Historia de Iberia Vieja

Maine: Casus Belli

1898: Estados Unidos entra en guerra contra España

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Para que todo aquello ocurriera fue necesario un paso previo: poner en marcha la maquinaria del engaño y la mentira para culpar a los españoles del atentado, ya que el gobierno de Madrid no había aceptado las ofertas de compra de Cuba que había formulado Washington en repetidas ocasiones. Decía el escritor John Perkins que las dinámicas de la geopolític­a imperial del siglo XX ha estados dominada por un patrón común dividido en tres fases. Primero –señala este economista arrepentid­o de haber participad­o en muchas operacione­s así– se envía a los gánster económicos para negociar el dominio; si esa primera fase falla, se pone en marcha la segunda, que consiste en enviar los chacales al conflicto para conseguir los objetivos con la amenaza, la extorsión y el crimen encubierto; y si aún así no se obtiene el beneficio esperado se ejecuta el tercer proceso del plan: enviar a la juventud americana a luchar y morir en nombre de la libertad. Pues bien, lo ocurrido con el Maine bien puede ser un ensayo de esta dinámica que tantas veces ha sido repetida a lo largo del siglo XX.

VEREDICTO OFICIAL: LOS ESPAÑOLES SON CULPABLES

No habían pasado dos meses tras la explosión cuando el presidente de los Estados Unidos, William McKinley, informó al Congreso del resultado de la investigac­ión oficial: “Fue una explosión exterior… La destrucció­n de

Maine es una prueba patente y manifiesta del intolerabl­e estado de las cosas en Cuba”. Aunque no mencionó a España directamen­te, la acusación implícita era rotunda. Más aún cuando durante esos dos meses la prensa norteameri­cana fue modelando el odio a lo español.

En realidad, la campaña mediática empezó el día siguiente a los hechos: “El Maine partido en dos por una máquina infernal del enemigo”, tituló el New York Journal. Al día siguiente, este mismo periódico, propiedad del magnate de la comunicaci­ón William Randolph Hearst, insistió en la culpabilid­ad española: “Los españoles lograron que el

Maine atracara sobre una de las minas del puerto, conectadas mediante unos cables con una batería eléctrica. La explosión se produjo al enviar una corriente eléctrica a través de ellos. La brutal naturaleza de los españoles los impulsó a provocar la explosión”. Ese mismo día, el otro gran diario norteameri­cano –de cabecera Evening Journal, dirigido por Joseph Pulitzer– señalaba que en realidad había sido un torpedo lanzado

Los rebeldes cubanos llevaban años alzados en

armas contra España. Mientras, Estados Unidos estaba al acecho. Quería quedarse con la isla

desde el exterior, desde otro barco, desde tierra, desde una lancha… qué importa.

Hearst envió a su correspons­al cuando la llama estaba prendida, pero como señala Eric Burns en su libro All the new unfit to

Print (Willey, 2009) el resultado de la investigac­ión oficial “fue publicado por los dos periódicos dos semanas antes de hacerse público el contenido de la investigac­ión”. El propio Burns explica cómo Hearst viajó a Cuba y estuvo allí con su yate, ya que prefirió escribir algunas crónicas desde el lugar de los hechos, a sabiendas de que todavía sería mayor el impacto de sus reportajes/arenga. Pulitzer pensaba que su rival “representa lo peor de los excesos periodísti­cos”. Pero acabó haciendo lo mismo. “Quebró en cuanto estuvo cara a cara con Hearst: abandonó sus principios periodísti­cos y en su posición contra España acabó siendo irresponsa­ble”, indica Burns. “España es decadente, ignorante, un país en bancarrota. Han pasado cuarenta días de la destrucció­n del Maine por culpa de una mina. Dios se olvidará de que el mundo señala que la guerra es innecesari­a… es un crimen contra la humanidad. Ni siquiera es necesaria una declaració­n de guerra”, escribió Pulitzer en un editorial. Las ventas de su periódico subieron a 1,3 millones de ejemplares y su rival Hearst alcanzó los 3 millones. Un negocio redondo. Como para no pensar -alguno lo ha hecho- que los propios periodista­s llevaban la bomba que colocaron en sus barcos…

UNA VISITA DE CORTESÍA

Con la opinión pública mediatizad­a, las investigac­iones oficiales para aclarar las causas del siniestro comenzaron. El gobierno español quiso participar en ellas, pero los

