Estafas en la historia de España
El caso de la estafa de Gowex, en la que se ha utilizado el auge de las modernas tecnologías como carta de credibilidad, ha sacudido a la sociedad española una vez más. Vivimos tiempos en los que la corrupción y el engaño están presentes en el día a día.
Echar un vistazo a las estadísticas oficiales es un ejercicio más que necesario para saber qué piensa el común de los mortales sobre las cosas que ocurren. El CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) no sólo ofrece su barómetro electoral cada equis tiempo para llenar espacios informativos con especulaciones sobre el porqué del ascenso o descenso de un partido político. Tras ello hay otros indicadores que se anticipan a esos vaivenes electorales. Esas estadísticas dicen que para el 24 % de los españoles uno de los principales problemas a los que se enfrenta el país es la corrupción y el fraude.
Las redes sociales, que a veces entorpecen la vida social, también son indicadoras en diferido de lo que está sucediendo. La eclosión –seguida de indignación– del caso Gowex es un indicativo. El odio generalizado por este y otros casos recientes revela patrones de conducta enquistados, a veces terriblemente envidiosos, a veces sinceramente nobles.
Decía Thomas Carlyle: “Hay épocas en las que la única relación con los hombres es el intercambio de dinero”. Posiblemente, esa época comenzó con el origen del ser humano… y ha acabado con el episodio pro- tagonizado por la empresa de Jenaro García, que había conseguido numerosos contratos oficiales para suministrar a la población wifi gratuito –definía aquello como el agua del siglo XXI–, gracias a los cuales se granjeó un prestigio al que añadió unas cuentas falsas sobre los ingresos de su compañía que hicieron que hasta 5.000 inversores depositaran en él tantos millones como confianza.
Según la Audiencia Nacional, el truco ha llegado a su final. El suyo es, sin duda, el último gran ejemplo de un caso en el cual a la estafa de un individuo está unida a una serie de episodios corruptos. Sin embargo, la historia recoge decenas de casos similares. Os recordamos algunos de ellos.
FRANQUEZA: EL MAYOR ESTAFADOR
Nació en una familia acomodada, lo que permitió a Pedro Franqueza y Esteve poder ocupar diversos cargos de responsabilidad en los cuerpos administrativos que dependían de Felipe III. Al principio el país entero veía en Esteve un personaje afortunado y dotado para los negocios, pero al tiempo que firmaba sus primeros actos de corrupción en la corte –por ejemplo, se dejaba sobornar por los judíos que habían sido expulsados para que manipulara los papeles y pudieran venir a España de nuevo– empezó a efectuar negocios que se basaban en la compra de propiedades embargadas para luego venderlas a un precio mucho mayor. Él mismo se encargó de mover los hilos para alterar el precio al que las compraba.
El monto de su estafa le convierte en uno de los empresarios más fraudulentos de la historia. Se le requisaron inmuebles y dinero por valor de 5 millones de ducados, una cantidad equivalente al total que obtenía el gobierno central gracias a las rentas internas y externas –eran los tiempos del imperio– durante todo un año. Fue condenado a prisión perpetua. Durante el juicio perdió el favor del duque de Lerma, otro de los hombres importantes del país y a quien hoy, pese a la que está cayendo, se le considera el hombre más corrupto de la historia. Sin duda, fue buen maestro para el estafador más importante de su “corte”. No deja de ser curioso su apellido: Franqueza. Dime de qué presumes y te diré de qué careces…
POTOSÍ: LAS FALSAS MONEDAS
A comienzos del siglo XVII se descubrieron en Potosí, ciudad imperial española que se encuentra en la actual Bolivia, numerosas monedas de plata cuyo valor, el que marcaba el material con el que estaban fabricadas, no respondía a la rea--
Franqueza estafó por valor de 5 millones de ducados, una cantidad equivalente al total que obtenía el gobierno central
lidad. En 1640, el rey Felipe IV descubrió la situación y creó una comisión secreta para saber a qué se debía “la falta de ley”. Y, como las cosas de palacio van despacio, no fue hasta ocho años después, tras unos primeros informes que no siguieron a actuación alguna, cuando los comerciantes empezaron a negarse a mercar con esas monedas que no valían lo que aparentaban, después de que los potosís llegaran a España y sembraran más desconfianza.
Las investigaciones que efectuaron los enviados a Potosí por Felipe IV determinaron que las monedas que se habían acuñado allí valían un 25 % de lo que marcaban. En octubre de 1650, las monedas fabricadas en Perú fueron fundidas y se prohibió su uso. El fraude había sido cometido por funcionarios de Perú, que introdujeron en el mercado de intercambio monedas que no valían lo que valían, de modo que, si por algo se entregaban 10
Las investigaciones de los enviados a Potosí por Felipe IV determinaron que las monedas acuñadas allí valían un 25 % menos
reales, en realidad el valor de las monedas era de 7,5 reales, lo que constituyó un gran negocio para muchos estafadores. Además, muchas de esas monedas acabaron llegando a España, en donde se detectaron numerosos usos fraudulentos. La estafa duró nueve años, durante los cuales el desfalco fue de unos 10 millones de reales, lo que tuvo terribles consecuencias para la economía y para el crédito español en el mundo. Por cierto, que con el paso de los siglos, la expresión “vale menos que un potosí” se ha empleado para referirse a aquellas cosas que, pese a su apariencia, tienen poco valor. Este caso es el que dio origen a la expresión.
