Las llaves de los sefardíes
En el año 1492, los judíos fueron expulsados la Península tras una larga persecución. Miles de aquellas familias se llevaron las llaves de sus casas, en espera del momento en el cual pudieran retornar a sus hogares. Ese momento ha llegado. Más de cinco siglos después, los descendientes de los judíos españoles, los sefardíes, con su tradición, su cultura y su larga historia podrían recuperar su nacionalidad.
Una placa escrita en ladino –o
judeoespañol– en el campo de Auschwitz-Birkenau reza lo siguiente: “Ke este lugar, ande los nazis eksterminaron un milyon i medyo de ombres, de mujeres i de kriaturas la mas parte djudyos de varyos payizes de la evropa, sea para syempre, para la umanidad, un grito de dezespero i unas senyales”. ¿Por qué está escrita en ladino? Para responder a esta pregunta debemos trasladarnos hasta el siglo XV, a los reinos de los Reyes Católicos.
Desde que los godos cruzaron los Pirineos –y durante casi tres siglos– la persecución de los judíos en la península Ibérica dependió de la voluntad del regente de turno. Con la llegada de los musulma- nes, la presión sobre los judíos se relajó, llegando a ocupar estos puestos cercanos al poder y convirtiéndose en pilares de las rutas comerciales. Cobraban protagonismo en tiempos de paz y volvían a sufrir las consecuencias del fanatismo integrista durante las incursiones norteafricanas (almorávides o almohades). Conforme los reinos cristianos del norte ampliaban sus territorios en detrimento de Al-Andalus, los judíos volvían a depender de la voluntad de monarcas caprichosos, pasando de la convivencia pacífica, como en el Toledo de las tres culturas de Alfonso VI, a linchamientos masivos, como el pogromo de Sevilla de 1391, provocado por las soflamas antijudías de Ferrán Martínez, el arcediano de Écija. El miedo obligó a muchos de ellos a convertirse pero, lógicamente, era una
conversión ficticia puesto que, clandestinamente, seguían manteniendo sus costumbres y su religión... Eran los llamados
marranos. En base a la bula del Papa Sixto IV, en 1482 se creaba la Inquisición española para perseguir las conductas heréticas de los judíos conversos, con la peculiaridad de depender directamente de la Corona y no del Papa. Y aquí comienza a tomar protagonismo uno de esos personajes de nuestra historia, fiel reflejo del fanatismo y la intolerancia... Tomás de Torquemada.
LA INQUISICIÓN CONTRA LOS JUDÍOS
Ocupando el puesto de Inquisidor General y al frente del Tribunal del Santo Oficio, Tomás de Torquemada comienza la criba de los falsos cristianos apoyándose en tribunales locales distribuidos por toda la geografía y una red de laicos limpios de sangre ejerciendo de chivatos, los llamados familiares de la Inquisición.
Entre los muchos procesos de limpieza que fueron allanando el terreno de lo que ocurrirá en 1492, tuvo especial relevancia por las irregularidades, incoherencias y contradicciones la condena a muerte de dos judíos y tres conversos por la muerte del conocido como Santo Niño de la Guardia (Toledo) –un niño que nunca existió y a quien, siguiendo con las incoherencias, a fecha de hoy todavía
Los Reyes Católicos no eran partidarios de la
expulsión de los judíos, pero Torquemada aprovechó su posición para influir sobre Isabel
se sigue rindiendo culto en La Guardia–. Era fácil que estos hechos calasen entre las gentes del pueblo si pensamos que los judíos tuvieron que convivir con el estigma de haber crucificado a Jesucristo y con leyendas urbanas como la de ser los portadores de la peste. Con el miedo generado, caldo de cultivo de la intolerancia, a Torquemada sólo le quedaba dar el golpe maestro... la expulsión.
Aunque los Reyes Católicos no eran partidarios de la expulsión de los judíos –de hecho muchos de sus colaboradores más cercanos lo eran–, Torquemada aprovechó su posición como confesor de la reina para influir sobre ésta. Y como para la reina, una ferviente católica, lo que decía su confesor iba a misa, el 31 de marzo de 1492, en base a un texto del Inquisidor General, los Reyes Católicos firmaban en Granada el Decreto de Expulsión.
[…] se acordó en dictar que todos los judíos y judías deben abandonar nuestros reinados y que no se les permi- ta regresar nunca. […] de manera que si algún judío no aceptase este edicto y permaneciese en nuestros dominios o regresase, se confiscarán sus bienes y supondrá la condena a muerte.
LA DIÁSPORA
Tuvieron cuatro meses para malvender sus propiedades –circunstancia que aprovecharon algunos cristianos para enriquecerse– y abandonar lo que ellos llamaban Sefarad, su tierra. Dependiendo de las fuentes consultadas, hebreas o españolas, y de si tenemos en cuenta sólo los que abandonaron los reinos de Castilla y Aragón o incluimos también a los que se convirtieron para evitar la expulsión, las cifras varían entre 50.000 y 200.000, siendo mucho más relevante en Castilla, por ser mucho más numerosa la comunidad judía que en Aragón. Sus destinos: Navarra –reino todavía independiente aunque tutelado por los Reyes Católicos tras el tratado de Valencia de 1488–, el norte de África, los territorios ocupados por el Imperio otomano... Hubo
dos detalles que nos demuestran el apego que tenían por esta tierra, que también era la suya: primero, mantuvieron el sefardí o
ladino (una especie de castellano medieval) allá donde fueron, y segundo, y más sorprendente, conservaron las llaves de sus casas. A fecha de hoy, hay muchas familias que todavía las conservan y son las mujeres las encargadas de transmitirlas de generación en generación.
El otro ejemplo nos lleva hasta Salónica, ciudad del Imperio otomano, en la que la comunidad sefardí suponía el 50% de la población total en el siglo XVI.