Los negros negocios del beato Marqués de Comillas
Claudio López Bru, segundo marqués de Comillas, se encuentra en proceso de beatificación a pesar de que la fortuna que disfrutó procedía del tráfico ilegal de esclavos y de su participación directa en otros oscuros y crueles negocios.
Uno no es responsable de lo que hayan hecho sus antepasados, pero sí de aprovecharse de los frutos de esos actos. Antonio López López, primer marqués de Comillas y padre de Claudio López Bru, hizo buena parte de su fortuna traficando con esclavos con destino a Cuba cuando la ilegalización de dicha actividad a partir de 1817 hizo subir los precios. Posteriormente consiguió la exclusiva del transporte de tropas y sus correspondientes municiones de boca y guerra entre España y Cuba.
Antonio nació en Comillas el 12 de abril de 1817. En 1831 emigró a Cuba. En sus biografías se cuenta que prosperó con negocios de harinas pero no citan nada del tráfico ilegal de esclavos. Después se instaló en Barcelona y fundó la sociedad marítima
Antonio López y Compañía. En 1859 consiguió el contrato para llevar soldados y suministros a la guerra de África. En 1861 ganó la concesión para el correo a Cuba, Puerto Rico y Santo Domingo con nueve vapores de hélice. Con la guerra cubana de los diez años, de 1868 a 1878, y los abundantes traslados de hombres y material, amasó una gran fortuna. En 1876 fundó el Banco Hispano Colonial, y dos años después Alfonso XII le nombró marqués de Comillas.
LAS DELEZNABLES ACTIVIDADES DEL HIJO
Por su parte, Claudio López Bru nació el 14 de marzo de 1853. Tuvo una cuidada edu- cación. Al morir su hermano mayor se convirtió en heredero del título y de las propiedades de su padre al fallecer éste en enero de 1883. Dejando a un lado lo que hizo su progenitor, sus propias actividades tampoco fueron muy edificantes y mezclaron obras de caridad y de piedad con los negocios más deleznables.
En los siglos XIX y XX el colonialismo en África fue una buena excusa para, bajo el pretexto de la civilización y la predicación, sacar un buen beneficio económico. El continente suponía un lugar donde encontrar materias primas necesarias para la industria europea y un gran mercado donde enviar excedentes o enseres de mala calidad. España poseía el derecho a colonizar toda la costa del golfo de Biafra y la isla de Fernando Póo –300.000 kilómetros cuadrados–. En 1884 y 1885 tuvo lugar la Conferencia de Berlín para el reparto de África y se estableció la regla de que el territorio sería del primero lo ocupara. España, agobiada con guerras civiles y coloniales, llegó tarde y mal a ese juego y se quedó con la isla y un pequeño territorio del tamaño de Galicia en el continente –26.000 kilómetros cuadrados– denominado Río Muni.
Tras la prohibición de la trata de esclavos, los británicos inventaron lo que se ha denominado neoesclavitud. Se dedicaron a patrullar el Atlántico en busca de barcos negreros. Cuando capturaban uno los llevaban a sus islas del Caribe y allí les convertían en aprendices que, por tanto, tampoco cobra- ban. A otros les convertían en soldados que utilizaban para conquistar otras colonias en nuevos lugares de África. En esas nuevas posesiones imponían a los nuevos súbditos impuestos en metálico. Como no tenían dinero, debían trabajar para pagarlo; por otra parte, se impuso un trabajo obligatorio para agradecer el que construyeran pistas, palacios y fuertes. A buena parte de esos esclavos liberados –libertos– les llevaron a la isla española abandonada de Fernando Póo. En su segunda generación se hicieron los amos, consiguieron grandes extensiones de tierras y fueron los primeros colonizadores. A pesar de que sus padres, o incluso ellos mismos, habían sido esclavos, no tuvieron ningún problema en intentar esclavizar a los bubis –nativos de la isla– y a otros que llevaban de fuera. España no tomó posesión de Fernando Póo hasta 1841 y, al llegar, no tuvo más remedio que aceptarles.
Por otro lado, los esclavos libertos norteamericanos que fundaron Liberia en 1847 aprendieron la lección y, como ellos eran “civilizados” y estaban en contra de la esclavitud, no compraban esclavos, sino que les hacían trabajar para “civilizarles”, en lo que se llamó trabajo forzado, y para que pagaran los impuestos que establecieron. También comprobaron que era un buen negocio “contratarles” sin su consentimiento para llevarles a otros lugares donde necesitaban mano de obra a cambio de una comisión. Esto es, neoesclavitud en la propia África.