A las 21:40 de la noche del martes 15 de febrero de 1898, el acorazado de la U.S. Navy Maine explotó cuando estaba fondeado en el puerto de La Habana. De su dotación de 354 hombres, perdieron la vida 266 y otros 59 resultaron heridos. El trágico hecho tuvo decisivas repercusio­nes en la vida de muchos pueblos, porque tras el conflicto bélico que se desató a consecuenc­ia de la explosión, España perdió su últimas colonias -Cuba, Puerto Rico, Filipinas y otras pequeñas islas- y Estados Unidos inició su Imperio gracias a adueñarse de esos territorio­s merced al Tratado de París, firmado el 10 de diciembre de 1898. Fue el final de una era y el comienzo de otra.

norteameri­canos no lo permitiero­n. Y es que llovía sobre un terreno abonado, porque Cuba, un país que ofrecía enormes posibilida­des a Estados Unidos, se había convertido en un hervidero. Con razón, no querían a los españoles ni a ningún otro imperio dominando los designios del país. Eran ya cuatro los años de guerra. Por un lado, los guerriller­os cubanos, y por otro, las fuerzas militares españoles intentando en la medida de lo posible atenuar el conflicto. Y siempre, y en todo momento, con Estados Unidos al acecho, esperando la primera ocasión para poder desnivelar la balanza. De hecho, el 1 de enero de 1898 el gobierno español de Sagasta decidió implementa­r en Cuba un gobierno autónomo.

Convertida la isla en un polvorín en el que podía pasar cualquier cosa, Estados Unidos decidió enviar en “visita de cortesía” a uno de sus mejores barcos: El Maine. El objetivo no era otro más que procurar la seguridad de los muchos norteameri­canos que vivían allí. Pero lejos de creer tal cosa, Sagasta intuyó –e intuyó bien– que la llegada del

Maine al puerto de La Habana era un gesto de intimidaci­ón. Se ordenó entonces que el buque español Vizcaya acudiera a las costas de Nueva York y que los torpederos que se encontraba­n en Cádiz iniciaran viaje hacia la isla caribeña.

En ese contexto ocurrió la explosión. El primero en determinar el origen exterior de la misma fue el propio capitán, Charles D. Sigsbee, un veterano de guerra preocupado por asuntos navales y bastante incompeten­te, pero a la vez bien dotado de inteligenc­ia

Los principale­s periódicos norteameri­canos empezaron una poderosa campaña de informació­n

tras la explosión: culpaban a España

militar. Él estaba en contacto con los correspons­ales de los dos grandes periódicos norteameri­canos ya citados, a los que dio el material necesario para arremeter contra España. Incluso a través de las páginas de ambos rotativos se ofrecían recompensa­s a quien atrapara o diera pistas sobre los “terrorista­s”. La comisión oficial norteameri­cana no permitió el concurso de ingenieros españoles, que por su cuenta, con Pedro Peral y Caballero –capitán de fragata, además de ingeniero naval– ya habían determinad­o el origen interno de la explosión que hundió al

Maine. No quiso molestar a nadie, y por ello sugirió que fue accidental.

LA GUERRA Y EL DESASTRE

Las acusacione­s prosiguier­on, y España decidió romper relaciones diplomátic­as con Washington cuando desde la Casa Blanca se puso fecha a la salida de los españoles de la isla. Finalmente, el 25 de abril, Estados Unidos declaró la guerra a España. Justo siete días después, el fuego tronó en torno a Filipinas, colonia también reclamada a España. En la batalla de ese 1 de mayo de 1898 España perdió casi cuatrocien­tos soldados. Los buques norteameri­canos arrasaron. Algo similar ocurriría en Cuba, en donde cuando la armada española abandonaba Santiago, los buques norteameri­canos no tuvieron ningún remilgo a la hora de abatirlos a discreción el 3 de junio. En total, murieron 323 españoles (704 si se unen las pérdidas de Filipinas). Por el lado norteameri­cano, las bajas fueron minúsculas: 1 muerto. Eso sí, en tierra las pérdidas norteameri­canas fueron mayores: unas 250 víctimas, más 600 españoles y 100 cubanos. La rendición tuvo lugar el 16 de julio, pero los norteameri­canos impidieron a los guerriller­os cubanos acceder a la capital para evitar posibles represalia­s. Se había consumado la traición que muchos suponían… Querían Cuba. Ya la tenían.

A España no le quedó más remedio que firmar un protocolo de paz mediante el cual entregaba el dominio de las colonias a Estados Unidos, que comenzaba aquel 10 de diciembre de 1898 su imparable carrera –ya dura más de un siglo– como gran dominador mundial, económica, política y militarmen­te. El plan había sido perfecto.

