alrededor buscaran el enlace perfecto para ella –más que para ella, para lo que se quería conseguir con ella– y estuviera rodeada de ambiciones hubo de tener una influencia muy relevante en su personalidad, pero, seguramente, esa influencia se quedó en su interior. El Ministerio de Cultura, en su afán por conocer cómo era internamente, puso en manos de Ana María Rodríguez y Noelia Terroso varios escritos y rúbricas de la reina con objeto de que intentaran saber algo más sobre su personalidad. Las grafólogas –una técnica que se debe aplicar con reservas, pero en absoluto sin considerarla: la escritura refleja el alma– descubrieron que era una mujer generosa, cordial, sociable, simpática, extrovertida, ágil mentalmente, reflexiva, con fuerte autocontrol, alta preparación intelectual –esto es muy importante, conociendo su vida– que la hacía muy consciente de su “trabajo”, incluso hasta el punto de tener cierto grado de sumisión, cuyo origen estaría en ser consciente de que era una pieza necesaria para conseguir algo… Pero además, según el estudio que han realizado, era una persona irascible, celosa, con un alto grado de rencor familiar, con tendencia a perder el control y discutidora, muy discutidora: le gustaba llevar la contraria. Además –no menos importante– era menos religiosa interna que externamente y tenía un fuerte componente sensual que tenía que sublimar como consecuencia del contexto familiar y cultural en el que se desenvolvía, lo que le provocó fuertes sentimientos de culpa. No deja de ser curioso… Al final, la historia no es siempre como la contamos. No olvidamos de que detrás de la historia hay personas, con sus virtudes y defectos, pero sobre todo, humanas. Y esa parte sí se ha olvidado a la hora de escribir la historia, que está repleta de fechas, hechos, pactos, acuerdos, batallas…
BRUNO CARDEÑOSA
Director