Tras siglos con una sexualidad similar a la actual, el cristianismo relegó a la mujer y al sexo, que pasó a considerarse un pecado
que una metáfora –es decir, ya son arte abstracto– de la fertilidad. En algunas ocasiones, las Venus tenían la vulva hinchada y claramente en actitud sexual provocativa. Se cree que estas esculturillas, de algunos centímetros, están ligadas a las sociedades matriarcales y a la fuerza crea- dora de la mujer, lo que convertía a ese aspecto en una suerte de ideal de belleza.
Cierta visión antropocéntrica ha provocado que se haya postulado que la caza y la recolección era cosa de hombres, pero nada más lejos de la realidad. Existen suficientes testimonios para determinar que en tiempos prehistóricos había más igualdad de la que se cree. Las madres, en cierto modo, fueron tan responsables o más que los hombres en la explosión de la recolección. Respecto a la caza existen numerosas pinturas rupestres en las que son ellas las que portan el arco y las flechas. Hay incluso algunos vestigios funerarios que lo demuestran, como los utensilios de caza que se han encontrado en ajuares. SEXO SAGRADO Siglos después, con la llegada de las grandes religiones monógamas, la mujer quedó relegada a un segundo plano, lo que no quiere decir, en contra de lo que se crea, que en las relaciones de pareja haya habido otros modelos más abiertos y liberales. Los pueblos íberos, antes de la llegada de Roma, ya instauraron, con pocas diferencias respecto al cristianismo, el hecho del matrimonio o la monogamia. Diodoro narra cómo se caso el líder íbero Viriato. Hubo ritual, sacrificios, banquetes… y luna de miel: “Luego sentó a la novia en su caballo y partió en busca de su escondida morada”.