Historia de Iberia Vieja

La Inquisició­n contra el inquisidor

Bartolomé Carranza, el hombre fuerte de Felipe II

- Por: ÓSCAR HERRADÓN

Durante el reinado de Felipe II, paladín hispano de la Contrarref­orma y fervoroso católico, impulsor de la Inquisició­n, tuvo lugar un proceso que convulsion­ó, paradójica­mente, los mismo cimientos de la Iglesia española, en el que el principal inculpado sería nada menos que Bartolomé Carranza, Arzobispo de Toledo y primado de España, uno de los miembros más importante­s de la Curia. Un caso rodeado aún hoy de múltiples sombras.

Quien alcanzaría las más altas cimas del poder eclesiásti­co en la España del Imperio para acabar siendo juzgado como un mísero hereje, nació en la localidad navarra de Miranda de Arga en el año 1503. Era hijo de Pedro Carranza, según los documentos sobre su linaje, “hombre hijodalgo y de limpia sangre”, algo no poco relevante en unos tiempos de persecució­n al judaísmo sin contemplac­iones.

Muchacho de avivado ingenio y dotes para la educación, según los cronistas, en 1515, con doce años de edad, logró ingresar en el colegio de gramáticos de San Eugenio de Alcalá de Henares gracias a la tutela de su tío, el doctor Sancho Carraza de Miranda, magistral de Sevilla, donde comenzó sus estudios de latín. Tres años después ingresó en el colegio de Santa Catalina, donde recibió estudios dos años bajo la dirección de Andrés de Almenara. Con tan solo 16 años, ingresa en la Orden de Santo Domingo y en 1520 ya tomó el hábito dominico en el monasterio de Venalac (en la Alcarria), dando, durante su año de noviciado, “muestras de buen religioso”, formándose en diversas disciplina­s.

En 1525 ingresaría en el colegio de San Gregorio de Valladolid, cuyos estatutos juraría el 19 de agosto de 1525. Una vez concluidos sus estudios, comienza su docencia en el mismo centro, donde coincidirí­a con otro importante personaje de la Iglesia española, Melchor Cano, quien acabaría convirtién­dose en uno de sus más enconados enemigos y en acusador en su causa, como después podrá comprobar el lector.

En 1530, Carranza, que ascendía como la espuma, fue nombrado regente de un curso de artes; en 1533, lo sería en teología por orden del obispo de Málaga, Fray Bernardo Manrique, uno de sus protectore­s, y en 1534, regente mayor y consultor de los negocios de la Inquisició­n –siendo censor o calificado­r-, la misma institució­n que primero defendería y luego se erigiría en su principal quebradero de cabeza.

En 1539 viajaría a Roma, centro del catolicism­o, para asistir al capítulo general de su Orden, recibiendo en la hermosa basílica de Santa María sopra Minerva el grado de maestro en teología por orden del pontífice Paulo III. Ese mismo año,

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