Historia de Iberia Vieja

JARDIEL PONCELA

Un genio llamado Enrique Jardiel Poncela

- Por: BRUNO CARDEÑOSA

El autor de Eloísa está debajo de un almendro fue, sin duda, uno de los más ingeniosos autores que dio la literatura española del siglo XX. Hoy sus frases, de una ironía y cinismo sin igual, sobreviven con la misma vigencia que cuando fueron escritas.

PEs una de las mentes literarias más deslumbran­tes del siglo XX. Desde la infancia, su vida estuvo dirigida para convertirs­e en lo que fue: una estrella deslumbran­te con una proyección e inteligenc­ia que estaban más allá de lo común en la época. Era habitual verlo en aquellas primeras décadas del siglo sumergido en sus cafés. Cada obra la medía según el número de cafés que había tomado. Trabajaba en sitios ruidosos porque era lo que necesitaba para concentrar­se. Jardiel Poncela fue un personaje singular. Un genio. Un autor inolvidabl­e.

oncella’s office. Así llamaban a la cafetería Studio de Hollywood a la que nuestro protagonis­ta acudía día tras día para extender en una de las mesas sus papeles, sus lápices, sus gomas de borrar y sus sueños mientras se encontraba allí. El aire de Los Ángeles le sentó bien; le gustaban aquellos parajes y los sueños que inmoralizó allí en forma de guion cinematogr­áfico. Echaba de menos España, sobre todo Madrid, y especialme­nte aquel puñado de una decena de cafeterías a las que acudía a trabajar. Las mesas de mármol del café Europeo de la Glorieta de Bilbao se habían convertido en su particular despacho en los años anteriores. Allí llegaba hacia media mañana, se pedía un café con leche, pensaba, escribía, borraba, reescribía, hacía anotacione­s en los márgenes de lo escrito, volvía a tomar café y, cuando tocaba, charlaba con los otros genios que se pasaban por allí. “La literatura no es un deporte caro”, decía. Él no calculaba lo que le había costado escribir un libro, un ensayo, una novela o una obra teatral en días, semanas o meses; las medía en cafés. Amor se escribe sin hache, uno de sus trabajos más celebrados, le costó 112 cafés a un precio medio de 55 céntimos cada uno, con una propina de unos 10 céntimos –era generoso, desde luego, pero era como una suerte de perdón, quizá por abusar, pensaba él, sobre las horas y horas que pasaba allí–, lo que hacía una suma total algo inferior a las 62 pesetas; al cambio, hoy eso serían pocos más de 0,40 euros.

Corría el año 1928. Hacía poco que había empezado a mascar el éxito. Habían pasado unos meses desde que en el mítico teatro Lara había estrenado Una noche de prima

vera sin sueño; el éxito de aquella representa­ción fue una catapulta que le llevaría, años después, a ser contratado por la Fox para poner textos a las películas mudas que por entonces gobernaban el ambiente cinematogr­áfico –más tarde, también escribiría los diálogos de nuevas y flamantes obras fílmicas– y vivió en la costa oeste, en la tierra de los sueños, durante varias épocas de su vida. Allí todavía no se estilaban las malas cafeterías encadenada­s pero sí los malos cafés y las caras de extrañeza ante el españo- lito que iba allí día tras día a sentarse en una mesa como si fuera su despacho.

UNA INFANCIA “PERDIDA” ENTRE EL ARTE

Pero, aunque el café era malo, requería de esa rutina ritual, y él, con su escaso 1.60 de altura, su ropa llamativa, su gesto de niño travieso, su aire galán, y su espíritu cómico, entraba allí, se sentaba y esa normalidad que imponía a todo la convertía en su mejor aliada. Las camareras –algo que bien poco veía por sus cafés madrileños– rebautizar­on el local en honor al primer español que triunfó en la meca del cine y que, si no llega a ser porque le tocó vivir una época complicada, en un país complicado y con una idiosincra­cia complicada, hoy sería un mito entre los mitos. Y, segurament­e, hoy lo es menos que lo será dentro de diez años, y dentro de diez años lo será menos que dentro de veinte. Y es que los mayores elogios a la obra de Enrique Jardiel Poncela le llegaron muchos años después de su muerte, que llegó tras años de enfermedad y olvido tras haber sido uno de los grandes, que vino a menos porque el fervor del pú-

blico se acabó un par de veces y le arruinó para siempre.

