Ya desde niño había mostrado una inusitada habilidad para ganar dinero, podía vender cualquier cosa que encontrara y hacer fortuna
Había nacido en 1880 en la pequeña localidad mallorquina de Santa Margarita, donde su padre trabajaba como tratante de ganado. Y esa fue su primera ocupación y también la que le regaló un mote, en Verga, relacionada con la vara con la que se conducía a los cerdos. Sin embargo, su ambición ansiaba cotas más altas que las que podía ofrecerle la ganadería. Porque ya desde niño, March había demostrado una inusitada habilidad para ganar dinero. Podía vender cualquier cosa que encontrase en la calle y sacar beneficio de ella. Hasta los cigarrillos que, en busca de peculio, vendía por caladas, no por unidades. Con el dinero que fue sacando con sus primeros negocios se dedicó a adquirir terrenos de gran tamaño, pero de precio bajo, para después revenderlos, dividiéndolos en superficies mucho más pequeñas. En verga se aprovechaba así del deseo de muchos campesinos de ser propietarios, por reducidas que fueran sus posesiones. Pero en aquellos tiempos, a comienzos del siglo XX, ningún negocio había más lucrativo en Mallorca que el contrabando. Tampoco ninguno más extendido. El contrabando de tabaco, especialmente. Lo que hizo distinto en este sentido a March fue su forma de trabajar sobre ello: “No es un contrabandista audaz con un carácter indomable: es un empresario del contrabando que actúa con los mismos esquemas con que se gestiona una gran empresa mercantil”, señalaba el historiador mallorquín Pere Ferrer en su libro Juan March. Los inicios de un imperio financiero. Y en estos balbuceos empresariales es donde comienzan sus contactos
revista con la, por aquellos tiempos, familia más poderosa de Santa Margarita, los Garau, una boyante relación que perduró hasta poco tiempo después del crimen con que iniciábamos estas páginas, que supuso una ruptura radical entre las dos familias.
“Dedicarse al ‘negocio del trasbordo’, como era conocido el contrabando de tabaco entre quienes lo practicaban, no era en la isla de Mallorca ni en otros muchos lugares de la costa mediterránea ni del norte de África, nada excepcional ni socialmente condenado”, recuerda Mercedes Cabrera en su libro Juan March (Marcial Pons) Pero es que si por algo se caracterizó la vida empresarial de en Verga fue por su dinamismo. March era capaz de comprender por dónde iban los tiros, de no quedarse anclado en un tipo de negocio por bien que le fuera; miraba al futuro. Quizá la palabra que mejor pudiera definirlo fuese ambición. Y eso, ambición, es lo que mostró en su negocio tabaquero March. Como aseguraba Cabrera en su minucioso trabajo, el contrabando era en aquel tiempo algo tan habitual que ni siquiera estaba mal visto, pero el joven March fue un poco más allá. Él consiguió aglutinar a las pequeñas camarillas que se repartían el negocio, logrando prácticamente el monopolio de la producción norteafricana, auténtica clave del negocio.