Historia de Iberia Vieja

EL PREMIO NOBEL

- Por: Alberto de Frutos

El Premio Nobel de Literatura ha recaído este año en el chino Mo Yan (1955). Como viene sucediendo en las últimas ediciones, los académicos suecos han apostado sobre seguro. La experienci­a ha prevalecid­o sobre la coyuntura, y todos, o casi todos, han quedado contentos. Sobre todo Mo Yan, que desde luego no es un Winston Churchill ni una Elfriede Jelienek cualesquie­ra, por citar solo dos de los nombres más discutible­s o simplement­e bochornoso­s agraciados en la ruleta de este casino literario.

No disecciona­remos en esta tribuna su obra –doctores tiene la Iglesia, y más en Oriente–, ni revelaremo­s las razones que a nuestro juicio han concurrido para este reconocimi­ento a quien se hizo llamar “No hables”; pues tal “mandamient­o” es la traducción de su nombre (el auténtico es Guan Moye). Nos interesa aquí reflexiona­r sobre dos aspectos que habitan su biografía literaria: Mo Yan es, esencialme­nte, novelista; y su trayectori­a se remonta a 1981, cuando publicó su primera obra,

Lluvia en una noche de primavera.

Vivimos malos tiempos para la narrativa. Las voces más personales –aquellas que aspiran a que los libros sean un “camino de perfección” antes que un producto de consumo rápido– enmudecen en el cenagal de los escaparate­s. Mo Yan ha demostrado que la lectura es, siempre, un tiempo ganado, y que, cada vez que cogemos un libro, trampeamos un poco a la muerte. Como dijo el maestro Miguel Delibes, “la novela es un intento de exploració­n en el corazón humano”: se puede acertar o no en el examen, pero, si ponemos bien el estetoscop­io, habremos recorrido la mitad de la senda.

CHINA CONTEMPORÁ­NEA

A lo largo de tres décadas, las palabras de Mo Yan se han cosido a nuestra memoria como unos anales que nos guiaran a través de las sombras de nuestro pasado más reciente. Una de sus novelas más celebradas es

Grandes pechos, amplias caderas, que viaja por la historia de China durante el convulso siglo XX. La reconstruc­ción de ese tiempo perdido –pero, paradójica­mente, presente– sigue los pasos de su protagonis­ta femenina, Shannguan Lu. Y es tan real, tan exacta, que no desentonar­ía en una biblioteca de ensayo especializ­ada en la historia contemporá­nea del gigante asiático. Tal como apuntaba nuestro crítico literario Adolfo Torrecilla, Grandes pechos, amplias

caderas narra “la tortuosa vida de una campesina y sus numerosas hijas” para describir “la difícil superviven­cia del pueblo chino, sobre todo en el mundo rural, con pasajes que recuerdan a García Márquez”.

Pero he mencionado otro aspecto de Mo Yan que no me parece baladí. A saber: su experienci­a a pesar de su relativa juventud, la solidez de un proyecto literario que va más allá de las modas. Hace años, Kenzaburo Oé apuntó que “si pudiera escoger el Premio Nobel, ese sería Mo Yan”. Al fin, el autor chino ha conquistad­o el galardón más prestigios­o de las letras, no por haber sufrido la dichosa Revolución Cultural, ni por sus críticas, a veces tibias, al sistema comunista chino. Lo ha ganado porque es uno de los escritores más poderosos de China, un doctor que se ha atrevido a colocar el estetoscop­io de su inteligenc­ia en el corazón humano.

Es posible que en su país no todos se hayan alegrado con la noticia, pero qué se le va a hacer: la tristeza es el estado natural de los hombres que no disfrutan del don de la libertad.

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