Torres Quevedo y el esperanto
e ingenieros más brillantes de la Historia de España. En su decida apuesta por la innovación y la modernidad, el cántabro vio en el esperanto una herramienta de gran calado para la comunicación y el desarrollo pacífico de los pueblos. A comienzos de los años 20 formó parte, junto a intelectuales de la talla de Marie Curie, Albert Einstein o Henri Bergson del Comité de Cooperación Intelectual de la Sociedad de Naciones –una especie de antecedente de la UNESCO–, en el seno de la cual defendió una propuesta oficial para hacer del esperanto “un idioma auxiliar artificial para facilitar las relaciones científicas entre los distintos pueblos”. La proposición, pese al apoyo de algunos miembros del Comité, fue finalmente desestimada. Einstein crearía la primera gaceta del nuevo idioma en la que colaborarían autores de la talla de Leon Tolstoi, quien resaltaba que “son tan pequeños los sacrificios que todo hombre tendrá que imponerse para aprender el esperanto y tan grandes los beneficios que nadie podrá sustraerse a hacer este estudio”. Porque esa era una de las claves del esperanto, la facilidad para aprenderlo, ya que a partir de un número no muy alto de raíces se facilita la expresión de todos los conceptos. EL PRIMER MANUAL Pronto llegó a España. Apenas tres años después de aquel primer libro, el gramático José Rodríguez Huertas publica el primer manual de esperanto en castellano. Hacía el número 36 de los textos editados en todo el mundo acerca de la nueva lengua. Un año antes, en 1889, un entusiasta ucraniano había publicado el primer diccionario esperanto–español. Pero el verdadero primer gran impulso lo dio una figura política clave en la época, el que fuera presidente de la Primera República, Francisco Pi y Margall, quien en un artículo de 1898 en el periódico republicano El nuevo régimen resaltaba la coincidencia del esperanto con sus líneas ideológicas: “Nosotros que tanto quisiéramos ver abatidas las fronteras de los pueblos, no vacilamos en recomendar el estudio del esperanto a todos los hombres de inteligencia y de corazón”. Asentado sobre todo en círculos progresistas, el esperanto dio un paso de gigante para su aceptación: la creación de la Sociedad Española para la Propagación del Esperanto. Poco después, Barcelona celebraría el V Congreso Mundial del Esperanto. Hasta el mismísimo rey Alfonso XIII se interesó por esta nueva lengua, aplaudiendo su invento con la concesión de la Real Orden de Isabel la Católica al mismo Luis Lázaro Zamenhof. El congreso supuso un nuevo impulso de su aprendizaje en nuestro país, en unos años en que su crecimiento, pausado pero continuo, hacía pensar que a largo plazo el esperanto podría ser un instrumento de unión semejante a como se había planeado. Sin embargo, las disensiones dentro de los esperantistas, el estallido de la Primera Guerra Mundial y la muerte de su creador en 1917 dieron al traste con los prometedores avances. El periodo de entreguerras y ciertos movimientos en torno a la Sociedad de Naciones, impulsados entre otros por el español Torres Quevedo, parecieron recuperar su empuje. Pero la llegada de los fascismos y la Segunda Guerra Mundial volvieron a paralizar su expansión. Hoy, Internet parece haber dado un nuevo impulso a su estudio, si bien su intención original de idioma que una a los pueblos por encima de fronteras parece lejos de poder ser alcanzado.
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