ARGO 1979: Crisis en la embajada
Hay una larga historia todavía por conocer. Sabemos poco. Sí, fue en 1979 y todo empezó con el asalto y el secuestro del personal de la embajada estadounidense en Irán. Seguimos sin saber exáctamente quién inspiró y protagonizó todo aquello. Tampoco sabemos si la extensión de la crisis fue incluso alimentada desde oficinas de Inteligencia en Washington para influir en la decisión de los votantes, que tenían que elegir entre Carter y Reagan cuando un buen puñado de compatriotas estaban atrapados dentro de una legación diplomática que, desde entonces, ha sido motivo de conflicto internacional. Lo acontecido entonces ya forma parte de la historia del siglo XX. Pero, como decimos, aún nos faltan por saber muchas cosas... Se supo parte cuando se desclasificaron documentos que contaban una pequeña historia dentro de aquella gran historia. Y de esa pequeña historia surge hoy una gran película: Argo. Ben Affleck, con una carrera de actor que comprende ya más de cincuenta títulos –la mayoría bastante irrelevantes, entre la comedia romántica, el thriller rutinario, el fantástico o la aventura histórica-, debutó en la dirección en 2007 con un guion propio: Adiós peque
ña, adiós, que protagonizó su hermano Casey. Obtuvo un reconocimiento unánime y, ya animado, volvió a escribir, dirigir e interpretar: The town. Ciudad de ladrones (2010), otra estupenda película. Y ahora de nuevo protagoniza y produce –junto con Grant Heslov y George Clooney– esta Argo, una historia verídica que parece mentira y que fue secreta hasta que Bill Clinton la dejó salir a la luz.
Asalto a la embajada de EEUU en Irán
A finales de 1979, el Irán de Jomeini y sus fundamentalistas ayatolás estalló de rabia contra los Estados Unidos, que habían dado cobijo al Sha Reza Pahlevi, recientemente derrocado. Una multitud, cientos de hombres enardecidos se fueron concentrando en torno a la embajada americana en Teherán y al final la asaltaron ante la pasividad de la policía y el ejército iraníes, y tomaron como rehenes a los diplomáticos y trabajadores de la legación. Pero no a todos: seis personas habían conseguido huir instantes antes de la invasión; se refugiaron en el apartamento de uno de ellos y al otro día, sin que los asaltantes se percataran aún, encontraron asilo en la embajada de Canadá.
Mientras el conflicto diplomático crecía hasta las pro-
porciones de una enorme crisis, las autoridades americanas trataron de sacar del país a los seis refugiados, antes de que los iraníes se dieran cuenta, los localizaran y se pudiera extender el problema a Canadá: nadie dudaba de que su embajada podría ser también atacada, con consecuencias imprevisibles. Y empezaron a fraguarse fórmulas de escape, todas ellas desechadas sucesivamente por la evidencia de sus escasas posibilidades. Hasta que el agente de la CIA Tony Mendez, especialista en estas situaciones, urdió un plan, aparentemente el más descabellado de todos.
Mientras el conflicto diplomático crecía hasta
las proporciones de una enorme crisis, las autoridades americanas
trataron de sacar del país a los seis refugiados
Con la ayuda del director de maquillaje John Chambers y del productor Lester Siegel –personajes auténticos–, la maquinaria de Hollywood se puso en marcha, con todos sus instrumentos, para el rodaje de Argo, una película de acción, con elementos exóticos e interplanetarios, al gusto de la época. Mendez llegó a Teherán como parte de un equipo de localización de exteriores, y él y el equipo –los seis refugiados– deberían salir, una vez cumplida la tarea, rumbo a Suiza.
Una historia emocionante... y real
Todo esto podemos conocerlo de antemano a poco que ahondemos en la historia; imaginamos cómo Ben Affleck va a hacer concluir su relato, pero antes hay que dejarse envolver por lo que va pasando a lo largo del metraje. Desde que los seis huidos de la embajada se refugian en la de Canadá, el guion recorre todo el proceso de elaboración de la “operación Argo”, con breves pinceladas de lo que ocurre paralelamente en Irán. Las dificultades se van salvando pero la intriga permanece, hasta que Mendez aterriza en Teherán. Y ahí comienza el auténtico clímax de la película, manejado con toda solvencia por Affleck, que no roba ningún plano como actor para dejar que la propia tensión interna del relato gane la pantalla. Cuando los americanos ponen el pie fuera de su refugio, camino de la salvación o el desastre, las imágenes dejan de ser solo descriptivas para adentrarse en la emoción de los protagonistas. Emoción que, como en todo buen cine, se contagia al espectador.