EL CASO DE LA HIJA DE LARRA
La historia de Baldomera Larra es, en cierto punto, fascinante. Tenía sólo cinco años cuando su padre, el mítico literato Mariano José de Larra, se suicidó. Así que, desde bien pequeña tuvo que ingeniárselas para sobrevivir. Se casó con Carlos de Montemayor, médico del rey Amadeo de Saboya, pero con la llegada de Alfonso XII tuvo que huir del país. Ella logró sobrevivir gracias a unos préstamos que recibió y que rayaban con la usura. Ahí empezó su aventura.
Creó la llamada Caja de Imposiciones. El objetivo era hacer negocio con la venta de dinero, por el que ofrecía un interés del 30 % a sus inversores, pero en realidad lo que hacía era pagar ese porcentaje con el dinero aportado por los nuevos inversionistas. Es decir, creó la primera estafa piramidal que se recuerda.
Cuando su empresa quebró en 1876, huyó a Francia. Tras algo más de dos años escondida allí fue extraditada a España. En el juicio dijo que la razón de la quiebra de su negocio se debía a la mala prensa provocada por algunas informaciones que aparecieron en periódicos de la época. Fue condenada a seis años de prisión, pero, mientras estaba entre rejas, se las ingenió para que miles de personas llevaran a cabo una campaña de recogida de firmas en la que participaron miles de personas. Huyó. No se sabe dónde murió.
ELTIMO DE LA ESTAMPITA
¿Quién no ha oído hablar del timo de la estampita? Nos referimos con esa denomina- ción a estafas en las cuales los engañados han caído en una trampa para la cual el timador ha abusado de la buena fe del desfalcado. Pero en este caso, como en otros, la expresión tiene su origen en un hecho y en una persona, que aquí responde al nombre de Julián Delgado. Para contar este mítico caso tenemos que remontarnos a 1910. Delgado se valía de un “tonto” que llevaba encima un sobre lleno de billetes al que no daba ninguna importancia. Para él, los billetes eran –y de ahí el nombre– puras estampitas y de tal guisa entablaba conversación con un ciudadano. En ese momento, el “listo” entraba en escena y proponía al ciudadano estafar al “tonto”, ofreciéndole por su sobre una pequeña cantidad de dinero. Después de entregarlo, la víctima recibía el sobre pero, cuando lo abría, descubría que en su interior había solo una gran cantidad de papeles de periódico. Es sencillo: “listo” y “tonto” estaban de acuerdo y actuaban como un equipo. Decía Tomás Moro que “si el honor fuera rentable, todos serían honorables”. Y es que el timo inventado por Delgado –que pervive hasta nuestros días– requiere de una víctima… nada inocente.
EL ESTRAPERLO
Eran tiempos en los que los juegos de azar –a excepción de la Bolsa– estaban prohibidos en toda Europa, pero tres empresarios lograron burlar las normas y, con la ayuda de varios gobernantes,
En 1933 se instalaron varias falsas ruletas en algunos casinos de España. Fue el conocido como “fraude del estraperlo”
montaron sus ruletas en diversos casinos. Pero las ruletas… estaban trucadas. Sin embargo, los responsables de las mismas denunciaron que varios políticos –a los que se había sobornado– habían recibido dinero a cambio de permitir la instalación de las ruletas en varios lugares, como el Casino de San Sebastián. El escándalo afectó directamente al presidente Alejandro Lerroux, que habría recibido el 25 % de los beneficios de la estafa. Este suceso fue el primero de una serie de escándalos similares que afectaron al Partido Radical, que acabó por perder el gobierno en la II República a favor del Frente Popular. SOFICO En 1962 un hombre llamado Eugenio Peydró registró la Sociedad Financiera Internacional de Construcciones (Sofico). Este caso fue el ejemplo más claro durante el franquismo de una estafa en la cual las relaciones con el poder del creador del fraude permitieron que su empresa creciera como la espuma… Sí, porque en el fondo todo era tan hueco como la propia espuma.
La empresa tenía el objetivo de construir y arrendar viviendas, pero, lejos de disponer de los recursos necesarios para un negocio inmobiliario común, lo que hizo Peydró fue falsear su situación para atraer a su lado a inversores cuyo dinero –eso les prometía– daría un beneficio del 10 % en forma de intereses. Desde el momento inicial, no pudo cubrir el elevado interés que prometía, pero lo consiguió emitiendo contratos de compra-venta con los que pagar a sus inversores.
En un principio, aquella estafa le sirvió para hacerse con fondos que le permitieron ir más lejos y prometer hasta el 12 % a los nuevos inversores, que consiguió gracias a su agresiva publicidad. Siguió con su espiral y emitió nada menos que 127.000 títulos a modo de acciones. El monto de dinero fue tal que “fabricó” una amplia red de sociedades extendidas por todo el mundo… pero Peydró no tenía ni casas ni propiedades. Como se ve, su caso no es tan distinto al de Gowex. A lo sumo, los compradores de casas lo que hacían eran financiar previamente su construcción, y ya.
Hasta 1974, sin embargo, no presentó el pertinente concurso de acreedores. Había captado mucho dinero pero apenas había nada detrás. A la Justicia le costó dios y ayuda afrontar el caso, y bien, lo que se dice bien, no lo hizo nunca. Pese a vivir en tiempos democráticos, los jueces no quisieron rascar lo necesario, pues el apoyo a Peydró requirió de muchos personajes importantes. La condena llegó en 1987. Fue sentenciado a nueve años de carcel. Peydró murió pocos días después.