Y llegó la luz
El mundo vivía dominado por las tinieblas cuando desde Francia llegaron los influjos de un movimiento que lo cambiaría todo: el Gótico. Los maestros que dominaban las nuevas artes trajeron la luz, el saber y el conocimiento. Su influjo llegó a nuestro paí
Tras el cambio de milenio, Europa comenzó a recuperarse del retraso de la «oscura» Alta Edad Media. Y es que superado el año mil, en el cual no se produjeron los «terrores» que algunos historiadores del siglo XIX supusieron, la vida cotidiana de los europeos comenzó a dejar de ser tan dura como lo había sido en los primeros cinco siglos del Medievo.
Entre los siglos VyX, la vida cotidiana de la mayoría de los seres humanos que vivían en Europa fue terrible. A la indefensión ante la naturaleza y ante los abusos de los poderosos se sumaron la miseria endémica, la falta de esperanzas, la ignorancia, las supersticiones, las periódicas hambrunas, las enfermedades, las guerras feudales y las invasiones devastadoras.
Pero a lo largo del siglo XI la situación comenzó a mejorar notablemente. Finalizaron las sucesivas series de grandes invasiones que desde el siglo V habían asolado Europa (bárbaros, musulmanes, vikingos y magiares) y el peligro de una permanente amenaza general se disipó, asentándose entre los europeos una sensación de cierta seguridad desconocida hasta entonces.
La paupérrima economía altomedieval, prácticamente de subsistencia en la mayoría de los ámbitos, se había desarrollado en un medio hostil y desvertebrado: tierras baldías, bosques intrincados, marismas impenetrables, landas lodosas, pantanos cenagosos; probablemente tres cuartas partes de la superficie productiva europea estaban incultas. Pero a partir del siglo XI comenzó un colosal trabajo de roturación de bosques y desecación de humedales. Nuevas tierras se pusieron en producción, se mejoraron las técnicas de cultivo y aumentaron los rendimientos agrícolas. En poco más de
dos siglos, se talaron unos setenta y cinco millones de árboles en Europa, lo que supuso un abundantísimo suministro de madera para la construcción de edificios; entre ellos, las catedrales góticas.
La mejora en el rendimiento de los cultivos permitió liberar mano de obra agrícola rural, que emigró a las crecientes ciudades, aumentando así su población y también su demanda de bienes de consumo, y se empleó en los talleres urbanos y en la construcción; sin esa mano de obra, levantar catedrales hubiera resultado imposible. Con ello, la vida urbana, en regresión tras la caída del Imperio romano, se recuperó; y las ciudades crecieron por todas partes como hacía más de medio milenio que no ocurría. En toda Europa la población creció de manera notabilísima, duplicándose e incluso triplicándose en algunas regiones entre 1100 y 1300.
Las ciudades tomaron el relevo de los cenobios monacales como focos de la cultura y se convirtieron en los nuevos centros de la civilización occidental. El habitante de la ciudad se tornó emprendedor; y los comerciantes, hombres de ciudad sobre todo, se hicieron mercaderes y arriesgaron en sus negocios, en una actitud bien distinta a la de los campesinos, mucho más conservadores en ese sentido.
EL SIGLO DE LAS CATEDRALES
Entre 1140 y 1270, «el siglo de las catedrales», la economía europea se desarrolló como nunca antes se había conocido. La crisis del siglo xii, a la que alude el historiador Thomas Bisson, fue una crisis de crecimiento, a pesar de las dificultades, durante la cual se desarrolló la agricultura y aumentó el volumen del comercio y la producción artesanal.
Así, la catedral gótica encontró un medio económico propicio para su construcción: crecimiento de las ciudades y necesidad de dotarlas de edificios de prestigio; mejora de las técnicas artesanales en la fabricación de hierro, vidrio y madera; aparición de las asociaciones profesionales y gremios; mejora del instrumental de los oficios artesanos; y especialización de la mano de obra con mejores rendimientos por el trabajo.
Y fue en las ciudades donde nació la idea de la libertad. «El aire de la ciudad hace al hombre libre», dice un refrán alemán del siglo xii. Y, en cierto modo, así
fue. Algunos concejos europeos, buena parte de ellos en la península Ibérica, se organizaron de manera «democrática» y se constituyeron en comunas de hombres libres, de las cuales quedaban excluidos los señores feudales.
La expansión del Císter por la península Ibérica trajo consigo, ya a mediados del siglo XII, la introducción de la arquitectura monacal característica de la orden. Los cistercienses utilizaron muy pronto el arco ojival y la bóveda de crucería para construir sus monasterios, algunos con iglesias casi tan grandes como las catedrales, de manera que los templos de los grandes cenobios ibéricos del Císter, como Fitero en Navarra, Las Huelgas en Castilla, Veruela en Aragón o Poblet en Cataluña se construyeron según esos parámetros estilísticos, aunque sin utilizar las vidrieras de colores, pues san Bernardo de Claraval había dispuesto que la luz que iluminara los templos cistercienses tenía que ser pura y blanca. Por tanto, entre 1150 y 1170 las técnicas básicas de construcción del gótico ya se conocían en la Península, y se podían haber aplicado en la fábrica de las catedrales.