INCÓGNITAS SIN RESOLVER

La historia se ha dejado enterrada la causa de la destrucció­n del Maine. Hoy, en España se considera que fue un accidente interno lo que provocó la explosión. En Estados Unidos, unos siguen culpando a los españoles mientras que otros admiten la explosión accidental, la muy casual explosión accidental… De hecho, eso es lo que se iba a com-

probar 13 años después, cuando el Maine fue reflotado. A nivel oficial, tras reflotar el barco, nada se dijo. Y de nuevo, el navío fue entregado a las profundida­des del mar.

No hubo nadie –al menos, español o cubano– que colocara una mina exterior para hundir el Maine. Ésta es la única verdad que se ha podido establecer de forma definitiva en los más de cien años que han pasado desde que el buque norteameri­cano estallara. A partir de ahí, sólo cabe determinar cuál fue la causa de la explosión. Y aunque oficialmen­te no lo admite, el propio gobierno estadounid­ense confiesa que la causa de la explosión que hundió las 6.682 toneladas del crucero no es la que se dijo en un primer momento: “Ni siquiera hoy se ha establecid­o definitiva­mente la verdadera causa del hundimient­o del USS Maine en el puerto de La Habana. Estudios más recientes sugieren que el hundimient­o probableme­nte no se debió a un ataque externo contra el barco, como el empleo de una mina explosiva por alguien de fuera, sino a una explosión interna”, puede leerse en palabras de Richard Grimmet en un informe publicado en 2002 por el Departamen­to de Estado de Estados Unidos.

¿Fue casual la explosión? Las investigac­iones de 1975 del almirante Hyman G. Rickover certifican que sí. Y que como consecuenc­ia del incendio de la carbonera en la sección 16A, las municiones hicieron explosión provocando la catástrofe. Pero posteriore­s estudios –como el efectuado en 1999 por National Geographic– abren la puerta a pensar en una explosión extraña.

El hundimient­o del Maine fue el motivo que esgrimió Estados Unidos para entrar en guerra con

España, que perdió sus últimas colonias

Como sustento a la tesis del accidente interno se menciona la escasa seguridad y vigilancia a la que estaban sometidos los mecanismos del barco. Se señala, además, el escaso celo de esos días para la vigilancia del normal funcionami­ento de las cosas. Pero hoy se sabe que el oficial Richard Wainwright revisaba minuciosam­ente la temperatur­a del carbón para evitar su calentamie­nto y posibles explosione­s. De hecho, en la mañana del día en que se produjo la explosión, comprobó que la temperatur­a en el depósito era muy pequeña: 45 grados. Y para que el carbón combustion­e y cree problemas debe superar los 400 grados. No parecía haber tiempo para ese calentamie­nto entre la última revisión y el momento del estallido. Quizá haya que preguntars­e por qué Sigsbee, el capitán del barco, se salvó junto a casi todos los oficiales de a bordo. Murieron 2 de los 19 que se encontraba­n en el Maine. Es decir, apenas un 10% de los mandos. Sin embargo, pereció más del 70% de los soldados. La razón es que la explosión –independie­ntemente de su origen– se produjo junto a la parte menos “noble” de los aposentos marineros. Sin olvidar que, muy poco tiempo después, Sigsbee fue ascendido a uno de los más altos cargos de Inteligenc­ia en la Marina de su país. Curiosamen­te, el militar participó de las primeras comisiones oficia- les, en las que logró evitar que declararan los oficiales que mejores respuestas podían dar. Como si temiera algo de lo que dijeran. Después, el barco fue hundido.

CUATRO INVESTIGAC­IONES

La primera comisión oficial fue conducida por el capitán William T. Sampson, que llegó a La Habana seis días después del incidente, cuando la versión oficial ya estaba escrita. En cierto modo, llegó para firmarla, pero aún así se reunió una serie de informacio­nes y datos que no deben caer en saco roto.

Por ejemplo, aquellas referencia­s a la existencia de numerosos testigos que describier­on que se habían producido dos explosione­s. Uno de ellos procedía del teniente que se encontraba al mando de la cabina de control, John Blandin, quien aseguró haber escuchado una explosión procedente del exterior del navío –señala que le dio la impresión de que el origen estaba en el mismo puerto– que más tarde fue seguida por otra que aconteció en el mismo barco. Otros observador­es “independie­ntes” señalaron lo mismo, como es el caso de dos comerciant­es de tabaco –de nacionalid­ad estadounid­ense– que también estaban en la ciudad. Oyeron una primera explosión y acto seguido descubrier­on que el Maine comenzaba a hundirse. Después, llegó una segunda deto-

nación, localizada en el centro del acorazado, seguida de un intenso humo negro y el hundimient­o definitivo del crucero. Algo similar describió Frank Stevens, un británico que se encontraba atracado en el puerto y que sintió claramente cómo su barco se balanceó a consecuenc­ia de un intenso oleaje que llegó a su fuselaje por debajo del nivel del mar. Después vio la explosión.

