La rebelión de las masas
José Ortega y Gasset, un filósofo para la Historia
Fue testigo de toda una época. Nació y vivió en una España con dificultades, cambios políticos, problemas de identidad, pero a la vez en un país en el que las mentes lúcidas alcanzaron un nivel casi sublime. Desde comienzos del siglo XX comenzó a dar a conocer sus pensamientos, pero fue en 1930 cuando inició la publicación por capítulos de una obra que es un referente tanto fuera -especialmente fuera- de nuestras fronteras como dentro. En 1937 llegó la edición definitiva. En su ensayo más conocido y leído. Se cumplen 75 años de La rebelión de las masas.
Si algo que se decía hace 75 años puede leerse hoy, tal como si hubiera sido escrito hoy, es que ese algo tiene la chispa de la inmortalidad. Y, desde luego, eso pasa con
La rebelión de las masas, posiblemente el texto filosófico español más importante del siglo XX. O sin el posiblemente... Somos incluso prudentes al decirlo porque en realidad es muy probable que estemos refiriéndonos al ensayo hispano más lúcido que dieron los tiempos contemporáneos.
Esta historia escribió su capítulo cumbre en 1937. La editorial argentina Espasa-Calpe atravesaba una importante crisis. A sus responsables se les ocurrió innovar en tiempos de dificultades. Pensaron en una colección de libros que les resultaran baratos de producir a ellos pero que, a la vez, resultaran económicos para el bolsillo del lector. Y además de económicos, cómodos y manejables. Así, pensando en el bolsillo del lector –bolsillo en cuanto a dinero, por supuesto, pero después lo fue también en cuanto a tamaño– acabó por inventarse la cuasiprimera colección de libros de bolsillo: Colección Austral. El objetivo era centrarse en obras de reconocida calidad y en clásicos. Para arrancar tiraron de un viejo amigo y conocido que les ayudaba en la selección de obras, en la revision de textos, en la promoción de las publicaciones. Era español, pero muy ligado a Argentina. Representaba el puente que en sí mismo era la editorial. Alcanzó una enorme popularidad y recibió críticas elogiosas que de inmediato lo condujeron a las repisas de obras imprescindibles, y eso que a modo de artículos había ido publicando los capítulos que daban forma a aquel libro en el diario
El Sol, un periódico que el mismo Ortega y Gasset había fundado y que se había convertido en un referente del quehacer cultural de España junto a la Revista de Occidente, también fundada por él en aquellos años. Ambas publicaciones periódicas se habían insertado en la columna vertebral de la cultura española de aquellos complejos años en los que la dictadura de Primo de Rivera estaba colapsando la eclosión de hombres como él, que eran ya un auténtico referente para la Generación del 27 y que lo sigue siendo hoy para millones de personas.
TIEMPOS CONVULSOS
Espasa-Calpe se inauguró con La rebelión
de las masas, que incluía los textos tal cual los conocemos hoy. Aunque se publicó de otra forma años antes, la que citamos es la edición que se convirtió en referencia. Habían pasado muchas cosas desde que aparecieron los artículos en El Sol y la definitiva publicación del libro. La Generación del 27 se ancló en la leyenda pero a costa del sufrimiento. Varios de sus miembros habían sido encarcelados, asesinados, ajusticiados... Antes, la caída de Primo de Rivera aceleró la llegada de la II República. El propio Ortega y Gasset llegó a ser diputado en los primeros años, pese a que su aproximación a la vida pública estaba mucho más impulsada por el interés de mejorar la vida del hombre y sus circunstancias que con la ideología en sí misma. Lo había dejado bien claro: “La política se apresura a pagar las luces para que todos los gatos resulten pardos”. Había calificado de imbecilidad determinadas distinciones entre izquierda y derecha. También había alertado sobre los “ismos”; de cómo esas corrientes –nacionalismos, fascismos, comunismos...– provocaban aquello que jamás debería ocurrir: Ortega y Gasset defendía la democracia, pero no como una presunción sino como un hecho, no como una palabra para vanagloriarse de su uso denotando la carencia que esconde: “Como norma política es buena, pero la democracia del gesto y del pensamiento, la democracia del corazón y de la costumbre es el más peligroso morbo que puede padecer una sociedad”. Quizá por ello –pese a su alejamiento de la vida política a partir de 1932–, cuando se produjo el golpe de Estado de 1936, los republicanos se presentaron en su casa para
hacerle firmar, junto a otros intelectuales, un documento en el cual condenaba la acción de Franco y se ponía del lado republicano. No lo firmó, pero habló y rehabló con los milicianos que acudieron a él para que redactaran un nuevo texto con menos carga ideológica y más peso humano, gracias a lo cual, unido al resto de su trabajo, acabó siendo una referencia de la lucha por la paz y el diálogo independientemente de la ideología de quien le leyera.
