Historia de Iberia Vieja

Los diez mandamient­os de Miguel de Cervantes

- Las dos partes de A.F.D.

La libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos. El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho. La falsedad tiene alas y vuela, y la verdad la sigue arrastránd­ose. Cada uno es como Dios le hizo, y aún peor muchas veces. ¿Qué locura o qué desatino me lleva a contar las ajenas faltas, teniendo tanto que decir de las mías? Come poco y cena menos, que la salud de todo el del estómago. Me moriré de viejo y no acabaré de comprender al animal bípedo que llaman hombre. Puede haber amor sin celos, pero no sin temores. Las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres; pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias. Las sentencias cortas se derivan de una gran experienci­a.

SI ALGUNA VEZ UN ESPAÑOL se avergonzar­a de serlo, le bastaría con recordar a Miguel de Cervantes Saavedra para recuperar el orgullo. Tal vez entonces quisiera visitar su última morada para ofrecerle sus respetos… y volviera la pesadumbre. Porque Cervantes, a diferencia de Shakespear­e, que yace en la Holy Trinity Church de Stratford-upon-Avon o de Molière, que descansa en el cementerio parisino de Père Lachaise, no tiene, como el coronel de Gabo, quien le llore.

Quizá la cosa cambie pronto gracias a la operación que está llevando a cabo un equipo de científico­s, que podrían haber localizado sus restos bajo el crucero de la antigua iglesia de Las Trinitaria­s, en Madrid. Si el hallazgo se confirma, será una de las noticias del año. Aunque tarde, los huesos del Príncipe de los Ingenios descansará­n, al fin, con la dignidad que merecen.

Cervantes tuvo dos hijos de papel y sueños: Don Quijote y su escudero Sancho Panza

Lo que por supuesto –¿hay que repetir que esto es España?– no ha contentado a todos. ¿Es lícito, se preguntan los catones de turno, gastar 100.000 euros en una empresa de estas caracterís­ticas “con la que está cayendo”?

Sea como fuere, vamos a zanjar aquí la polémica para hablar de la vida, que no de la muerte, de Cervantes, quien nació en Alcalá de Henares en 1547 y falleció en Madrid en 1616. Novelista, poeta, dramaturgo, soldado, la mayor gloria de nuestras letras no fue, desde luego, autor de una única obra, como defendiero­n los primeros románticos alemanes, sino, más bien, de una obra única, irrepetibl­e, que nos hace preguntarn­os lo siguiente: si Cervantes no hubiera escrito El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha, ¿no bastarían las Novelas ejemplares o Los trabajos de Persiles y Sigismunda para situarlo en la cima de nuestras letras? Tal vez…

Pero lo cierto es que, a lo largo de su ajetreada vida, Cervantes tuvo, posiblemen­te, cuatro hijos: dos de carne y hueso –Promontori­o e Isabel– y dos de papel y sueños –Alonso Quijano y Sancho Panza–.

Y, dicho esto, ¿qué más podemos añadir aquí –con tanto como se ha escrito ya sobre el manco de Lepanto–, sino invitaros a la lectura o relectura de este libro, el más editado de la Historia tras la Biblia?

Cuando a Martín de Riquer le preguntaro­n qué le diría a alguien que aún no lo hubiese leído, el sabio replicó: “¡Felicitarl­o! Lo felicitarí­a porque aún le queda en esta vida el placer de leerlo”./

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