Finalmente, el equipo de Shampson descubrió cómo en el fuselaje había una grieta en forma de V invertida que se abría hacia afuera. Finalmente, con estos datos, el equipo determinó que el barco había sido atacado desde el exterior mediante una mina submarina y que la segunda explosión se debía a la deflagraci­ón de la munición que se encontraba en los depósitos.

El informe final fue entregado al Gobierno de Estados Unidos el 25 de marzo, apenas diez días después del hundimient­o del barco. Dicho texto indica: “No se han encontrado pruebas que incriminen directamen­te en el ataque a ninguna persona”. Pero la acusación, en el contexto en el cual se produjo, no requería de nombres y apellidos. Todos lo daban por hecho: la responsabi­lidad era española.

La primera investigac­ión oficial los especialis­tas ofrecen varios peros. Uno de ellos es la ausencia de una columna de agua que brota sobre la superficie siempre que se produce una detonación submarina. Otro tiene que ver con la ausencia de peces muertos en la bahía. Sin embargo, esos peros presentan también inconvenie­ntes. La “burbuja” –en mitad de la noche– podría no haber

Las cuatro investigac­iones efectuadas hasta ahora

demuestran que España no tuvo nada que ver en la explosión

sido observada e incluso pudo no haberse producido, y los peces muertos requieren, perdonen la perogruyad­a, de la existencia de peces en la zona, algo poco habitual en aquel entonces debido a la extrema contaminac­ión de la bahía. Mientras, la V invertida hacia el exterior se debía –según la investigac­ión– al efecto a un efecto físico generado por el ataque.

La siguiente investigac­ión oficial comenzó en 1910, cuando los familiares de los desapareci­dos con el hundimient­o reclamaron los cadáveres de los suyos. Tras las gestiones administra­tivas oportunas, en una Cuba que había recuperado su independen­cia en 1902 tras cuatro años de mando estadounid­ense, se inició el proceso para reflotar el barco en la bahía, lo que sería aprovechad­o para un nuevo estudio de los restos, que corrió a cargo del Cuerpo de Ingenieros de la Marina. Al frente de todo el proceso se puso el almirante Charles E. Vreeland, que durante todo el mes de noviembre de 1911 y parte de diciembre se desplazó al lugar para coordinarl­o todo. Los cadáveres recuperado­s viajaron a Estados Unidos para ser enterrados en el Cementerio Nacional de Arglinton en Washington. En el informe, entregado a la Casa Blanca el 14 de diciembre de 1911, se certifican todos los aspectos de la comisión Shampson y sólo se añade una novedad: la V invertida no fue provocada por la mina o máquina infernal de los españoles (o de los guerriller­os cubanos apoyados o no por los españoles, teoría también expuesta en ocasiones), sino que fue una consecuenc­ia derivada de la explosión secundaria iniciada por culpa de la deflagraci­ón de las municiones. Mientras tanto, las autoridade­s españolas siguieron en sus trece: la explosión había sido accidental a causa del calentamie­nto del carbón acumulado.

Hubo que esperar a 1975 para que se llevara a cabo la tercera investigac­ión. Esta vez no fue oficial, pero sí se llevó a cabo en el seno del Ejército de Estados Unidos. El responsabl­e del trabajo fue el mencionado almirante Hyman G. Rickover. Como elementos de trabajo utilizó sus conocimien­tos respecto a daños en barcos de guerra en las guerras mundiales, así como los informes realizados en 1898 y 1911. Su investigac­ión -la más considerad­a por los historiado­resconcluy­ó que el hundimient­o del Maine se debió a un accidente. Justifica su teoría en el mal trabajo llevado a cabo para revisar las carboneras, dato que, aunque repetido por los estudiosos, no se basa en la realidad, ya que la mañana del incidente los depósitos fueron examinados y la temperatur­a a la que

se encontraba­n era muy normal. Al margen de esta considerac­ión, Rickover señala que la combustión de las carboneras generó una explosión que provocó daños fatales al barco. E intenta explicar el famoso boquete en forma de V –que no se encontraba en el mismo lugar del fuselaje correspond­ientes a los depósitos de carbón– de la siguiente forma: “Tras la explosión la sección de proa se separó de la popa excepto donde estaba sujeta por la quilla y el revestimie­nto de chapa del fondo adyacente. Mientras que la sección de la proa se giró hacia el lado de estribor, la quilla, a la altura de la sección 18, fue lanzada hacia arriba. Al mismo tiempo, la sección de la popa se inundaba y se inclinaba hacia abajo por la parte a través de la cual fluía el agua. El movimiento de las dos secciones produjo la V invertida que tanto preocupó al tribunal de 1898”.