Hizo lo que había defendido en uno de aquellos textos publicados en El Sol: dialogar. Para él, la discusión y el gobierno con los oídos abiertos al enemigo eran la mejor forma de construir lo mejor para una sociedad. Sabía que de no hacerlo, las cosas se podían complicar... Bien que lo advirtieron tres años de Guerra Civil en España y seis de Guerra Mundial. Una década perdida entre la barbarie. Él decidió abandonar España camino de París durante la contienda “local”. Después, se instaló en Argentina y finalmente en Lisboa, desde donde asistió a la locura de una guerra que destruyó Europa por unos motivos que anticipó –y de forma prodigiosa– en
La rebelión de las masas. Hasta 1945 no regresó a España. Ya se trató de una presencia tímida, aunque siguió edificando un mundo de inmensidad cultural a su alrededor. Fundó junto al intelectual Julián Marías el Instituto de Humanidades en 1948 y en esos años viajó por Estados Unidos, Inglaterra, Alemania... Sus conferencias son reconocidas como magistrales por los asistentes. Le escuchan. Le reconocen como sabio y una de las mentes más brillantes del siglo XX. Era ya un español universal más reconocido fuera que dentro. Falleció en Madrid en 1955.
Pero su historia comienza mucho atrás...
UN FAMILIA CULTURAL
Madrid, 1883. José Ortega y Gasset nace en el seno de una muy acomodada familia burguesa que se dedica al mundo del periodismo y la cultura. Su abuelo Eduardo Gasset había sido ministro con el rey Amadeo de Saboya antes de la restauración borbónica. Fundó en 1863 El Imparcial, el periódico de cabecera en la época. El emergente movimiento liberal lo toma como su medio de cabecera. Al frente del suplemento literario,
Los lunes de El Imparcial, se sitúa a José Ortega Munilla. Allí acabarían escribiendo, entre otros, genios de la talla de Unamuno, con quien después nuestro protagonista mantendría una feroz lucha de ideas. Su trabajo le sitúa en el entorno de la familia de empresarios y conoce a Dolores Gasset, la hija de Eduardo, con quien acaba casándo-
se. De la unión entre ambos nace José, que ve cómo el hermano de su madre, Rafael, se convierte en director del periódico primero y posteriormente en ministro de Fomento durante el gobierno de Francisco Silvela en 1900. Ese es el ambiente en el que se desarrolla su infancia y adolescencia. Y ello, lógicamente, le influye, pero su vocación es clara: la filosofía. A ella se entrega con la ambición nada secreta de encontrar una explicación a la posición del hombre en el universo y el significado de la vida. Quería ser escritor. Quería ser sabio. Iba a conseguir ambas cosas...
EN BUSCA DE UNA FILOSOFÍA PARA LA SOCIEDAD
Estudia en la Universidad Central, donde se licencia a los 21 años, y prosigue su aprendizaje en Alemania. Allí podía encontrar ideas y planteamientos que quería importar a España, puesto que, desde joven, contribuir a mejorar la sociedad española es su principal objetivo. Escribió en El Imparcial, que ya dirigía su padre, pero sus críticas al liberalismo español, al que consideraba anquilosado, situó a su familia en una posición incómoda, ya que defendía un liberalismo más próximo a los ciudadanos, en el que el Estado fuera el garante de que existiera una política distributiva de los ingresos que beneficiara a los desheredados de la suerte y una cultura que llegara con seguridad a todos los ciudadanos. Jamás abandonaría esas ideas que tan poco tienen que ver con el liberalismo que
Su obra alcanzó una enorme popularidad y recibió críticas elogiosas que de inmediato lo condujeron a las
repisas de obras imprescindibles
después se haría hueco en las políticas del siglo XX tras la guerra mundial. Por entonces, liberalismo era democracia, y democracia era liberalismo, pero empezó a asistir a cómo el liberalismo más estricto se convertía sólo en una forma posible de democracia. Funda en 1908 El faro, que se convierte en el periódico de cabecera de gente como Alejandro Lerroux, años después presidente el Gobierno.
Fue en 1914 cuando publicó su primer libro, Las meditaciones del Quijote, que parte del enfrentamiento entre idealismo y materialismo que para él significa la escena en la que el ingenioso hidalgo está convencido de que unos molinos de viento que tiene frente a sí son gigantes; pero Sancho le obliga, sin éxito, a ver la realidad. Eran molinos. Esa y no otra era la realidad. Por ello, y como filósofo, se adscribe a las corrientes que piensan que las ideas están por encima de los hombres. Que la razón, en suma, está por encima del sentimiento. Fomentar esa idea fue uno de sus objetivos casi utópicos desde el principio. Aunque no lo olvidemos: sus textos presentan una enorme sensibilidad sobre los sentimientos humanos y entre humanos. Estaba convencido de que España debía acercarse a Europa, porque llegará el día, inevitable, en que las naciones de Europa se unan en una entidad supranacional. Su profecía se cumpliría apenas unas décadas después cuando comienzan los primeros intentos por fomentar una unión que él predijo con maestría. Ese europeísmo suyo, sin embargo, no estaba enfrente de su profundo españolismo, y llamó la atención sobre los nacionalismos y otras corrientes que en su opinión estaban dervirtuando la naturaleza del estado. Fruto de aquellas ideas nació otro de sus libros más conocidos, La España invertebrada.
ESCRITOR, POLÍTICO, PERIODISTA... Y FINALMENTE PENSADOR
La cultura española hervía por entonces en las páginas de los periódicos, muy politizados –algunos no eran sino órganos de comunicación de los partidos– pero necesarios en una época muy abierta a todo tipo de influencias. La fundación de El Sol en 1917, creada por el mismo hombre que creó la editorial Calpe, será muy importante para él, porque sus páginas se convierten en su principal foro de expresión. Defiende el liberalismo social a través de medidas como la presencia de los trabajadores en las direcciones de las empresas y la financiación –y redistribución