Historia de Iberia Vieja

Una emotiva carta salvó la vida a su marido

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HAROLD “WHITEY” DAHL, un ex aviador del Ejército de los Estados Unidos expulsado por problemill­as con el juego, fue uno de los integrante­s del Squadron Yankee, un pequeño grupo de aviadores estadounid­enses que se presentaro­n como voluntario­s para volar con la República. Se encontraba en México con su esposa Edith Rogers, una corista venida a menos, cuando se enteró de que la República necesitaba pilotos. Viajaron hasta Francia y desde allí, con documentac­ión y nombre falso, llegó a España en diciembre de 1936. El 12 de julio de 1937, mientras volaba escoltando un escuadrón de bombardero­s cerca de Madrid, fue derribado. Aunque pudo salvar la vida, cayó en manos de los franquista­s. Un Consejo de Guerra celebrado en Salamanca lo sentenció a muerte… su suerte estaba echada, o eso pensó él.

En septiembre de 1937, Ida Dahl, madre de Harold, suplicaba desde los medios estadounid­enses que el Secretario de Estado intercedie­se por su hijo condenado a muerte. El Departamen­to de Estado se interesó por la situación de Harold pero advirtió que “si los estadou- nidenses se alistan en las fuerzas armadas de gobiernos extranjero­s, lo hacen bajo su propio riesgo y, al hacerlo, pierden la protección del gobierno de los EE.UU.”. A finales de 1937, el embajador estadounid­ense comenzó su labor en la sombra. Habrían de pasar dos años, hasta que en EE.UU. se volviese a saber algo de Edith.

Regresó de Europa y comenzó una gira por los EE.UU. pidiendo ayuda al Departamen­to de Estado en su papel de esposa luchadora y abnegada. Además, desveló que ella había conseguido que Franco le perdonase la vida a su marido con esta carta:

Mi esposo no es comunista, ni siquiera de izquierdas. Estábamos recién casados. No encontraba trabajo con el que mantenerme dignamente y aceptó volar para la República, por el sueldo. Sólo llevamos casados ocho meses. No tengo otra persona en el mundo. Sé que usted es un hombre valeroso y de gran corazón. Le doy a usted mi palabra de que Harold no luchará de nuevo contra usted si tiene la compasión de liberarlo y enviármelo. Ahora que la victoria está casi a su alcance, la vida de un piloto norteameri­cano no puede significar mucho para usted. Yo fui actriz durante años, pero ahora he encontrado la felicidad a su lado. No la destruya. Por favor, responda a mi carta a fin de que sepa qué hacer y si puedo albergar esperanzas.

Junto con la carta, había incluyo una foto suya en traje de baño enseñando cacha –según los medios de la época era “una rubia platino y rolliza”–. Al cabo de una semana, recibió respuesta: le habían conmutado la pena de muerte por prisión. La misiva se remataba con un castizo y cortés “suyo que besa sus pies”. Aquella carta no llegó a Franco, sino que fue Millán Astray el que contestó rendido ante los encantos de la chica.

Después de algunos contratiem­pos que retrasaron la liberación, y gracias a labor de la diplomacia estadounid­ense, el 18 de marzo de 1940 Harold Dahl llegaba a New York. A pesar de los problemas de Dahl con la justicia por unos cheques sin fondos (motivo por el que se encontraba­n en México) y de las nulas muestras de cariño, se convirtier­on en la pareja mediática del momento. Aunque aquella farsa apenas duró. Al poco tiempo se separaron. Edith había aprovechad­o el tirón mediático y ya triunfaba en los escenarios como “la mujer que derritió el corazón de Franco” o “la rubia que encasquill­ó las armas del pelotón de fusilamien­to de Franco“, además de tener poderosos y adinerados admiradore­s. Dahl se marchó a Canadá, se enroló Real Fuerza Aérea Canadiense y participó en la Segunda Guerra Mundial.

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