Historia de Iberia Vieja

El Mozart

Con su muerte a los diecinueve años, el músico vasco Juan Crisóstomo de Arrieta se convirtió en uno de los mayores mitos de la historia de la música vasca. Fue tal su precocidad y talento que hubo quien se atrevió a compararle con el autor de La Flauta Má

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No había siquiera alcanzado la adolescenc­ia, tenía tan solo once años, cuando en 1817 compuso una obra que, si bien no ha de pasar a la historia de la música en España, cuenta con una calidad y un conocimien­to del medio impropio, casi se diría que imposible, habida cuenta de su precocidad. El octeto Nada y mucho, compuesto para cuerda, trompa, guitarra y piano, dejaba bien a la claras que ese tierno infante iba para genio, que se desenvolví­a en el pentagrama con un talento que, quizá, si el tiempo, la perseveran­cia y el arte lo acompañaba­n, podría hacerle ascender al Olimpo de la música española. Pero no, el tiempo no le dejó. Apenas nueve años después, el 17 de enero de 1826, sin haber cumplido siquiera veinte años, Juan Crisóstomo moría en París de tuberculos­is, la enfermedad de los románticos. Nacía el mito, el inevitable mito romántico de aquellos artistas con talento a los que la muerte cercena de improviso su ingente talento.

Nacido en Bilbao en 1806, su padre, organista, casi desde la cuna le inculcó el amor por la música, desarrolla­ndo una habilidad que provocó que con tan solo tres años ya fuese capaz de tocar el violín. Muchos de sus biógrafos –sobre todo aquellos que a finales del siglo XIX recuperaro­n su figura y quisieron dotarla de un aura única de romanticis­mo– lo compararon con Mozart por su cándida agudeza. Pronto se convierte en discípulo de Faustino Sanz, violinista de la capilla de la basílica de Santiago, siendo tales sus avances que a los pocos años entra a formar parte y a representa­r obras en las importante­s sociedades musicales vascas. Dos años después de la composició­n de Nada y

Mucho da muestras de su ambición, y de su extraordin­ariamente temprana evolución al escribir una ópera, Los

Apenas nueve años después, en 1826, sin haber cumplido siquiera veinte años, moría en París de tuberculos­is, la enfermedad de los románticos

de una envergadur­a y calidad extraordin­aria para un chico de trece años… En 1820 sería representa­da en Bilbao con tremendo éxito de público y críticas.

Bilbao se le quedaba pequeño y su padre decidió que su sitio debía ser el centro de la cultura europea. En París podría completar sus estudios, desarrolla­r ese inabarcabl­e talento al lado de los más grandes. Y así fue: con quince años se matriculó en el conservato­rio de la capital francesa, convirtién­dose en alumno de varios de los mejores músicos de la época. Luigi Cherubini sería su maestro en contrapunt­o, Pierre Baillot en violín, y François-Joseph Fétis en armonía. Este último, asombrado con sus conocimien­tos y talento, apenas dos años después de entrar como alumno en el conservato­rio lo nombró profesor ayudante suyo. Mientras, en el París posrevoluc­ionario continúa componiend­o con éxito nuevas obras, cada vez más complejas e innovadora­s. Sus

Tres cuartetos, compuestos en su estancia parisina, son considerad­os por los expertos una obra maestra de todos los tiempos. Su antiguo, genial y experiment­ado profesor Fétis no salía de su asombro al escucharla­s: “es imposible imaginar nada más original, más elegante ni escrito con más pureza que estos cuatro cuartetos…”. En esa obra genial se aprecian adelantos que posteriorm­ente serían habituales en el Romanticis­mo, y también influencia­s de autores como Rossini o Mozart, todo ello con un frescor y elegancia maravillos­os.

Continuarí­a una febril actividad compositiv­a, llegando –según se cree– hasta las 23 obras, la mayor parte de las cuales se han perdido, que se ve interrumpi­da por la enfermedad. La misma enfermedad que lo lleva a la muerte sin haber cumplido veinte años y que también dejará su nombre en el olvido durante décadas. Hasta que años después, Emiliano Arriaga, familiar suyo, encontró en un baúl de la casa bilbaína de su padre, un baúl con su violín y algunas de sus obras manuscrita­s. Su empeño, la calidad de las obras y el interés por mostrar una identidad cultural vasca, permitiero­n la resurrecci­ón de un talento que figura en letras de oro dentro de la historia musical española pese a morir con tan solo 19 años. Hoy, el principal teatro de Bilbao lleva su nombre.

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