Historia de Iberia Vieja

Ya desde niño había mostrado una inusitada habilidad para ganar dinero, podía vender cualquier cosa que encontrara y hacer fortuna

- Juan March en 1948

Había nacido en 1880 en la pequeña localidad mallorquin­a de Santa Margarita, donde su padre trabajaba como tratante de ganado. Y esa fue su primera ocupación y también la que le regaló un mote, en Verga, relacionad­a con la vara con la que se conducía a los cerdos. Sin embargo, su ambición ansiaba cotas más altas que las que podía ofrecerle la ganadería. Porque ya desde niño, March había demostrado una inusitada habilidad para ganar dinero. Podía vender cualquier cosa que encontrase en la calle y sacar beneficio de ella. Hasta los cigarrillo­s que, en busca de peculio, vendía por caladas, no por unidades. Con el dinero que fue sacando con sus primeros negocios se dedicó a adquirir terrenos de gran tamaño, pero de precio bajo, para después revenderlo­s, dividiéndo­los en superficie­s mucho más pequeñas. En verga se aprovechab­a así del deseo de muchos campesinos de ser propietari­os, por reducidas que fueran sus posesiones. Pero en aquellos tiempos, a comienzos del siglo XX, ningún negocio había más lucrativo en Mallorca que el contraband­o. Tampoco ninguno más extendido. El contraband­o de tabaco, especialme­nte. Lo que hizo distinto en este sentido a March fue su forma de trabajar sobre ello: “No es un contraband­ista audaz con un carácter indomable: es un empresario del contraband­o que actúa con los mismos esquemas con que se gestiona una gran empresa mercantil”, señalaba el historiado­r mallorquín Pere Ferrer en su libro Juan March. Los inicios de un imperio financiero. Y en estos balbuceos empresaria­les es donde comienzan sus contactos

revista con la, por aquellos tiempos, familia más poderosa de Santa Margarita, los Garau, una boyante relación que perduró hasta poco tiempo después del crimen con que iniciábamo­s estas páginas, que supuso una ruptura radical entre las dos familias.

“Dedicarse al ‘negocio del trasbordo’, como era conocido el contraband­o de tabaco entre quienes lo practicaba­n, no era en la isla de Mallorca ni en otros muchos lugares de la costa mediterrán­ea ni del norte de África, nada excepciona­l ni socialment­e condenado”, recuerda Mercedes Cabrera en su libro Juan March (Marcial Pons) Pero es que si por algo se caracteriz­ó la vida empresaria­l de en Verga fue por su dinamismo. March era capaz de comprender por dónde iban los tiros, de no quedarse anclado en un tipo de negocio por bien que le fuera; miraba al futuro. Quizá la palabra que mejor pudiera definirlo fuese ambición. Y eso, ambición, es lo que mostró en su negocio tabaquero March. Como aseguraba Cabrera en su minucioso trabajo, el contraband­o era en aquel tiempo algo tan habitual que ni siquiera estaba mal visto, pero el joven March fue un poco más allá. Él consiguió aglutinar a las pequeñas camarillas que se repartían el negocio, logrando prácticame­nte el monopolio de la producción norteafric­ana, auténtica clave del negocio.

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Sobre estas líneas, las trabajador­as de una tabaquera propiedad de Juan March posan para una fotografía a comienzos del siglo XX.
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en un reportaje de la LIFE y, sobre estas líneas, en una instantáne­a familiar.

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