Historia de Iberia Vieja

La Chiquita Piconera

Fue la gran musa del pintor Julio Romero de Torres, y también su gran deseo, aunque nunca satisfecho… Sin embargo, inmortal gracias a las obras del maestro, su vida real fue mucho más desgraciad­a; exactament­e por eso, por haber sido su musa.

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“¿Ay chiquita piconera, / mi piconera chiquita! / Esa carita de cera / a mí el sentío me quita. / Te voy pintando, pintando, / ar laíto der brasero / y a la vez me estoy quemando / de lo mucho que te quiero”… Estrellita Castro y Concha Piquer, las artistas más sobresalie­ntes de la posguerra convirtier­on esta copla en una de las letras más repetidas y que más emocionaro­n el alma afligida de un país que aún no se había recuperado de la tragedia vivida muy pocos años atrás. ¿Quién era aquella que “quitaba el sentío” a tan sufrido pintor? Pues, fíjense, alguien cuya juventud está a buen seguro bien presente en la memoria de no pocos españoles… No en vano, esta chiquita piconera fue –y es– una imagen mil veces repetidas, paradigma del tópico de la mujer andaluza, morena y sensual, ilustració­n del billete de cien pesetas por mor de otro cuadro que la representa, La Fuensanta, obra de Julio Romero de Torres, el pintor enamorado al que la copla se refería, y que, bellísima y carnal, la retrató en la más famosa de sus obras, La chiquita piconera. Aquella joven de cuadro, copla y billete se llamaba María Teresa López y fue una de las modelos favoritos del artista, si no la que más. Nacida en Argentina, con tal solo catorce años ejercía ya como modelo de Romero de Torres. Pero es a los dieciséis cuando posa para un cuadro inmortal, el más célebre sin duda del artista cordobés, un retrato racial y sensual, La chiquita piconera. Pintado al óleo y temple en el año 1930, muestra a María Teresa en el interior de una modesta habitación, con una mirada directa, intensa e insondable, seductora por lo enigmática y profunda, sentada e inclinada hacia delante, mostrando desnudo su hombro izquierdo y con sus largas piernas flexionada­s y embutidas en unas medias. Es un retrato de la humildad social, pero sobre todo desprende una carnalidad extraordin­aria… No es por tanto extraño que, sobre todo a partir de dicho lienzo, se convirtier­a en una especia de secreto a voces, en la comidilla de Córdoba, que el veterano pintor –que había nacido en 1874– mante-

Pintado en el año 1930, el cuadro muestra a Teresa en un interior humilde, con una mirada directa, intensa e insondable, seductora por profunda y enigmática

nía una relación sentimenta­l con la jovencísim­a modelo… Rumores. Lo cierto es que pocos meses después de haber concluido el cuadro, en ese mismo 1930, Julio Romero de Torres moría en su casa de Córdoba… Nadie había desmentido el rumor. Pero, claro, el artista muere y la musa queda bella y joven, viuda de pincel, de las tres pesetas por tarde de posado que cobraba y, sobre todo, a partir de entonces, con el sambenito de haber sido la amante de un artista que, de celebérrim­o en vida, pasa tras morir a ser legendario… Imposible despegar aquella etiqueta para Teresa López, “modelo y amante del gran Julio Romero de Torres”. Un lugar común que la acompañó toda su vida y del que siempre trató de despegarse hasta su muerte en 2003. Teresa confesó que el maduro artista sentía verdadero deseo por ella y se le insinuó en numerosas ocasiones, pero que la entonces adolescent­e no aceptó sus zalamerías: “No sabía por qué, pero no me gustaba… Creo que su mujer se dio cuenta de algo y siempre estaba al acecho, entrando al estudio con cualquier disculpa”. Desde entonces la duda acompañó su vida… Hasta su padre y su novio –luego marido– creyeron las murmuracio­nes… Y quizá por ello, por esa duda, quien permanece inmortal por la genialidad del artista fracasó en todas sus relaciones personales… En los últimos años de su vida, recordaba que todo aquel que se acercaba a ella lo hacía más por la curiosidad, por el deseo de estar cerca de alguien a quien amó el maestro andaluz, protagonis­ta de las más legendaria­s coplas, que por su humanidad.

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