miedo El sillón del
Si pasan por el Museo Provincial de Valladolid no dejen de echar un vistazo a una silla de madera de cedro que hallarán allí expuesta… Pero, si son supersticiosos, más vale que no se acerquen demasiado a ella. Quizá no les llame demasiado la atención si desconocen la historia que la acompaña. Un sencillo mueble de madera, muy bien conservado, eso sí, del siglo XVI, con su respaldo, sus posabrazos… Una silla, vamos, sin más ni más. No es desde luego una pieza de museo, a no ser que conozcan la espeluznante historia que se esconde tras sus patas y que hizo que, durante varios siglos y hasta el derribo del antiguo edificio de la Universidad a principios del siglo pasado, esta se mantuviera colgada del techo de su capilla patas arriba…
Todo empieza a mediados del siglo XVI. Por aquel entonces, en la Universidad de Valladolid, y merced a un permiso real, se fundó en la facultad de Medicina la primera cátedra de Anatomía Humana en la que se permitía diseccionar, para su estudio, cadáveres humanos. Al abrigo de dicha novedad experimental, llegó a la ciudad un apocado y a la vez adelantado alumno de origen portugués, Andrés de Proaza, que pronto mostró un interés sobresaliente por la anatomía humana. Nada extraño. Nuevas posibilidades en la investigación atraen las vocaciones… Sin embargo, había algo extraordinario en sus conocimientos. Pronto empezó a rumorearse que el joven portugués tenía conocimientos especiales, que muy probablemente podría estar practicando la hechicería. Así que no resultaba extraño que al poco de desaparecer un niño de nueve años las miradas se dirigiesen a la vivienda de aquel de quien desde su llegada nadie conocía nada, más allá de su visceral amor por la anatomía, Andrés de Proaza… Y cuando el Pisuerga suena… agua lleva.
Los continuos rumores y las sospechas alertaron a las autoridades, que decidieron visitar el sótano de la vivienda donde residía el estudiante portugués. Al entrar, lo que encontraron fue espeluznante. Cadáveres de gatos y perros repartidos
Al entrar, lo que encontraron fue espeluznante. Cadáveres de gatos y perros repartidos por doquier. Una carnicería de vísceras y sangre
por doquier, sobre una mesa, diseccionados, una carnicería de vísceras y sangre, que adquirió a los ojos de las testigos visos terroríficos cuando hallaron los restos del niño desaparecido, que también había sido utilizado para perfeccionar sus diabólicos conocimientos de anatomía… Y decimos diabólicos porque, tras ser detenido, el joven confesó que su infinita erudición en materia médica se debía a un pacto hecho con el mismísimo diablo. Un célebre nigromante navarro había ofrecido a Andrés de Proaza un sencillo sillón de madera, a través del cual, una vez estaba sentado en él, se comunicaba con el diablo, que le proporcionaba toda la erudición médica. Eso sí, advirtió el estudiante, nadie que no fuera médico podía tomar asien- to en él… En caso contrario, moriría… No tardó en olvidarse el caso. El asesino del niño murió ajusticiado en la hoguera y la Universidad de Valladolid se quedó con buena parte de los utensilios médicos que se encontraban en su casa. También el sillón. Nadie recordaba la advertencia, nada recordaba siquiera quién había sido su antiguo propietario. Sin embargo, cuando dos bedeles fallecieron por causas inexplicables apenas unos minutos después de asentarse en dicho mueble, alguien recordó la historia, alguien se hizo eco de la antigua maldición. Y el miedo se apoderó de la gente… Y la leyenda, a creerse. Y la silla, a temerse… Así que los responsables de la Universidad decidieron trasladar el objeto maléfico a lugar sagrado, a la capilla universitaria… Eso sí, colgada del