Isabel Barreto
La primera almirante de la historia de España
Fue la primera y única mujer almirante de la Armada española. En pleno siglo XVI, esta gallega aventurera, ambiciosa, firme y autoritaria, protagonizó las expediciones a las Islas Salomón y Filipinas. Sus aventuras, recogidas en antiguas crónicas, fueron una auténtica odisea. Dejó su huella en la historia, pero su impronta está borrada. ¿Con razón? Sepamos algo más sobre su vida.
La veinteañera Isabel Barreto se encontraba en Perú junto a su familia cuando la vino a pretender un explorador arruinado, el adelantado Álvaro de Mendaña, quien ya rondaba el medio siglo pero que veía en la acaudalada joven la forma de satisfacer sus esperanzas de volver a las Islas Salomón. Dicho y hecho. La boda se celebró en 1585 y supuso una más que generosa dote para él, quien supo aprovechar la ocasión para ver cumplido su sueño, tan convencido como estaba de que aquellas islas eran realmente las que acogían las míticas minas de oro del Rey Salomón. Estaban a varios miles de kilómetros por mar desde América, navegando hacia el oeste, desde las costas de Perú. Eran cientos de islas, sumergidas en un pasado tan legendario como desconocido. Islas que, en cierto todo, tenían un halo atractivo para los aventureros de aquellas épocas.
Mendaña ya lo había intentando 26 años atrás, pero para Isabel Barreto era la primera vez que se embarcaba hacia aquellas latitudes. El matrimonio organizó una expedición provista con cuatro barcos, El San Gerónimo, nave capitana encabezada por Fernández de Quirós, El Santa Isabel, capitaneado por Lope de Vega (casado con una de las hermanas de Isabel), El San Felipe, con Felipe de Corzo como capitán, y el Santa Catalina, con Alonso de Leyva a la cabeza de la capitanía.
Pedro Fernández de Quirós, a través de su crónica Descubrimiento de las regiones australes, se ha convertido en la principal fuente de información sobre aquella aventura. Este portugués (cabe señalar que por aquellos entonces las coronas portuguesa y española estaban unidas bajo un solo reinado) mostró sus desavenencias desde el principio con Isabel Barreto, y no sólo con ella, sino con el maese de campo Pedro Marino Manrique, el propio Mendaña y los hermanos de Isabel, que también iban en aquella expedición: Lorenzo (nombra- do general por el Adelantado), Diego y Luis. Sin embargo, y sin duda alguna, sus enfrentamientos más sangrantes fueron los que mantuvo con Isabel Barreto. Se dice que llegaron a odiarse hasta el punto de intentar matarse el uno al otro en más de una ocasión, aunque las conspiraciones que tejieron para conseguir sus propósitos no tuvieran éxito. MALA FORTUNA El viaje estuvo acosado por los infortunios desde el principio. Problemas con los marineros, enfrentamientos con los nativos, peleas entre los mismísimos españoles, hambre, miseria, enfermedades y muerte. Imaginar el panorama no resulta difícil. Un grupo de españoles arriba a una isla donde son recibidos por un grupo de indígenas amables o no, pero que, en cualquier caso, adivinan las intenciones abusivas de los “blancos”. La historia acaba con un intercambio de flechas y arcabuzazos. El resultado solía saldarse con cientos de indios muertos.
Las incursiones terrestres sólo daban quebraderos de cabeza a unos tripulantes cada vez más famélicos y enfermos. La nao Santa Isabel desapareció en un día de niebla, acongojando todavía más a una tripulación que empezaba a estar harta de explorar islas lluviosas en las que no hallaban el oro y las riquezas prometidas.
Ese día hubo confesiones en masa. En Bahía Graciosa trabó Mendaña amistad con un cacique llamado Malope, “ataviado con plumajes azules, amarillos y colorados”, a quien pasado el tiempo no dudarían en asesinar los tripulantes enemigos del Adelantado, para fomentar la ira de los nativos y que éstos se alzasen contra los conquistadores, a fin de que éstos desistiesen y regresaran a Perú, que era lo que estos tripulantes querían.
La travesía seguía, los hombres caían por la malaria y el escorbuto, y cada vez eran más los que miraban con odio y recelo a aquella joven, que, dada la ausencia de carácter de su marido, ejercía la autoridad y daba órdenes que no sentaban bien a los marineros. Firmaron un escrito a Mendaña exigiéndole que “les sacase de aquel lugar y les diese otro mejor, o los llevase a las islas que habían pregonado”. Pero aquellas islas idílicas repletas de oro no existían… Al mismo tiempo, Marino seguía asesinando el mayor número posible de nativos para que éstos se rebelaran obligando a Mendaña a marchar. SU PROPIA EXPEDICIÓN Isabel, lejos de desfallecer, se crecía ante las dificultades, y mientras su marido sucumbía en manos de la malaria y era incapaz de tomar ninguna decisión, ella tomaba los poderes delegados con gusto, aunque ganándose el malquerer del piloto Fernández de Quirós y de los tripulantes. La consideraban una persona arrogante y les enfadaba el hecho de que hiciera gala de tanta ostentación mientras ellos pasaban hambre: “Con sólo los relojes que había lucido en la jornada y las joyas que portaba se pagaba otra flota completamente avituallada”.
Si el Santa Isabel desapareció un día de niebla, Álvaro de Mendaña murió una noche de eclipse total de luna, no sin antes llamar al escriba Andrés Serrano