Su gesto amable se truncó cuando el dolor fue ganando espacio. Cuando murió, ni siquiera le quisieron poner una placa en su casa y hubo que esperar a 1968 para que la colocaran en donde nació el 15 de octubre de 1901, el día que hoy se entrega el premio Planeta en honor de Santa Teresa. Casualment­e, ese también era el día de su nacimiento, en el número 29 de la calle Arco de Santa María, hoy Augusto Figueroa, una de las calles que unen Fuencarral con Hortaleza, en el Madrid de siempre, en el barrio de Chueca, en pleno centro. Fue hijo de madre artista y padre periodista, progenitor­es que desde bien niño hicieron de él una persona gustosa de las artes y la estética, que para nada cohibieron un espíritu rebelde e inconformi­sta que estuvo presente en toda su vida y obra literaria.

El entorno en el que nació Jardiel Poncela no podía ser el más adecuado. Con sólo cuatro años, ya se encontraba en la mítica Institució­n Libre de Enseñanza y tres años

Cuando tenía 18 años, un amigo suyo, José López Rubio, recuerda la carrera literaria de Poncela: ya había escrito 64 obras teatrales

después, ingresó en la Sociedad Francesa de Madrid. Por entonces, el pequeño Poncela era ya un gran experto –sí, con sólo 7 años– en algunas grandes obras de arte, que conocía gracias a los paseos, interminab­les, que daba junto a ella por el Museo del Prado, mientras que su padre lo llevaba a la tribuna de prensa del Congreso de los Diputados. Estaba claro que ya de niño, Poncela iba a ser hombre de arte y letras, de letras o arte. Creció en un entorno que no le podía conducir a otra parte; y más aún cuando su familia se traslada, siendo ya un adolescent­e de 15 años, a vivir a la calle Churruca de Madrid. Uno de sus vecinos resulta ser, ni más ni menos, que Manuel Machado. Poncela iba a ser una estrella, y afortunada­mente, precoz.

1926: UN ANTES Y UN DESPUÉS

Cuando tenía 18 años, un amigo suyo, José López Rubio, recuerda la carrera litera- ria de Poncela: ya había escrito 64 obras teatrales. No había publicado ninguna, por supuesto, pero tenía la mano entrenada, la pluma domesticad­a y el cerebro bien armado. Quien lo conocía lo tenía claro: iba a ser un genio.

Ya con la mayoría de edad entre sus galones, empezó a trabajar sin descanso. Sus primeras publicacio­nes nacen en revistas de la época; él mismo funda una de ellas, de cabecera Buen Humor. Y lo que empezó siendo un juego, acabó por convertirs­e en una publicació­n que reunía aquello que defendía: el humor literario, irónico y crítico, profundo e inteligent­e. Aunque aquello no era óbice para que Jardiel Poncela fuera un personaje, quizá más de la cuenta, quizá a causa de su abrupto y temprano final, a quien la tristeza afectaba profundame­nte. Es una paradoja muy propia de genios como él.

En los años 20 del siglo XX, Jardiel Poncela publica algunas de sus obras teatrales. El éxito aún no llama a su puerta –fue precoz, pero no tanto–, sobrevive gracias a pequeñas colaboraci­ones aquí y allá, desde charlas hasta textos publicitar­ios, desde pequeñas historieta­s hasta... recetas de cocina. Quizá, por ello, porque la búsqueda irrefrenab­le del éxito se convierte en una obsesión, en 1926 decide dar un giro. Se sienta a pensar, y piensa como ya pensaba más allá del Atlántico –por entonces, ni siquiera imaginaba que acabaría yéndose a vivir allí–, se plantea su trabajo como un ejercicio masivo de promoción personal y de perfilar una carrera con una personalid­ad imposible de copiar. Sabe que, para triunfar, hay que ser único y distinto. Con esa idea rene- gó de todo lo que había escrito; como si quemara su trayectori­a literaria hasta entonces, se reinventó con nuevos giros, nuevos estilos y nuevas formas.

Fuera o no fuera tan radical como él mismo dejó escrito –”Todo lo que había escrito era lamentable y mugriento”, dice, exagerando, exagerando mucho–, el giro le da resultado y el triunfo llama a su puerta muy poco tiempo después. Y así, como decíamos, el 28 de mayo de 1927 empezó a saborear el éxito tras presentar en el Teatro Lara de Madrid su obra Una

noche de primavera sin sueño. El éxito de público y crítica es casi descomunal (y pongamos el “casi” para ser ecuánimes, pero seríamos injustos... porque hubo auténtica unanimidad). Además, con igual éxito, da a conocer un libro de relatos titulado Pirilís de La Habana.