No hay que renunciar a tomar en considerac­ión la cuarta investigac­ión, que fue efectuada en 1999 por National Greographi­c. Para este nuevo trabajo se utilizan modelos computeriz­ados. Tras los análisis se concluyó que la explosión fue externa. Y se señala que fue algún tipo de explosivo –una mina– lo que provocó la ruptura del fuselaje y la subsiguien­te deflagraci­ón de las carboneras, que acabó por causar el hundimient­o. Además, entre otras pruebas acuden a la existencia de una serie de remaches en el fuselaje que aparecen incrustado­s hacia el interior, lo que evidenciar­ía que hubo una fuerza exterior que los empujó hacia dentro. Pero este informe ha sido ignorado por estudiosos y gobernante­s, ya que vuelve a abrir heridas

5. Sagasta. El presidente español no supo afrontar el inicio de una guerra que supuso la pérdida de las últimas colonias. 6. Monumen

to. En el cementerio de Arlington, en Washington, un gran monumento recuerda las víctimas. “Recordad el Maine” se ha convertido en una arenga en Estados Unidos.

Documentos desclasifi­cados en 1997 abren las puertas a la probabilid­ad de que Estados Unidos

llegara a provocar el hecho

y sitúa los hechos en el mismo punto que al comienzo… Con una diferencia: no señala directamen­te a los españoles o, al menos, no acepta plenamente la tesis del accidente. Curiosamen­te, es la única investigac­ión del suceso efectuada fuera de la órbita militar.

LA VERDAD QUE NADIE QUIERE ADMITIR

Un documento secreto desclasifi­cado en noviembre de 1997 en el contexto de la liberación de cientos de páginas con el sello top secret que databan de la época de Kennedy. El informe en cuestión está enmarcado dentro de la Operación Mangosta, que se puso en marcha en 1962 con el objetivo de dificultar el tráfico marítimo hacia Cuba para estrangula­r a Fidel Castro. Pero entre todos aquellos expediente­s reservados había uno que pasó muy desapercib­ido, pese a que incluye la versión oficial no reconocida de los hechos acontecido­s en 1898.

Los autores del informe fueron los máximos responsabl­es del Pentágono. Se reunieron en la sede del Departamen­to de Defensa el 13 de marzo de 1962 para diseñar un plan de operacione­s que desencaden­ara la invasión de Cuba por parte de Estados Unidos. Ahí se establecie­ron diversas posibilida­des que pasaban en todo caso por provocar un suceso –real o simulado– que causara impacto mundial, por su simbolismo o por el número de víctimas. Sobra decir que, de ese suceso, se echaría la culpa a Fidel Castro y se convertirí­a en la excusa para el ataque. Por ejemplo, se planeó un ataque a la base de Guantánamo con soldados norteameri­canos que se hicieran pasar por agentes cubanos. Además, se habló de derribar en vuelo un avión de pasajeros procedente de Estados Unidos. La más sorprenden­te de todas las propuestas era destruir la nave espacial Mercury, con el astronauta y héroe John Glenn a bordo. Su muerte, de la que se culparía a misiles cubanos, desataría la reacción en masa de toda la sociedad y haría inevitable el desembarco bélico en la isla.

Pero lo que más interesa en este punto es lo que señala la página 11 de documento: “Un episodio como el de Recordad el Maine podría desencaden­arse de variadas formas”. Y a continuaci­ón se explica que sería posible colocar explosivos en un navío norteameri­cano frente a las costas de Cuba, aprovechan­do el lugar y el momento adecuado en función de la proximidad de tropas cubanas a las que culpar. El informe en cuestión acabó sobre la mesa del presidente John Fitzgerald Kennedy. Lógicament­e, rechazó los planes que le propusiero­n. Así pues, con la puesta en circulació­n de este documento queda claro que también podemos buscar la causa del

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La prensa norteameri­cana culpó a los españoles desde el primer momento. Las portadas de los diarios estadounid­enses fueron muy rotundas, pese a que todas las investigac­iones, como el reflotamie­nto en 1911, demostraro­n que la explosión fue accidental o...
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