La fuerza del odio
SOMOS EL RESULTADO DEL ODIO, que es el gran motor de la historia. Se puede amar a quien tenemos al lado, pero el odio es una energía más genérica, que tiene, además, la capacidad de provocar que los líderes sean más “grandes”, en seguidores e inmoralidad, según sea más grande su capacidad para odiar. Pocas horas antes de escribir estas líneas tuve la oportunidad –no me cansaré de repetir que esta profesión brinda oportunidades únicas, que siempre llevarás en tu propio bagaje– de entrevistar a Katrin Himmler. Ella se reía nerviosa, pero con un gran agradecimiento, cuando le decía que era una persona valiente. A veces tenemos que elogiar el coraje de algunos seres humanos. Este es su caso. El hermano de su abuelo fue una de las personas más detestables que haya concebido la especie humana. Heinrich Himmler creó un estado policial en el que se perseguía hasta la muerte –él no consideraba que merecieran otra cosa– a aquellos que pensaban distinto a él y que formaban parte de los grupos sociales y raciales que no encajaban con su “ideal”. Durante la Segunda Guerra Mundial tejió una red de campos de concentración en donde los encerraba a todos. En un momento determinado, decidió que era hora de asesinarlos y “firmó” la Decisión Final. Los gaseó a todos. El resultado, ya lo sabemos: 6 millones de muertos. Es el peor episodio que ha vivido la humanidad…
No mucho antes, había tenido lugar en España la Guerra Civil. El discurso del odio que durante varios años habían ido inflando los causantes del conflicto acabó por derivar en un enfrentamiento armado que acabó con la vida de cientos de miles de personas. Los oradores del odio fabricaron a base de exageraciones y engaños un discurso que fue calando hondo en un sector de la población. Cuando se alzaron en armas, allí estaban ellos, convencidos de que debían seguir el llamamiento que les habían hecho. Finalmente, en unos y otros, ese sentimiento de odio vistió algunas conductas ideológicas que acabaron por provocar la locura general.
Me decía Katrin que la humanidad no aprendió lo suficiente del conflicto mundial. Tampoco aquí lo hemos hecho. A menudo solemos abrazar las trincheras en las que ese discurso del odio –quizá es más sistémico que coyuntural– se enroca en demasiadas ocasiones, sin percibir que las palabras son como flechas, que se clavan en el corazón –y el corazón no siempre sabe de bondad, sino que la maldad está ahí, y el “gen egoísta” es esa fuerza que ha caminado junto al ser humano en su evolución, como bien acertadamente señaló el científico Stephen Jay Gould– y que en un momento determinado puede volverse tan pasional como irracional. Se vuelven a utilizar algunos argumentos que en el pasado provocaron conflictos pavorosos. Jugamos con fuego… Y con el odio no debe bromearse jamás. Abre cualquier libro de historia y sabrás a lo que me refiero.