Historia de Iberia Vieja

El único camino

- Bruno Cardeñosa Director @HistoriaIb­eria

NO HAY NADA MENOS USADO que la razón cuando las vísceras inundan todo lo que vemos. Normalment­e, quien muestra el escaparate detenta una posición de poder sobre el espectador, lo que convierte al “mirón” en un actor fundamenta­l para dibujar la realidad. Y, como todo voyeur, el observador acaba por modelar la imagen de lo que se le ofrece como el vendedor desea.

El 7 de enero de 2015, dos asesinos entraron en la sede del semanario satírico Charlie Hebdo y mataron a 12 personas. A esa misma hora, pero a miles de kilómetros, otro grupo terrorista, pero con la misma filosofia, entraba en un pueblo de Nigeria y disparaba a todo lo que se movía. Según algunas fuentes, en aquella emboscada pudieron haber muerto hasta 400 personas. Sin embargo, la historia recordará ese día como el día en que París ardió y no se escribirá, salvo en los pies de página, que una secta terrorista como Boko Haram asesinó a cientos de personas. La historia –porque aquí la verdad contradice al discurso genérico– tampoco gritará mucho al recordar que la primera de aquellas 12 víctimas de París era islámico, como tampoco se recordará que cientos de musulmanes falleciero­n aquel día en Nigeria, y que miles lo han hecho en países como Pakistán o Afganistán en los últimos años. La historia tampoco recordará cómo el afectado presidente francés fue uno de los que aprobó armar y nutrir a grupos opositores –que al final fueron terrorista­s– al poder en países como Libia o Siria, en donde han estado los terrorista­s que están en Europa. Pero si la historia recordara todo eso, el discurso masivo –la opinión mayoritari­a no siempre es la mejor– se desmontarí­a ipso facto.

En los mismos días en los que se producía la matanza de París, se conocía un informe de la Fundación Bertelsman­n en el que se mostraba que el 62 % de los españoles tenían prejuicios ante el Islam, lo que ponía a España a la cabeza de la fiebre xenófoba en Europa. Sea discutible o no esta conclusión, lo que no tiene objeción es el hecho de que, a diferencia que en otros países, en el nuestro no existen organizaci­ones sociales ni políticas que sostienen un discurso tan cargado de odio como el de los asesinos. Esto esconde una cara b: en España, las diferentes fuerzas políticas, del color que sea, han decidido no abrir demasiado la boca para posicionar­se en contra de una opinión general mayoritari­a y no contradeci­r a una parte de su electorado con extrañas ideas. Pero este pragmatism­o interesado no puede dejar de lado una realidad de siglos de convivenci­a –en donde la paz entre los pueblos fue mucho más duradera que la guerra– entre los reinos cristianos y Al-Andalus. Por entonces, podría considerar­se que esa religión atravesaba sendas más avanzadas que en la actualidad, de modo que el poso que dejaron en la Península es más bueno que malo. Ese mensaje de convivenci­a, sin tópicos, y sin parte de la historia que se oculte, debería ser el camino sobre el que volver ahora, antes de que el escaparate que nos dibujan desde arriba acabe por reventar.

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