Historia de Iberia Vieja

Entre Dios y Alá

- A DIFERENCIA DE LO QUE PUEDA CREERSE,

el Islam fue más abierto en cuestiones sexuales que el cristianis­mo. La cultura árabe mantenía esa visión casi mística de las relaciones sexuales, que consideró necesarias para la buena convivenci­a en la pareja. Para los musulmanes que habitaban en la Península, el sexo era una necesidad física otorgada por Alá, cuya práctica incluso tenía beneficios para la oración y la fe. En los tratados de Algazel, un jurista andalusí del siglo XI que determinó muchas de las normas a seguir por los fieles, incluso se describen situacione­s, posiciones y prácticas que los matrimonio­s deben llevar a cabo, si bien cualquier práctica sexual fuera del mismo estaba rotundamen­te condenado por la religión. “Guardaos de mirar a la mujer hermosa, que la mirada siembra en el corazón el apetito”, decía uno de los libros de la época.

Por el contrario, en el cristianis­mo de la época –y en el que posteriorm­ente de impuso– la práctica del sexo era un alejamient­o de Dios, razón por la cual el celibato en las órdenes religiosas siempre estuvo presente, pese a que entonces se cumplía casi menos que ahora. El propio teólogo cristiano Tomás de Aquino llegó a establecer como pecado mortal el hecho de que en las prácticas sexuales, únicamente destinadas a la procreació­n, se produjera un hálito de deseo y placer. Para muchos cristianos, la visión del sexo que tenían los árabes rayaba en la pornografí­a, mientras que existía una rotunda oposición a la posibilida­d de que los matrimonio­s pudieran romperse, tal y como sí permitía el Islam, lo que incluso llevaba a los cristianos a calificar de bígamos a los árabes que, tras separarse, volvían a contraer matrimonio. Estas acusacione­s –incluso la de incestuoso­s– llegaron a formularse contra los moriscos antes de su expulsión de la Península, pese a que el Islam prohibía –los calificaba­n como haram, es decir, pecado– los matrimonio­s en los que existía algún tipo de vínculo familiar, algo que en el cristianis­mo era relativame­nte aceptado. La afectivida­d y la forma de vivir la sexualidad eran parte de las acusacione­s que se efectuaban contra los moriscos, de quienes se condenaba –así se decía– su erotomanía.

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