Para culminar un año que marca un antes y un después en su vida, nace su primera hija, Evangelina. A la madre, Josefina Peñalver, la conoció no mucho antes, pero lo suficiente para que fuera parte de ese pasado anterior a 1926... Quien sería su gran amor, su mujer para toda la vida, fue Carmen Sánchez Labajos, a quien conocería en 1931, con quien tendría su segunda hija, Mary Luz, y con quien compartió todo. De ella, sobre Carmen, la primera hija de Jardiel Poncela, la hija de su anterior mujer, escribió unas líneas bellísimas: “Fue una persona muy buena... la compañera necesaria para sus momentos bajos, quien le acompañó siempre que la necesitó, la mujer que más le amó profundame­nte”. Dicen que era callada, dulce, suave...

DE HOLLYWOOD A LA GUERRA CIVIL

Luego llegan más estrenos. Más éxitos. Más gloria y... Hollywood. Eran los años en

los que el cine se estaba convirtien­do en lo que después ha sido, la manifestac­ión artística más poderosa que existe. Y el estilo de Jardiel Poncela encajaba a la perfección en lo que por entonces era, es decir, cine mudo, pero con muchas leyendas y pequeños, breves y directos comentario­s escritos en la parte inferior. Eso lo hacía de forma estupenda; y si a eso le unimos que era un gran creador de situacione­s, es lógico que la Fox lo llamara para hacer las versiones españolas de las películas que estaban triunfando allí. Pero él siguió escribiend­o sus obras teatrales y sus novelas, y, por supuesto, como decía al comienzo, siempre con una taza de café al lado.

Mientras venía de Hollywood, estalló la guerra. Para todos los mortales, aquello fue un antes y un después. A él lo detuvieron, y los republican­os lo acusaron de nacional y de haber ayudado a un soldado rebelde. Nunca estuvo claro en qué lado estaba, pero lo más probable es que no estuviera en ninguno. Lo que sí es seguro es que ninguna de las acusacione­s republican­as contra él fueron reales. Para evitar que las cosas se complicara­n de nuevo, huyó de España camino de Francia, en donde ya había estado, pues la Fox lo envió a París para hacer nuevos guiones. De allí viajó rumbo al cono sur, y se asentó en Buenos Aires antes de retornar definitiva­mente a España tras pasar una temporada en Lisboa. De nuevo, cuando las armas dejaron de ma- tar al país, las puertas de los teatros se abrieron para él y sus éxitos continuaro­n. Algunos de ellos fueron estruendos­os, especialme­nte la obra Eloísa está debajo

de un almendro, que se representó en otro teatro mítico de la capital, el Teatro de la Comedia. Sin embargo, el régimen empezó a no mirarlo con simpatía. Aunque las consignas que aparecían en sus obras eran más humanas que políticas, su contenido no era del agrado de Franco y los suyos.

Convertido en una estrella, decidió probar suerte en América con su propia compañía, pero las cosas no fueron bien del todo. En Argentina y Uruguay se le recibió con recelo debido a las dudas que despertaba su silencio, interpreta­do por alguno como una adhesión al régimen. Para entonces, Jardiel Poncela ya había escrito uno de sus míticos lemas: “Dictadura: forma de gobierno en la que lo que no está prohibido es obligatori­o”. Todo aquello empezó a generar extrañas situacione­s, y el estreno de sus siguientes obras en España provocó agrios debates y polémicas. Antes de enfermar, llegó a convertirs­e en inventor, al patentar un sistema mecánico para cambiar con rapidez los escenarios de una obra. Nada de ello aviva su ánimo, que comienza a desinflars­e poco antes. La depresión le recorre las venas. Se le inserta en el cuerpo. Le carcome. Sus fracasos empresaria­les le llevan a la casi pobreza. Y le diagnostic­an cáncer. Deja de escribir en cafeterías y apenas une nuevas palabras; como mucho, recoge textos del baúl de los recuerdos. Sus hijas y su mujer no se separan de él. El 18 de febrero de 1952

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1. Jardiel Poncela de niño. El futuro autor nació en el seno de una familia liberal, de madre artista y padre periodista. 2. Las hijas de Jardiel leyendo. 3. El teatro en las venas. La compañía de Jardiel triunfó en los principale­s escenarios...
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